Un verano amenazante
¡La que se nos viene encima! ¡Hay que ahorrar porque el otoño va a ser muy duro! ¡Ha subido el paro en julio, la recesión está a las puertas! ¡Este invierno vamos a pasar frío!
Echemos mano del antiguo refrán: ¡éramos pocos y parió la abuela!
Ayer fui a poner gasolina a la moto en un gesto de viejo ricachón que está que lo tira. Acudo a una gasolinera barata para no impresionar, de esas que los horteras que no saben inglés, para ir de chulos por la vida, llaman “low cost”. A un euro y sesenta y un céntimos el litro, unas doscientas ochenta pesetas de las de antes y me resulta barata. Por segunda vez en mi vida alicantina, que ya es larga, un gilipollas integral está poniendo gasolina a su coche – un Renault con matrícula francesa EQ-854-…- y fumando como un imbécil mientras lo hace, manguera en una mano y cigarrillo encendido en la otra. Le llamo la atención al moro chuleta – la palabra moro no es ofensiva ni la uso en ese sentido. Las palabras gilipollas e imbécil si lo son, pero describen la conducta del elemento-. Le llamo la atención, enfadado, le digo que si se quiere suicidar lo haga solo y que no nos ponga en riesgo a cuantos estamos allí y contesta, con la chulería propia de los tarados: “No problem”. A la vez que sigue fumando. Salgo pitando al estilo Marc Márquez, quemando rueda que no hay tiempo para discutir. Ha habido suerte. No he tenido noticia de ninguna explosión en la gasolinera que hay junto a Media Mark. No había ningún policía por los alrededores para denunciar el delito de riesgo del moro francés. ¡Mierda!
Da igual que sea gasolinera barata. La vez anterior me pasó lo mismo en una gasolinera cara, pero como tantas sin servicio que maneje los surtidores y ponga la gasolina. Cosa del ahorro de medios y del incremento de los beneficios petroleros. Casi me siento agradecido al gobierno por su subvención de los veinte céntimos famosos y eso – por fuerza- me recuerda a Stalin-. Líbreme dios de comparar a Stalin con nuestro presidente, ni siquiera con ninguno de los habidos en democracia, que Franco era otra cosa, aunque algún rasgo franquista he visto en los últimos años. Ni con Aznar ni con Rajoy. Me recuerda a Stalin por una historia que escuché de cómo acojonaba y aleccionaba a sus ministros, altos cargos, asesores, etc… para tenerlos humillados y serviles, arrastrados ante él.
Cuentan que un día, ante todos aquellos mandamases rusos, que vivían su mando con el acojono permanente del capricho dictador, antiguo seminarista, Stalin cogió una gallina y le arrancó las plumas en vivo, una a una. El pobre animal torturado y dolorido, sangrando, desplumado en seco, aún iba detrás de Stalin, lo seguía por todos los lados, cuando le echaba maíz en el suelo para que comiera. La enseñanza que transmitía el tirano es que puedes machacar a cualquiera hasta límites inimaginables. Así se gobierna a los estúpidos, decía el genocida. Siguen a sus gobernantes, aunque los machaquen, si luego le dan una gratificación mínima – comida, por ejemplo, el maíz a la gallina- te seguirán de rodillas. Toda una lección de cómo actuar para someter a un pueblo, que es la técnica de todos los dictadores.
Insisto. No creo que Sánchez sea un dictador. Tampoco Feijoo ni Rajoy ni Aznar, ni Zapatero, pero todos sin ninguna excepción son de manera principal, si no exclusiva, hombres afanosos de poder que, por conseguirlo, venden su alma al diablo si hace falta. Todo el día pendiente de estadísticas que les favorezcan, todo el día elucubrando, intrigando y pidiendo ocurrencias – tormenta de ideas lo llaman, aunque los horteras le dicen “brain storming”- casi todas publicitarias, para llevar a la gente al huerto con decisiones publicitarias que casi siempre son humo.
Ahora, lo que se estila es el acojono. ¡La que se nos viene encima! ¡Hay que ahorrar porque el otoño va a ser muy duro! ¡Ha subido el paro en julio, la recesión está a las puertas! ¡Este invierno vamos a pasar frío de cojones!
El interciti, Alicante-Valencia, es lo más parecido al tren botijo. Dos horas y veinticinco minutos para el trayecto. Esto parece Extremadura
No voy a volver a hablar de la guerra de Ucrania que hay que inscribirla en la lucha de poder entre rusos y americanos con los chinos de árbitros poderosos y capaces de inclinar la balanza en un momento dado. Tampoco voy a hablar de la imprudencia de Nancy Pelosi, una abuela de mi calaña, facha y presumida e infinitamente más poderosa, yendo a pasearse por Taiwan para cabrear a los chinos. Dejen que bloqueen Taiwan, miren a los chinos lanzando fuego real alrededor de la isla, y fastidien la exportación de micro chips. Verán entonces lo que es una crisis con fábricas paradas y la industria tiritando porque no hay material del que ahora se nutren los coches, los teléfonos, los ordenadores y la madre que me parió.
La guerra de Ucrania la sufren todos, pero - oído en Onda Cero- aquí ha subido el aceite un cincuenta por ciento y los olivos están en mi pueblo y allí no ha caído ningún misil que yo sepa. A mí, un tercio con el jubilado que me acompaña a vigilar obras, me costaba en el bareto del barrio 1,50 euros y desde hace dos meses, vale dos y sin aceitunas. Eso es más de un once por ciento o yo no tengo ni puta idea de sumar, restar y multiplicar.
Sánchez – medida de propaganda electoral clarísima, pero a nosotros nos viene muy bien- ha reservado veinte mil millones para subir las pensiones conforme al índice de precios al consumo. ¡Viva Pedro Sánchez! ¡Ojo pensionistas! Sobre todo, los que no tengáis pensado palmarla en el 2023. Un año es solo un año, pero luego vienen más y a mí, el hematólogo, el médico especialista en las pieles rojas que es mi caso, me ha dado de vida diez o doce. ¿Qué pasará después de las elecciones? ¿Tendremos que pedir limosna siguiendo las directrices de Lagarde o Hernández de Cos?
Estoy pensando integrarme en la Unión Europea de Pensionistas que esos saben que somos nueve millones y podemos obligar al gobierno que sea, socialista o popular, a hacer lo que sea más conveniente a nuestros intereses al modo como lo están haciendo ahora los vascos y los catalanes.
Hoy he venido a Valencia. Me ha invitado a comer Gregori Kerrigan, mi editor, el que anda, junto con Mercedes Castro, mi correctora, un lujo, dándole una paliza a ‘El gato tuerto’ para sacarlo a luz pública. Comida de mucho postín que para eso es un editor potente. Después de los postres y siguiendo con la literatura, me voy a tomar una botella de champán – no cava, champan- a casa de José Andrés Suárez y Susi. Este matrimonio es una enciclopedia. Me enseñan un libro del año 1600: “De las grandezas de la espada” del comendador Gerónimo de Carranza. He estado a punto de robarlo para llevárselo a Desantes a la Biblioteca de los libros felices. Lo mismo que la primera versión española de “El Corán. Biblia Mahometana” de 1872, recién expulsada Isabel II y con la primera república a punto de comenzar. Es una suerte tener estos amigos enciclopédicos para que los analfabetos podamos disfrutar y aprender en medio de esta ruina que se extiende sin remisión. La única pena la aporta la RENFE. El interciti, Alicante-Valencia, es lo más parecido al tren botijo. Dos horas y veinticinco minutos para el trayecto. Esto parece Extremadura. Récord de velocidad ferroviaria, setenta kilómetros de media. ¡Qué pasada!
Menos mal que el señor del peluquín ha soltado una frase esperanzadora: pronto saldrá en Alicante un líder socialista que acabará con el batiburrillo que se trae esa banda en el ayuntamiento. Aleluya, aleluya.