Tenemos un problema
Putin ha sacado a pasear el submarino Belgorod, equipado con un misil de tamaño familiar al que llaman Poseidón, que reduce a cenizas a una superficie del tamaño de la Comunidad Valenciana
Este país, hoy, a principios de octubre de dos mil veintidós, con la inflación desatada, con las bolsas en caída libre, con el otoño caliente del que todo el mundo avisa, con los ninis que crecen y pululan sin dar un palo al agua, que no estudian, que no trabajan y que no tienen visos de querer aportar ni medio grano de arena a la hucha de las pensiones, con el hijo de Putin amenazante. Con dos mil tragedias más – que cada uno tiene varias para contar- solo tiene un problema: la marquesa de Griñón, una chica guapa, simpática, pija hasta decir basta, más que de la alta sociedad, de la estratosférica. Esa niña divina de la muerte, ha sido engañada. El que le juraba amor eterno, otro niño bien – a todos estos les llaman empresarios, aunque no sé de qué, lo mismo son parecidos a esos de las mascarillas, un tal Luceño y un tal Medina- pues bien, ese niño bien – con perdón de la redundancia, le ha apuesto los cuernos a toda una marquesa. ¡La madre que me parió, la que ha liado! ¡Qué dislate! ¡Qué pecado mortal!
Vamos a ver, chaval, ¿cómo se te ocurre morrearte con una desconocida en el mogollón de una fiesta, en Norteamérica? Ahora, con los móviles y con los yutús, y los tuiter y los intagranes, te pillan siempre porque hagas los que hagas y a la hora en que los hagas, siempre hay un listo grabando, o paseando al perro, o tomando el fresco en el balcón, o con insomnio, o con angustia existencial y aprovecha el tirón para ir con el móvil grabando. Ese, que no te lo esperas, te graba y te monta el pifostio. Ni aunque se te insinúe “pretiguoman” puedes caer en la tentación que es una trampa mortal.
Te voy a poner un ejemplo: yo no soy nadie. El otro día me enamoré sinceramente. Como para casarme si ella me lo pide en cualquier momento. Con el rollo de estudias o trabajas, vienes mucho por aquí, no he visto una mujer más guapa en mi vida – verdad absoluta como la deontología kantiana- y que música escuchas habitualmente, pegué la hebra. Las preguntas eran una novedad en mi vida porque yo de joven no me tiraba ni al suelo y ya de mayor… hace poco me apunté a un viaje del Imserso y la vieja que me tocó al lado me hizo la ficha de una manera brutal. Ni los grises cuando Franco. Si se entera el sicario, ese que escribe noticias falsas en el libelo ultraderechista, le hace un monumento a la abuela por su habilidad y copia la ficha para interrogar a cualquier rojo al que quiera fundir con sus ensoñaciones psicópatas. La vieja – repito- empezó el cuestionario a lo bestia, sin dar un respiro: ¿tienes casa? ¿tienes coche? ¿conduces o te han quitado el carnet por incapacidad? ¿tienes paga? ¿tu casa tiene hipoteca? ¿en qué banco tienes la cuenta? ¿y las tarjetas? Por un momento pensé que estaba hablando con mi agente la del bebeuve.
A lo que voy, que se me va la olla. Que me enamoré sinceramente. Le dije que sus dientes eran como perlas y sus labios como dos rubíes , sus ojos dos luceros matutinos y que sus piernas kilométricas y bamboleantes ponen a la calle entera contra la pared solo con salir de casa y que me llevara con ella, exclamé suplicante, aunque solo fuera para barrer – de momento, luego ya veríamos-. Por un momento me vino el arrebato de darle un pico – que es como lo llaman ahora- y hasta me pareció que consentiría porque tampoco me parecía romántico pedirle un consentimiento escrito y previo para eso. El soplo divino me visitó en ese momento. Me dije a mí mismo: ¡Mi mismo, no lo hagas! Alguien puede estar grabándote. Si te pillan en esa, con tu señora en casa, reforzada y embutida, con la bata boatiné abrochada, calzadas las zapatillas de paño y pompones, los bíceps y los dorsales tensos como las cuerdas de la ballesta de Guillermo Tell, si te enganchan con el video como prueba de tu infidelidad flagrante, además de llevarte unas hostias como panes y no poder ni reclamar porque a ti la ley no te protege, te ves en la puta calle y durmiendo en un soportal. Ahora, cuando aún no ha entrado el frío pase, pero ¿y si llegas a enero sin que Putin apriete el botón nuclear? ¿Dónde duermes? ¿Dónde comes? ¿Dónde y con qué jabón te lavas la ropa?
¡Gilipollas! Te ves durmiendo, con suerte, en un piso patera, en una habitación aglomerada con dos moros, dos rumanos y un mariquita venezolano que te hace proposiciones lúbricas por las noches. ¡Imbécil!
He oído decir a Borrell que la guerra montada por los rusos en Ucrania ha tomado un cariz nuevo y preocupante
Ahí vi la luz, el pánico me iluminó, eso que los filósofos alemanes - Fichte, por ejemplo- llaman el insight. Resolví el dilema de inmediato y me privé del placer de dioses que habría supuesto, siquiera un pico pequeño, a aquel bellezón. Eso, además de la frustración eterna que conlleva verse privado de una expectativa olímpica – del Olimpo, de los dioses que andan por allí- me ha generado una tranquilidad monástica y vivo ahora, añorante, triste, pero sin amenazas a mi integridad ni expectativas de dormir en un cajero automático.
Tampoco me importa demasiado a estas alturas de mi anarquismo y con el hijo de Putin con la mano en el botón rojo del desenlace atómico.
He oído a Borrell, un tipo que me cae bien y con el que tomé un café en Florencia, estando un servidor de luna de hiel. Dice Borrel, tío listo y que sabe de cojones, que la guerra montada por los rusos en Ucrania – con la inestimable ayuda americana, que hay que vender las armas y las bombas que se fabrican para que no quiebre la industria armamentística- que esa guerra ha tomado un cariz nuevo y preocupante.
Los rusos están retrocediendo en el terreno conquistado, los ucranianos ayudados por occidente, se recuperan un conquistan lo que les han quitado. Putin tiene algo – muy poco porque los dictadores sanguinarios y estalinistas acojonan- de contestación interna. Lo peor que puede pasar es poner contra la pared a un animal de este calibre, acorralarlo. Y ahí viene lo fuerte. Ahora todo el mundo – los coreanos del norte, los americanos, los rusos- hace ensayos de misiles. Putin ha sacado a pasear el submarino Belgorod, equipado con un misil de tamaño familiar al que llaman Poseidón y familiarmente el misil del Apocalipsis. O sea, que reduce a cenizas, y ni eso siquiera, a una superficie del tamaño de la Comunidad valenciana con toda la gente que hay dentro.
Me la suda. Los que la han liado que las deslíen. No pienso perder el sueño por la caída de las bolsas, ni por la inflación ni por los botones que pueda apretar el hijo de Putin. Yo tengo ahora mismo un único problema que es el que me transmiten las revistas del corazón, de los riñones y del hígado: ¿Qué pasa con los cuernos de la marquesa? ¿Va a perdonar al crápula? ¿Tendremos boda con la novia blanca y radiante? ¿Ira la madre con su novio, ese que los alumnos de los nuevos planes de educación no identifican como escritor? ¡Joder! Esto si me hace perder el sueño, me tiene en ascuas.
- Manuel Avilés
- Escritor