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Desengañado de la OTAN, de la seguridad y de más cosas

Estoy desengañado de la OTAN que solo sirve para que funcionen las fábricas de armamento y se enriquezcan los vendedores de misiles, tanques y morteros

Desengañado de la OTAN, de la seguridad y de más cosas

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No he estado jamás embarazado y por tanto no sé cómo se puede sentir una persona durante un parto, aunque he tenido varios hijos y sé lo pelmazos que son. Alguien dijo una vez – un óptico vecino mío fue al primero al que se lo escuché-: Todos los niños son una máquina de tocar los cojones. No iba el hombre falto de razón.

Lo más parecido a un parto, por las fatigas, las tensiones, los desvelos, los dolores y la sensación de quedarte exhausto al terminar, es escribir una novela. Cuando acabas te quedas derrengado, machacado y con ganas de unas vacaciones. Eso me ha pasado a mí con “El gato tuerto”. Entrevistas, bibliografía, documentación, historias que integrar… y todo ha de quedar ahormado armónicamente, sin chirriar y sin pillarte los... dedos. Debe tener cierta intriga, cierto sexo, cierta violencia, un poco de filosofía y, si me apuran algo de teología, que todos somos muy dados a irnos a la más mínima hacia el más allá, a la trascendencia, a elucubrar sobre dónde estaremos dentro de doscientos años y si nuestra alma - ¿alguien la ha visto?- andará en compañía de dioses, demonios, felicidades, sufrimientos, santos o malvados, praderas, riachuelos y huríes o sartenes de aceite hirviendo y Luciferes con tridentes, o intentando la paz en ese limbo que los papas han hecho desaparecer.

Si consigues armar una historia con algo de todo lo dicho – ahora se estila matar gente sin ton ni son, enterrar a los asesinados de cualquier manera en el bosque más cercano o meterlos en el congelador -es posible que tengas cierto éxito, aunque nunca esperes llegar al de esas aventuras del niño mago, que escribía una chica pobre mientras viajaba en el metro. Esos pelotazos multimillonarios solo pasan en los cuentos de hadas.

Ahora, después de las prisiones, putas y pistolas - este fenómeno se va a multiplicar por diez cuando salga “El gato tuerto”-, recibo un promedio de tres declaraciones de amor a la semana. Craso error, a un anciano anarcoide, incrédulo y corrosivo enviarle esos mensajes. Te querré siempre, nunca te abandonaré, siempre me tendrás para lo que necesites, te escribo en “deshabillé”, como mi madre me trajo al mundo pero con unos cuantos años más. Por favor, no estoy para emociones fuertes ni para tomar más sildenafilo que quince miligramos cada seis meses, que el corazón es otro de los órganos que funciona de puta pena y el cardiólogo me tiene vigilado estrechamente en esos menesteres.

A mí, más joven, me juraron esas cosas seis o siete veces, con voz emocionada y lágrimas en los ojos, suplicantes y hasta jadeando. Era mentira porque a alguna he visto por ahí luego y se ha cambiado de acera, como despistada.

Nota primera. Enseñanza básica: Las promesas de eternidades suelen durar dos o tres meses como mucho. Son más duraderas las puñaladas por la espalda, endosadas sin avisar.

Nota segunda. También enseñanza esencial: Mi amigo Juan Eslava Galán dice que hay que tener mucho cuidado con las historias que uno deforma, reforma, rehace y se inventa en sus novelas – todo escritor es un gran mentiroso- porque más de una vez lo han llamado: Oiga, don Juan – él es un señor de edad aún más provecta que yo- esa mujer de que habla en su novela soy yo. Estoy muy enfadada porque, bla, bla, bla, bla…. No ha sido usted tan importante en mi vida como para que yo la haga inmortal en mis novelas. ¿Qué les parece la respuesta que me he preparado para los mensajes después de “El gato tuerto”?

Hoy, desengañado por enésima vez, ahogando mis penas en cerveza en Luceros – vigilando por si algún lebrel del edil viene a echarme por motivos de seguridad- leo periódicos en el móvil porque nadie anda manchándose las manos de tinta ni hay que envolver el pescado ni el bocadillo de mortadela en papel impreso.

La guerra de Ucrania, que parece haberse fosilizado, aunque los rusos siguen masacrando al pueblo, ya nos tiene acostumbrados y dicen que va a durar mogollón. Los arúspices, que adivinan profesionalmente las cosas una vez que han sucedido, afirman que el otoño va a ser duro. En mi situación de vejez, andando a diario para estar entrenado, cojo cada día, en las faldas del benacantil, en las del castillo de San Fernando – que debe su nombre al rey traidor- y en los pinares desperdigados por el Cabo de las Huertas, recojo, digo, bolsas de piñas por si hay que hacer lumbre en el interior de las casas, que dicen que los rusos van a cortar el gas y va a ser más caro encender una estufa que hacerse una blefaroplastia para aparecer veinte años más joven.

Hasta Sánchez ha avisado de que vienen malos días. ¿Peores, con la gasolina a casi cuatrocientas pelas el litro y la inflación desatada? Me viene a la memoria por fuerza una novia que tenía yo de chaval y que, cuando Sadam montó la Guerra del Golfo, se presentó un día en casa con siete u ocho salchichones de Tarradellas para aguantar en caso de hambruna. Yo lo tengo claro: un cuchillo de cocina y a atracar – dicho sea sin ánimo de hacer apología del delito de lo que sería un robo famélico-.

Estoy desengañado de la política nacional que sigue con sus planes propaganda que no interesan a nadie

Cuando entre preso – por la edad, los abuelos en la cárcel son un problema porque gastan en medicinas, ambulancias, hospitales…una cantidad difícil de soportar- el director estará loco por darme el tercer grado y él se encargará de buscarme el asilo que ahora me resulta imposible encontrar pese a todos los planes inútiles de servicios sociales. Para pillar un asilo decente – hablé el otro día con Sor Aurelia, una monja espectacular que dirige uno- y lo pudo a dos mil doscientos pavos la plaza si eres válido, que si tienen que levantarte y acostarte es más caro. Me sale más barato dormir en los soportales de Maissonave y que me lleven de vez en cuando un bocadillo los voluntarios de la Cruz Roja o una ambulancia ruidosa al hospital cuando vean que voy a estirar la pata.

Los políticos - leo en un periódico por el móvil- ya andan tomando posiciones pero no para amortiguar la hostia que dicen que se nos viene encima, sino para colocarse y seguir viviendo del rollo. Leo que han cambiado a la delegada del gobierno en Valencia y…. claro, como cayó Ábalos, aquel que lo era todo ya no es nada, ahora hay que empezar a buscar secuaces para irlos laminando. Oigo decir - a algún indocumentado- que a Araceli Poblador hay que moverle el sillón.

Si los socialistas de Alicante no fuesen una banda franquista que insiste cada día en mirarse solo el ombligo, si tuviesen la mínima visión amplia y de conjunto, ya estarían posicionando a esta mujer como candidata a la alcaldía en lugar de andar con gillipolleces que si Sanguino, que si Millana, que si… gentes que son un certificado de perder las municipales sin remedio y no digo nada de las nacionales o las autonómicas si seguimos con esos carteles en los que prima “ser un hombre de partido y de Franco” antes que saber gestionar algo. Mecagoentoloquesemenea.

Estoy desengañado de la política municipal, que sigue con sus enchufados, asesores, lebreles, consejeros, pelotas y especialistas en cañas de gorra. Estoy desengañado de la política nacional que sigue con sus planes propaganda que no interesan a nadie. Estoy desengañado de la OTAN que solo sirve para que funcionen las fábricas de armamento y se enriquezcan los vendedores de misiles, tanques y morteros.

Me quedo – sigo en Luceros, aun no me han echado, creo que las mascletás ya acabaron gracias a todos los santos del cielo – con Voltarie y su “Escritos anticristianos” para ver si cojo un poco de culturilla y me ficha algún concejal, aunque sea para escribirle los discursos y comer y beber de gorra en las próximas hogueras, entrando en todos los racós, y en los reservados VIP, sin que me eche el segurata antes de atravesar la puerta. Hay que ser previsor con la que se nos viene encima.