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Don Jack González Eggers… y Avilés

Tobalín te va a enseñar cómo es ese paraíso de los perros, donde solo hay nobleza y no puñaladas por la espalda. Donde hay paz y mortadela y no fondos de inversión ni primas de riesgo

Don Jack González Eggers… y Avilés

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La muerte es una mierda. Disculpen la grosería de principio pero hoy me ha tocado muy de cerca. Yo había pensado en un verano feliz, olvidado de cualquier compromiso, alejado de sitios de tráfico de influencias, de peloteo, de postureo, de politiqueo y de rubios y rubias de bote, con tules, con gasas, con postizos, alicatados y petroleados hasta el techo.

Había pensado en un verano anarcoide, con pantalón de deporte y camiseta del mercadillo de Babel y chanclas de los chinos, con sombrero de paja y un bote de crema protectora porque el sol es criminal para los pieles rojas.

Iba a pasar de las gilipolleces de Sánchez y los podemitas, de sus ententes con los bildus para retrotraer la transición hasta el año ochenta y tres - ¿y por qué no al noventa y cinco o al dos mil?- ; de las ansias imperialistas de Putin y el canguelo que invade a occidente con el anunciado corte del gas para este próximo invierno que nos hará entrar en recesión.

Mi verano anarcoide, con ropa de mercadillo y menú del día de diez euros con litrona incluida - ¡qué poco glamour!- se ha ido al garete.

Andaba yo pensando ir a la RENFE a quejarme de que tengan vigente una norma – me dice por escrito un señor que parece saber mucho- que habla de que el acompañamiento de menores en los trenes y en las estaciones termina a las 10 de la noche, lo cual parece que es verdad porque fui a recoger a un niño de doce años recién cumplidos y en la estación no había ni Dios. Ni el Dios de Spinoza ni el de Voltaire, solo dos señores de chaleco fosforito a los que les importaba la norma de “por aquí no pasa nadie, ni con niño ni solo, ni en compañía del espíritu santo en forma de paloma que venga ahora mismo”.

Andaba yo leyendo los escritos anticristianos de Voltaire -que se ceba en las ridiculeces y las contradicciones bíblicas, las fábulas mosaicas y las ensoñaciones paranoicas de Ezequiel, Eliseo… y otros profetas- a falta de una prójima que llevarme a algún sitio mullido - a hacer el ridículo por enésima vez, que uno no está ya para muchos trotes- y suena el teléfono.

Santiago, capullo, podías haberte estado calladito porque me has amargado, no el día, sino el verano y posiblemente el año entero: ”Don Jack – siete años, una fiera, un salvaje, una fuerza desatada de la naturaleza pero bueno como el pan de molde- tiene muy altas las transaminasas, puede tener una pancreatitis. Van a mandar una muestra de sangre a Barcelona para analizarla. Don Jack está muy tranquilo. Ha salido de la jaula para ponerle el bozal y ha entrado suavemente.

¡No me lo creo! ¿Don Jack se deja poner un bozal y no hace nada? ¡Ese no es él! El don Jack guerrero, peleón, potente, impresionante y aguerrido. Ese no es don Jack. El que me saltaba al cuello nada más verme, el que me tiraba al suelo de un mínimo empujón, el que me olía los pantalones de manera casi obsesiva porque detectaba el aroma delicioso de doña Casilda, su amor platónico y pequeñito.

Te perdono el mordisco que me diste en la oreja, sin querer y manifestando tu alegría, y que me hizo hasta ponerme la inyección del tétanos

Y tanto, que ese dócil e inmóvil no era don Jack. No sé qué maldita enfermedad lo ha liquidado en veinticuatro horas. El que era fuerte y guerrero como un vikingo, salvaje como un toro de lidia, equiparable a cualquier león africano como mínimo.

Y don Jack se ha ido sin saber que se estaba muriendo. Me lo imagino, y me coge un pellizco que no me deja ni probar bocado, pensando: ¿Dónde están mis dueños? ¿Qué está pasando aquí? ¿Por qué me encuentro tan mal? ¿Qué me duele que me está llevando a un sitio al que no quiero ir?

Y don Jack se ha ido con su fiereza y su bondad, con su nobleza animal que para sí querrían algunos que se llaman personas o seres superiores y no le llegan a don Jack ni a la pezuña. Se ha ido y lo ha recogido Tobalín, que le temía como a un nublado porque don Jack - genéticamente- era un perro territorial y solo admitía señoritas en su compañía. Don Jack, eras un machista que dejabas a tu lado a Casilda o a Xuca, pero no a Tobalín, mecagoentoloquesemenea.

Tobalín te va a enseñar cómo es ese paraíso de los perros, donde solo hay nobleza y no puñaladas por la espalda. Donde hay paz y rodajas de mortadela y no fondos de inversión ni primas de riesgo ni políticos ambiciosos, ni tipejos más falsos que las monedas de tres euros. Cuídame a Tobalín te daré collejas hasta que me canse, que tú eres más fuerte y tienes que aguardar junto a él a que vayamos nosotros. Con Casilda que ya sabes que es esencial. Descansa en paz, salvaje, perro bueno, ejemplo de todas las bondades. Te perdono el mordisco que me diste en la oreja, sin querer y manifestando tu alegría, y que me hizo hasta ponerme la inyección del tétanos aunque yo sabía que tú eras más limpio que todos esos que andan de sauna en sauna y de spa en spa. Ya podían tomar ejemplo de ti incluso en la manera silenciosa y pacífica de morirte, don Jack, mi querido perro salvaje.