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El gato tuerto, las mascletás y los motivos de seguridad

Las hogueras están instaladas en su sitio y no dicen nada esperando el fuego purificador que tantas y tantas culturas han celebrado y celebran con motivo del solsticio de verano

Luz Sigüenza, directora del programa 'Más de uno Alicante' de Onda Cero

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Hasta “El gato tuerto”, que es tuerto, pero no sordo porque no ha hecho la mili en artillería, está hasta los mismísimos de las hogueras y las barracas y los petardos. Las hogueras bien, el tráfico bien porque lo que hay que hacer es ir a los sitios andando y dejarse - como veo cada día en la cantera y en la goteta y en todas las entradas de Alicante- de “una persona, un coche” y a ser posible un toto terreno bien grande, que es un símbolo de poderío, aunque quien lo conduce no haya pisado el campo desde que una vez de pequeño lo llevaron de excursión en el colegio.

El tráfico bien, las hogueras bien, que esas están instaladas en su sitio y no dicen nada esperando el fuego purificador que tantas y tantas culturas han celebrado y celebran con motivo del solsticio de verano. Las hogueras bien, pero… qué pasa con las barracas. ¡La madre que me parió! Los que ponen la música en las dos o tres que tengo controladas parecen haber sido puestos a propósito por la Stasi o por la Gestapo, torturadores profesionales. Ayer noche, después de la tormenta, empezaron con el bacalao, el regaton y el perreo - llamar a eso música es como llamar Santa Teresa de Jesús a Boti García por su trabajo en favor de la liberación femenina-. Empezaron digo con esos ruidos infames, que ellos se empeñan en llamar música lo cual es una ofensa al oído y al sentido común y me entraron ganas de bajar y hacerme cargo de la muerte de Carrero Blanco, de Lasa y Zabala y del ajusticiamiento de ultimo garrote vil que tuvo lugar en la vieja cárcel de Benalúa, López Guixot, el asesino de las quinielas, el del crimen de Vistahermosa – si se portan bien, algún día les contaré la historia-. Pues yo estaba dispuesto a hacerme cargo de cuatro muertes, con tal de que los torturadores sinfónicos pararan en rataplam, rataplam, que llaman música y ritmo. Intenté, para distraerme, el uso del matrimonio. “Empleemos el tiempo en algo productivo” – dije a mi compañera de cama- ya que no podemos dormir. Imposible el ayuntamiento. Tres gatillazos, tres, hasta que desistí y salí a hacer footing por los alrededores de la urbanización y de la barraca.

Fue peor el remedio que la enfermedad. Allí tienes a los niños coñazos, pertrechados de todo tipo de explosivos - ¡apúntense a artillería, cojones! ¡Péguense unos años de mili! Ahí tendrán oportunidad de explosionar todo lo explosionable: cañones, morteros, fusiles ametralladores para defender los puestos… y la biblia en pasta. Pero dejen de tocar los cojones con los petarditos y de asustar a los perros, que llevan días escondidos bajo la cama y no sabe qué tendrá que ver estar de fiesta para andar todo el día con el petardeo.

Me he dado otra vuelta por la zona de la mascletá - hora y media antes de que empezara, para no vulnerar los principios de seguridad tan cacareados-. La gran Luz Sigüenza, en su chiringuito de la radio impresionante como siempre y sin mí, que nunca más volveré por ese sitio hasta que no cambie el concejal de seguridad y olvide a Torquemada.

Un sitio delicioso, con un servicio amable y eficaz. Teselas

Salta a la vista un cartel que es mentira y cuya foto les adjunto. “Un lugar para encontrarnos”. Me acerco porque quiero encontrarme y para eso está el cartel. Hay un guardia en la puerta y me dirijo a él: Buenos días – saludo- pone ese cartel que este es un lugar para encontrarnos. Es extranjero y no me entiende bien. Me señala una chica rubita que está en un pequeño mostrador con un ordenador abierto.

Buenos días, señorita, quiero escribir un artículo para ESdiario y veo que este es un lugar para encontrarse en hogueras. Por favor, ¿yo puedo entrar para encontrarme aquí con alguien? No – contesta educada-, solo pueden entrar los invitados. Ahhhh – abro la boca sorprendida y se me cae la mitad de la dentadura postiza. Me agacho a buscarla y me tiene que ayudar un alma caritativa porque en la búsqueda también he perdido las gafas de cerca-. ¿Y Quienes son los invitados o quienes pueden ser invitados? -Se inicia aquí una conversación de besugos-. Los invitados, dice la señorita simpática, son todos aquellos que reciben una invitación. Perfecto. Inasequible al desaliento, repregunto: ¿A quién me tengo yo que dirigir para que me mande una invitación y pueda encontrarme en este sitio? A la empresa. Ahhhhh. La empresa está en el meollo de los disparos mascletiles, en el centro de la seguridad alicantina donde imperan los motivos del concejal. ¿Les ha dicho algo el concejal de los motivos de seguridad para los invitados? Pues eso, señor, la chiquilla rubita no pierde los papeles ni la calma, una crack, la niña. Eso, señor, tendrá que preguntárselo a la empresa. La empresa, los motivos, el concejal… el Gran Hermano de George Orwell ha resucitado en las hogueras de Alicante y Barcala - ¡joder, yo que iba a votarlo! - ha sido el santo que ha obrado el milagro de la resurrección, una especie de Padre Claret y el santo de Loyola juntos.

Sigo mi camino buscando un refugio al que pueda acceder. Otra chica simpática – aquí no hay guardia- y la misma pregunta: Buenos días señorita, son ya casi las dos, veo mesas equipadas de manteles soberbios. Pasa una orquesta tocando “España cañí” y “A la llum de les fogueres” ¡Bendita sea la buena música!

¿Puedo entrar a comer, previo pago de su importe, claro? No – contesta tajante y educada – esto es de la federación y más allá está la zona VIP. Es zona solo para invitados.

¡La madre que me parió! ¿Federación de qué, de fútbol, de petanca, de básquet…? ¿Yo no soy VIP? ¡Joder! Hubo una época en que era VIP. Me mandaban invitaciones, saludas, felicitaciones de navidad, de año nuevo, los mejores deseos para todo y ahora no me dejan ni entrar. Hasta de la radio me han echado – podría haber entrado a hablar de literatura, pero tendría que estar sentado sin moverme de la mesa, no sé si atado a la pata de la misma-. Ahora no solo no me mandan felicitaciones si no que ni siquiera me dejan entrar.

Sigo mi periplo fogueril y llego a la Explanada de España en un intento desesperado porque la hora de las explosiones se echa encima. Elegante, con una escalera alfombrada y lujosa, un salón con espejos y frescos espectaculares; una chef vestida de blanco inmaculado y una camarera con cara de cuadro de Murillo, un bellezón.

¿Puedo comer aquí? - pregunto tímidamente esperando que me digan que solo es para invitados, que no estoy en la lista y que me vaya por donde he venido. ¡Aleluya! Se acerca una señora, guapa, con el pelo recogido en una cola, morena, más que apetecible, con pantalón blanco que le queda como un guante y una camisa de flores desenfadada.

Claro que puede usted comer aquí – afirma con suavidad autorizada-. Quiere la mesa dentro con el aire acondicionado o la quiere en la terraza. Espectacular, las palmeras de la Explanada, el Puerto plagado de barcos de millonetis. Me acojono. ¿Tendré que pedir una hipoteca para pagar la cuenta? No señor, le doy la carta y en ella figura toda la información.

Cojo mesa fuera, corre una brisa agradable preferible al aire enlatado. Otro milagro. Se acerca una chiquita rubia – de mechas, pero rubia- ¿Me puedo sentar? Si hija, sí. Incluso te invito que hoy me siento generoso y afortunado. Es que lo he visto a usted solo, yo también voy a comer sola, y me recuerda usted a mi abuelo porque es clavado a él. Por eso le he preguntado. ¡Me cagoenlaleche, la ha fastidiado la muchacha!

Por fin hay un sitio donde no te dicen que, para entrar tienes que superar los motivos de seguridad o ser invitado de no sé qué empresa. Un sitio delicioso, con un servi una botella de Albariño con unas croquetas de jamón espectaculares, luego uno de los manjares más deliciosos de mis últimos años: “Tuna Taco”. No se lo pierdacio amable y eficaz. Teselas. Me metí, con la chiquilla rubia de mechas – ahora se me ha olvidado el nombre, ¡maldito Alzheimer! -n. Me lo agradecerán. Una especie de tartaleta con atún crudo, especiado, fresco, con verduras recién cogidas que emulsionan en la boca en algo que es lo más semejante a un orgasmo que he sentido en los últimos cinco años. Ya saben la pregunta de mi psicóloga-terapeuta: cuanto tiempo hace que no tiene usted relaciones sexuales. Por favor, no llore, intente recordar.

Terminó bien la tarde. Gin Tónic sin alharacas ni mariconadas, con la ginebra servida ante ti y no como en otros sitios donde reina la estupidez. Lola, de Teselas. Un monumento había que hacerte ahora mismo. Por fin ha cambiado mi suerte, creía que me había mirado un tuerto: El gato, el gato tuerto.