Berrea universitaria
En mi juventud viví episodios de machismo e insultos, exponentes de prepotencia masculina. El tipo que se sentaba detrás de mí en el colegio me decía todos los días: “Nombela, te vamos a mat
Seguimos en muchos aspectos como en tiempos de las cavernas, pese a hallarnos ya en pleno siglo XXI. El desarrollo social, la era de la información y la educación en igualdad, que aparentemente presiden nuestras vidas, deberían habernos llevado a una sociedad más justa, en la que se estuviera ya palpando la igualdad real entre hombres y mujeres. Pues aún queda trabajo por delante.
Soy consciente -lo digo mil veces-, de la enorme suerte que tengo al ser una profesional universitaria, con mi propio despacho como abogada, clientes que me encargan sus asuntos, y la libre disposición tanto de mi persona como de mis bienes. Pertenezco a ese 5% de las mujeres del mundo. Quedan aún muchos reductos de machismo salvaje, muchos países en los que la mujer tiene menos derechos que el hombre -como Irán, Arabia Saudita o Afganistán- en los que francamente no se me ha perdido nada de nada. Supongo que habrán recibido en estos días un vídeo de una tal Tina, que se dice iraní viviendo en París, que reclama que nos solidaricemos con su causa. En Irán las mujeres están dando un paso adelante para liberarse de las imposiciones del velo islámico, que fueron el motivo de la muerte de una compatriota de Tina, hace unos pocos días. Mi solidaridad está con ellas, con esas valientes que se están jugando la vida por su derecho a no ser obligadas a llevar el velo. Estoy, como no podía ser de otro modo, con todas las mujeres que quieren ser libres e iguales a los hombres, que no quieren imposiciones machistas y que reclaman respeto en las mismas condiciones que los hombres.
En este entorno e, insisto, en pleno siglo XXI, los insultos proferidos por unos becerros asilvestrados del colegio mayor universitario Elías Ahúja la pasada semana contra las alumnas del colegio mayor Mónica me parecen, aparte de anacrónicos, profundamente ofensivos para todas las mujeres, no solo para las colegiales aludidas. Se han pasado cuarenta pueblos y merecen la reprobación de toda la sociedad. No es un hecho que se solucione con la mera expulsión del colegio mayor de los infractores, sino que en este tipo de conductas se huele el tufo a naftalina de una sociedad reprimida, en la que los varones no encuentran su sitio y lo quieren defender a base de imposición y de amedrentar a las féminas, con las que obviamente les cuesta relacionarse. Son procederes salvajes y anacrónicos, que creíamos ya erradicados.
En mi juventud viví episodios de machismo e insultos, exponentes de prepotencia masculina. Lo he contado mil veces: el tipo que se sentaba detrás de mí en el colegio me decía todos los días: “Nombela, te vamos a matar”. En su cara, mandíbula de cromañón con prognatismo incluida, había odio, no sé si porque yo sacaba buenas notas, porque era progresista o porque llevaba una coletilla a lo Miguel Bosé, pero el caso es que el tipo aquél -hoy catedrático, lo que son las cosas- me insultaba y más de una vez mis amigas y yo tuvimos que salir escoltadas del colegio por Leíño o Matute -gracias a los dos, que siempre os recuerdo con agradecimiento- por las amenazas de que él y sus amigos nos iban a pegar. Menudos machirulos apestosos.
Espero que los siguientes mamuts en época de celo se metan la lengua en el mismísimo trasero de aquí en adelante
Han pasado ya treinta años de aquellos episodios, y todavía me acuerdo, hasta del día que desmonté los insultos y las amenazas, cuando les planté cara y les dije que no tenían lo que había que tener, lo que se demostró acto seguido porque efectivamente ni fueron capaces de responder. Hay mucho de cobardía, en realidad, en este tipo de comportamientos. Hay machismo, intransigencia, deseo de dominar a las mujeres, y un odio atroz que no sé quién se lo ha inculcado, aunque me lo imagino. De gatos, gatitos.
Una vez detectado el problema Ahúja-Mónica, tenemos que romper esta dinámica y tratar de hacer que la sociedad, en su conjunto, pase página de este tipo de situaciones y las repruebe, para que no se repitan. E insistir hasta la saciedad en la educación en valores y en la emocional. Creo que la Fiscalía hace bien en tomar cartas en este tipo de situaciones, para tratar de dar un escarmiento ejemplar. Si no es por convicción, tanto me da que sea por miedo a que los emplumen penalmente, pero espero que los siguientes mamuts en época de celo se metan la lengua en el mismísimo trasero de aquí en adelante, antes de insultar de esta manera a las mujeres, por el mero hecho de serlo. Y también espero que los directores de los centros educativos, de los colegios, los institutos, las residencias, las universidades y demás lugares en que conviven tantos jóvenes no sigan mirando para otro lado y haciéndose los locos. Hay que atajar los comportamientos abusivos, sean cuales sean, y detectar y castigar las vejaciones a las mujeres, entre otros colectivos tradicionalmente estigmatizados.
- Mónica Nombela
- Letrada directora de Nombela Abogados