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El gato tuerto y las mascletás

Mónica Oltra debe cesar ya, cumpliendo sus antiguas requisitorias, por el asunto negro de su ex marido y la menor tutelada

El gato tuerto y las mascletás

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Me llama una amiga esta mañana, una amiga de las buenas, de las de hace varias décadas y con la que jamás he discutido ni tenido un problema. ¡Oye, vente a la mascletá y luego nos iremos por ahí a tomar algo! Has dicho en tus redes que estabas encerrado y te he visto – yo no he publicado nada porque nada de mi vida privada es importante- tomando un helado en la playa. Querida mía, contesto, fíjate si estoy encerrado que me levanto a las siete de la mañana y ando enredado con “El gato tuerto” el día entero. No tengo vida, ni alcohol, ni mujeres, ni rock and roll, ni cine ni nada que no sea “El Gato tuerto”, en sesiones de mañana tarde y noche. ¿Te han mandado una foto? Es posible porque, libre hasta los mismísimos como soy, no tengo que esconderme como si fuera un marido infiel, de esos que andan a salto de mata a ver si pillan algo. No me escondo y, de vez en cuando, mucho más en hogueras, me meto una jarra de cerveza helada o una tarrina de tutti fruti, que son mis pasiones secretas.

He hecho un alto en El gato tuerto y me he tragado, antes de liquidarlo como ya está liquidado, las elecciones andaluzas, que para eso es mi tierra de origen, aunque ahora todo el mundo – y por todos los sitios por los que he ido con “las putas y las pistolas”, que han sido muchos, me han llamado escritor alicantino. Menudo desastre de elecciones. Para los socialistas, los podemitas, los ciudadanos – que en paz descansen- y un poco menos, las ultraderechas de la señora Olona, que, a mí, se enfade quien quiera, me gusta en su porte y su manera de explicarse, que no en su ideología.

Dice Sánchez – y demuestra que, o tiene mucho miedo para hacer esas afirmaciones de cara a la galería, o no tiene ni puñetera idea de lo que está pasando-, dice Sánchez que estas elecciones no se pueden mirar en clave de política nacional, que la política va a seguir lo mismo y la legislatura también. ¡Pues está usted arreglado, señor Sánchez, con la hostia que se va a meter en las próximas generales! Claro, usted no tiene problema, porque se pone a dar conferencias y a viajar por el mundo y a cobrar por ser consejero de Estado y su vida está resuelta, pero… empiece a mirar sus lebreles de a pie y verá cómo andan de los nervios con el sillón que se les mueve. Sánchez: piense usted por unos segundos, mire bien eso de que las andaluzas, con casi siete millones de votantes, no inciden en la política nacional y hágaselo mirar a Tezanos si es ese genio el que le ha dado el consejo.

En fin, que yo no he venido hoy a hablar de alta política ni de cuestiones de estado, sino de las mascletás como lugar de privilegio y mamandurria para enchufados, correveidiles, amigos de, asesores de y apesebrados varios.

Me explico. He visto cien o doscientas fotos del espacio reservado a las élites, ese que dice el concejal enfermero, especialista en seguridad, que, por motivos de idem, ha de estar blindado. He contado no menos de unas cuantas decenas de gentes – tampoco merece la pena andar dando nombres ni ejerciendo de chivato, que para eso el alcalde tiene su servicio de información, he contado, repito unas cuantas decenas de gentes que no sé qué cojones hacían pululando por ese espacio reservado, blindado, protegido, cerrado por motivos de seguridad.

El gato tuerto al lado de esto no es una novela negra, es un cuento de hadas

Ya he explicado que no voy a ir nunca más en mi vida a las mascletás porque acabé harto de explosiones y bombas en la mili y he ido mil veces seguidas para seguir haciendo mi programa, con la gran Luz Sigüenza – cari, espero que no te obliguen a echarme- solo por amor. Veintiséis años de amor en un programa de literatura. ¿No es conmovedor?

Hoy martes no creo que haya programa. De Luz sí, que es una periodista de mucho nivel e incombustible, pero no de literatura porque me han ordenado que, si voy, por orden de la superioridad - entiendo que la superioridad es policial, concejal o alcalde, ¿Quién si no va a dictar normas de obligado cumplimiento en la política básica de la ciudad?- , por orden de la superioridad, digo, tengo que llegar, quedarme en la mesa de la emisora - no sé si han preparado algún tipo de sujeción mecánica, esposas o similar- y salir echando hostias fuera del recinto vallado, tan pronto acabe de hablar en la radio. Si me quiero quedar, ha de ser en la mesa, que ya se encargan de pulular enchufados, concejales, asociados y miembros estrellas de partidos, aunque sean decrépitos. Si salgo de la mesa, a la puta calle por motivos de seguridad. Entendido perfectamente. Hace mil años, cuando escribía en otro periódico, entonces yo era esos que los gilipollas llaman un alto funcionario, hablé de un síndrome que aqueja a muchos políticos, concejales incluidos, que lo he visto de cerca: un señor es, por ejemplo, auxiliar de clínica en un asilo de ancianos – no lo digo de broma que yo voy a terminar ahí en breve-, de pronto, intriga, se afilia, pega carteles, hace la rosca, va a reuniones varias, se pega a rueda y consigue ir en una lista. Esa lista, contrariamente a lo que le ha pasado a muchos en Andalucía, triunfa y el tío, sin oposición, sin curriculum, sin concurso de méritos ni hostias en conserva, se ve de concejal de cualquier cosa. Esta gente – insisto en que los he visto de cerca- dice, no hace falta saber que ya están los técnicos, pero luego, a todos, casi sin excepción, les pica un virus que se parece al covid y les entra el que di en llamar hace más de veinte años “el síndrome del espíritu santo”. Se creen que les sopla como en Pentecostés y les insufla la ciencia que precisan y, de golpe y porrazo, un tipo que era mecánico en un taller de neumáticos, se cree que sabe derecho y otro que era limpiador en un geriátrico se cree doctor en economía. ¡Ayyyy! los pobres técnicos a los que luego culpan cuando vienen mal dadas. Podría poner algún ejemplo con nombre, cargo, apellidos y ayuntamiento en el que ejercía el lebrel, pero para qué. Dejémoslo en motivos de seguridad.

Hoy estaba yo, tranquilamente sentado en Calvo Sotelo – nombre insigne de la derecha española, vilmente asesinado como tantos otros miles- disfrutaba de mi cerveza – previo pago de su importe, no de gorra- y de pronto un ruido ensordecedor de sirenas, de motores revolucionados, acelerones y coches que cortan el viento, me acojonó.

¡Los rusos! – pensé- Ya está Putin atacando por nuestra ayuda a Ucrania. ¡Somos las primeras víctimas del genocida! Raudo -para eso me sirvió la mili además de para quedarme sordo con los problemas conyugales que conlleva- corro a confundirme con el terreno, salto el seto que separa el bar de la zona de juegos de niños y echo cuerpo a tierra para evitar los disparos de los invasores rusos.

¡Falsa alarma! Pasan veloces los diez o doce coches, una caravana en toda regla, las mil motos de la policía local, se atemperan las sirenas y, palpándome, veo que no he recibido disparo alguno. Eran los coches de las bellezas que van hacia Luceros, escoltados por motivos de seguridad. ¿Va el alcalde en esa caravana rápida y de circulación prioritaria?

¡Gilipollas!, oigo a un abuelo que me grita cuando me ve sacudirme las hojas y la tierra tras mi ejercicio guerrillero. ¿Por qué te tiras al suelo? Son hogueras, no hay tiros ni hay explosiones todo es alegría.

La alegría será para todos menos para los perros que andan el día entero bajo la cama y acojonados.

Corro a ver si consigo vislumbrar de cerca la comitiva y me doy de bruces con unos políticos que, sin escolta ni sirenas, van también hacia Luceros. Natxo Bellido y Baldoví - ¿Ese, que no es ni de aquí, puede moverse libremente por el espacio sagrado de Luceros? -, el grueso de Compromis va a disfrutar la mascletá lejos de la plebe, blindado por las barreras metálicas. ¡Un ejemplo de integración!

¡La que habéis liado! Digo cuando me cruzo con ellos. Pero no responden, saben que me refiero a que Mónica Oltra debe cesar ya, cumpliendo sus antiguas requisitorias, por el asunto negro de su ex marido y la menor tutelada. El señor del peluquín anda de los nervios soñando con que le revientan el Botanic y no ve el momento de convocar elecciones. Mucho menos tras la debacle andaluza.

¡La madre que me parió! El gato tuerto al lado de esto no es una novela negra, es un cuento de hadas.

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