Querido alcalde de Alicante
Me ha llegado una noticia que me genera una duda cartesiana, me angustia y me llena de incertidumbre. Hay follón con las mascletás en Luceros porque dicen que las explosiones dañan la fuente
Don Luis, señor Barcala, querido alcalde:
Acabo de darle un tajo serio a la pensión de jubilación, incluida la extra de junio antes de cobrarla, para pagar al Ayuntamiento que preside el impuesto que me toca por tener, después de cuarenta años trabajando, una mierda de piso en el barrio de Benalúa. No se crea usted que es un chalet en Vistahermosa, vecino de algunos mandamases de su partido, un piso que ve poco el sol, orientado al norte, en Benalúa.
Me ha soplado, como cada año, más de quinientos pavos, que sumados a los quinientos pavos al mes que se lleva hacienda por el IRPF, sumados a los impuestos indirectos de la gasolina - más de un euro por litro- y a mil y una gabelas más, hacen que uno deba vivir, casi de prestado, pensando ya en hipotecas inversas, préstamos a pagar por los herederos cuando vuelen como buitres sobre el piso, o directamente en atracar, cosa en la que yo pienso a diario. Conociendo la cárcel como la conozco, no le tengo miedo sino todo lo contrario. En la cárcel me ahorro el asilo que está también por un pastón, según me ha comunicado mi amiga monja, Sor Aurelia, directora de eso que antes se llamaba asilo y donde vamos a acabar muchos. En la cárcel, si te duele algo a las dos de la mañana, tocas a la puerta y está el médico allí en quince minutos. Mejor atención que en la calle sin punto de comparación. En mi última dirección, por ejemplo, había ocho médicos para mil quinientos internos. Dígame qué pueblo o qué ciudad tienen una ratio similar. En la cárcel, por último, hay vis a vis cada quince días, cosa impensable en la vida libre, que he hecho una encuesta entre mi grupo de colegas y, ante la pregunta: ¿Cuándo es la última vez que hiciste el amor? La frase más repetida, para consolarlos, ha sido: no llores, intenta recordar.
A lo que voy, querido alcalde, que me han soplado quinientos pavos en concepto de impuestos por tener un piso, pagado letra a letra y haciendo más cuentas que Pitágoras. Entre comunidad de vecinos, luz - ¡joder con las eléctricas! -, agua – más cara que la cerveza-, teléfono, wifi – ya no se puede vivir sin wifi, ¡cojones! - y algún que otro sablazo de los niños, llevo año y medio comiendo bocadillos de chóped y caldito de hueso de jamón, sin haber visto el jamón ni en pintura, que hasta hace dos años yo no sabía que los huesos de jamón se vendían. He aquí la crisis, sentados esperando el partido europeo de los jubilados en lugar de a los abuelitos que le tocan el silbato en la plaza del ayuntamiento. El partido que, con nueve millones de abuelos censados, ponga a los políticos depredadores en su sitio.
Entiendo que, en los presupuestos municipales, una parte, aunque sea mínima de ese sablazo, irá destinada a esas fiestas populares y populosas de las Hogueras de San Juan. Maravillosa fiesta en la que mascletás, barracas, racós y botellones en los rincones más desperdigados, sirven para que la gente se solace y olvide la que tenemos encima con la crisis económica, el aumento de los tipos de interés, la guerra de Ucrania y la inflación que anda en el diez por ciento, tirando por abajo, porque la gasolina – elemento esencial en la inflación- sube a velocidades impensables hace medio año, hasta alturas estratosféricas que nunca imaginamos.
Me ha llegado una noticia que me genera una duda cartesiana y me angustia y me llena de incertidumbre. Hay follón con las mascletás en Luceros porque dicen que las explosiones hacen daño a la fuente. Bien.
Vigilaré esas entradas para relacionarlas con la seguridad tan cacareada y hablaré con Luz de literatura o de lo que ella quiera
Soy de los últimos imbéciles que hicieron la mili, dedicando dieciséis meses a no hacer nada, no ganar un duro y leer la colección completa de Marcial Lafuente Estefanía para sortear las ganas de pegarme un tiro en aquellos cerros helados, en un polvorín, en la carretera de Valladolid a Soria – un sitio templado, imagínese-. En mi condición de artillero, sirviendo a la patria adquirí una sordera más que mediana que me ha ocasionado incluso problemas conyugales y por la que nadie me ha indemnizado porque entonces no existía la Ley de Responsabilidad Patrimonial de las Administraciones y, si te quejabas, lo más que podías llevarte era un par de hostias bien dadas y unas cuantas noches durmiendo en el calabozo – era una época en la que los políticos hacían propaganda para que votáramos si a la Constitución-.
Dada mi condición de artillero, no me gustan las mascletás, ni las explosiones ni los petardos que tiran los niños coñazos con papás calvos y barrigones riéndoles la gracia. No obstante odiar las explosiones de todo tipo – me he dedicado, además de artillero, muchos años al terrorismo- he ido cientos de veces, con la gran Luz Sigüenza a hacer el programa de literatura más antiguo y más oído de la radio alicantina. No hablo en broma que hoy, por ejemplo, hemos entrevistado a Henry Kamen, el mejor hispanista vivo. Algo así como si en la música hubiésemos entrevistado a los Beatles o a los Rolling.
En las hogueras, en las mascletás de Luceros, además de hacer entrevistas y hablar de literatura entre petardos, trompetazos, charangas y bellezas sudando la gota gorda, he visto llegar a Zaplana – mucho antes de ser ministro y antes de ingresar en la cárcel que yo inauguré- como si no fuera humano. Todos andábamos en proceso de licuación y el aparecía como el mismo Dios en el Sinaí, majestuoso, con la gente abriéndose como las aguas del Mar Rojo, impecable, sin una gota de sudor y con el traje recién planchado. Lo mismo Alperi, lo mismo Sonia Castedo – está más expansiva y más mezclada con la plebe- lo mismo todos. Pero eso tenía truco. Los chóferes los llevan hasta la misma puerta y se quedan en el coche oficial con el aire acondicionado a tope y aguantando el coche fresquito. Salen del hotel, de la alcaldía, del gabinete, pero el milagro no existe, solo las leyes de la física.
Este año no iré a esas mascletás, algo que no le importa ni un bledo a nadie. Me cuentan que han dicho los mandos, los prohombres alicantinos, los que pierden el sueño por nuestro bienestar: si una emisora de radio tiene una entrevista en Luceros esos días, cuando el entrevistado termine, no se puede quedar en los alrededores de la mesa de trabajo, tiene que irse fuera por motivos de seguridad. ¡Cuánta gilipollez he visto ordenar y hacer por motivos de seguridad a lo largo de mi vida!
Entiendo que el concejal de seguridad y la policía, habrán hecho una reflexión concienzuda de la norma dictada para velar por la seguridad pública. Tengo no obstante una duda que me corroe, una curiosidad que, al menos un día de las hogueras voy a intentar saciar: ¿Habrá, y si los hay, cuántos pelotas, enchufados, chupalápidas, tiralevitas, asesores iletrados, amigos de, colegas de, apesebrados de… entrarán a ese recinto sagrado sin que los motivos de seguridad impidan su amontonamiento? Por favor es solo una duda, corríjame, señor alcalde o su concejal delegado, si estoy equivocado. Un día voy a vigilar desde algún lugar estratégico – como cuando trabajaba de espía en el asunto etarra- y ya le comunicaré mis conclusiones.
Vigilaré esas entradas para relacionarlas con la seguridad tan cacareada y hablaré con Luz – eso es innegociable- de literatura o de lo que ella quiera, desde la plaza de Calvo Sotelo, desde el Casino Liceo, desde la rotonda del Puente rojo… al fresco, sin apretones, sin ver asesores perdiendo el culo tras su líder carismático. Dichoso aquel que huye del mundanal ruido y sigue la escondida senda… ¡Vivan las medidas de seguridad y el concejal que las dicta!