¡Vaya par de gemelos!
Pedro Sánchez anda maldiciendo su mala suerte. Echa a Rajoy de la Moncloa y le toca, primero la pandemia, luego la guerra de Ucrania y después las olas de calor. Le ha mirado “El gato tuerto
Si yo mandara en las televisiones - no mando en ningún sitio porque hasta en mi casa, Casilda, mi perrita, es la dueña, la que lleva la voz cantante y yo vivo a sus órdenes-. Si yo mandara en las televisiones, repito, expedientaría a todos los encargados de la información meteorológica. ¿De dónde se han sacado lo de tercera o cuarta o segunda ola de calor, con lo que nos machacan un día detrás de otro? No hay tercera ni cuarta ni nada. Llevamos sudando la gota gorda desde mayo y no ha aflojado ni un solo día. ¡Joder¡ Estamos instalados sin remedio en el Caribe colombiano y recuerdo, cuando Juan Alberto Belloch me mandó unos meses a Barranquilla a abrir una cárcel, para que los etarras se olvidaran de mí y yo de ellos, cosa que no consiguió. Creía que no se podía pasar más calor. Todo el día en proceso de licuación y hecho un paría con las camisas vergonzosamente manchadas, sudando como los pollos e impresentable. Se podía pasar más calor que en el Caribe: en Alicante en julio y agosto. Con olas que no paran y se encadenan una detrás de otra. Impiden hacer uso del matrimonio – por eso estamos de tan mala leche-, impiden pasear, leer, escribir…
Ponga usted el aire acondicionado, me dirán. Pues está para eso el bolsillo, como para dilapidar los kilovatios y desobedecer las órdenes de Sánchez, que anda el hombre maldiciendo su mala suerte. Echa a Rajoy de la Moncloa y le toca, primero la pandemia del virus de los chinos; luego la guerra de Ucrania con sus efectos económicos determinantes y después las olas de calor que aprovechan los hijoputas para pegar fuego en los montes. A este presidente, y a su gobierno en pleno, los ha mirado “El gato tuerto”.
Yo estudiaría – convirtiéndome de momento en aquel predicador calé al que Rajoy metió en la comisión de reforma del código penal- revisar las penas a los incendiarios. Aumentarlas y ver la posibilidad de instaurar las penas corporales: unas hostias bien dadas, le endiñaba yo a todo el que prendiera fuego en un monte, que llevamos doscientas cincuenta mil hectáreas quemadas. Una catástrofe ecológica sin precedentes. El 40% de todo lo quemado en la Unión Europea. Menuda mierda de mundo le vamos a dejar a nuestros nietos – sí, a ese al que la Renfe hizo venir solo desde León hasta Alicante y lo dejó deambulando por los andenes sin que, por motivos de seguridad según el mastodonte con chaleco fosforito, su abuelo pudiese traspasar la puerta de cristal para buscarlo. A ese y a varios millones de hijos y nietos más-.
Por si nos faltaba poco, los chinos están sacando músculo y rodeando Taiwan para impresionar a los americanos por la visita de la abuela Pelosi a la isla, que consideran un acto hostil. Los rusos andan amenazando ahora con la central nuclear de Zaporiya, después de haber masacrado en Ucrania a todo el que han podido. Es, por ahora, una pelea a tres para ver quien la tiene más grande. Puros macarras de barrio, eso sí, con un capitalismo salvaje detrás que saca tajada de la venta de armas, aviones, gas, petróleo y lo que se ponga por delante. Todo por la pasta. Tanta gilipollez me sobrepasa. Occidente entero anda acojonado con el invierno que se echa encima y Putin – dicen las malas lenguas- tira el gas que no manda a Europa. Hay que tener mala baba.
Lo del invierno me trae al fresco. He rescatado, y los tengo preparados ya, los calzoncillos blancos de la mili, aquellos que llevábamos en El Ferral del Bernesga donde no había calefacción y los chupones de hielo, como estalactitas, colgaban de los tejados de un modo que parecía eterno. Nunca vi el suelo de El ferral, solo nieve. Los marianos de felpa los tengo, los guantes de lana, los patucos que encajan en unas zapatillas con la cara del Oso Baloo, el del libro de la selva, y dos botellas de orujo marca “El gato tuerto” que me ha regalado Santiago González, que es muy de derechas pero buena persona. Que venga el frío sin el gas de Putin, que lo estoy esperando. Me llevaran cogorza al Perpetuo Socorro, pero no me llevaran en estado de congelación.
¿Es posible criticar a los jueces? ¿Se pueden criticar sus sentencias como se critica al presidente del gobierno, al alcalde, al concejal de los motivos de seguridad o al señor del peluquín?
Cambiemos de tema. ¿Han oído ustedes las voces y la pelea casi a navajazos que tuvimos ayer los miembros del equipo jurídico de “El gato tuerto”? La causa de la bronca era puramente intelectual, una bronca dialéctica, aunque estuviera a punto de dirimirse con navajas de Albacete. Eran tres mujeres y un servidor, y no quise abusar de mi capacidad física de cachas de gimnasio. La discusión teórica tenía una clave en la que no conseguimos ponernos de acuerdo. ¿Es posible criticar a los jueces? ¿Se pueden criticar sus sentencias como se critica al presidente del gobierno, al alcalde, al concejal de los motivos de seguridad o al señor del peluquín? No hubo acuerdo. El consenso fue imposible porque creo que todos andábamos contaminados del miedo de los políticos: las sentencias se acatan sin rechistar – he oído dos o tres mil veces-. Se recurren hasta la extenuación, si hace falta y, cuando se acaba la posibilidad de recurso, se acatan y a callar. Como decían antiguamente los curas: “Roma locuta, causa finita”. O sea, ha hablado la santa sede y se ha terminado la discusión, como si habla el Supremo. ¿Hasta dónde llega la libertad de expresión ejercida, evidentemente, con respeto? ¿Solo se puede ejercer la critica ajustándose al derecho procesal a través de los recursos? ¿Es posible discrepar en voz alta? Esta fue la discusión y la hemos vivido más veces con otras personas como ejercicio de democracia.
Todo eso hasta que llegó Hans Küng y echó por alto el dogma de la infalibilidad, que bien que jodieron al pobre lo que le quedó de vida, como si la Inquisición hubiera resucitado.
No hubo acuerdo ni con dos botellas de blanco de Alicante y dos gin tonics por barba después que salimos todos perjudicados – nótese que no uso el lenguaje inclusivo, una gilipollez-.
¿Se acuerdan cuando los medios no hablaban absolutamente nada del rey? Era un tema tabú y ya podía Campechano I tener una novia, matar elefantes en Sudáfrica o lo que quisiera. Silencio absoluto. Esos tiempos pasaron afortunadamente a la historia y yo creo que los jueces – tengo como cuarenta amigos grandes que son jueces y fiscales y los admiro prácticamente a todos- tienen que ser seres humanos como los demás, criticables por tanto ellos y sus resoluciones.
Estoy de luto. Se ha muerto Olivia Newton-John. Esta mujer me volvió literalmente loco cuando estrenó “Grease” con Travolta en el año setenta y ocho. Yo era un recluta desarrapado, olvidado de Dios y de los hombres, hambriento – en el famoso Ferral del Bernesga del que he recuperado los calzoncillos largos de felpa- y ella, con su música, su pantalón de cuero y su físico espectacular, me liberó de la mili durante una tarde de domingo en la que fui libre. ¡Maldita mili! Volvería a ella sin dudarlo, haría el doble, con guardias e imaginarias, si recuperara la edad para poder coger de la mano románticamente a quien ella sabe y no digo el nombre para que no se cabree su marido y venga con el kalasnikov a ajustar cuentas.
De nuevo me refugio en la literatura. ¡Qué pedazo de memorias ha sacado de su recuerdo mi amigo, Fernando Schwartz! ¡Qué vida tan rica, tan ajetreada, tan llena de experiencias intelectuales, humanas, políticas y hasta sexuales! ¡Cuánto daríamos todos por tener cerca a esa modelo norteamericana! Fernando, sí que has tenido una vida con suerte. ¡Qué bien describes las puñaladas de la política! ¡Como pelean los miserables para vengarse y qué pobres de espíritu son!. Fernando y yo -salvando las distancias siderales- somos casi gemelos. Él tomó posesión en mayo del setenta y siete como cónsul de España en Londres y yo como funcionario pelado en la vieja cárcel de Benalúa. ¿A que es casi igual? Ya lo he dicho, prácticamente gemelos.