¿Quién puede confiar en la justicia?
¿Les importa, a unos y otros, la Justicia, los ciudadanos, el buen funcionamiento de esa maquinaria imprescindible?
Ahí va una batalla del abuelo cebolleta, perdón, dos. De estas batallas, pelmazos y plastas, también es posible aprender algo.
Corría el año mil novecientos ochenta y nueve. Yo era subdirector de régimen de Fontcalent – el que lleva los asuntos jurídicos de los presos, sus causas, los tribunales de quien dependen, etc…- y sustituía al Director cuando este faltaba por algún motivo. Un día, un etarra llamado Beloki Cortajerena, que decía de sí mismo: ¡tengo una mala hostia que no me aguanto!, mandó una instancia pidiendo algo y la encabezó diciendo: Beloki, prisionero político vasco, y tal y tal. Le devolví la instancia poniendo al margen:” limítese a poner su nombre, el módulo en el que está y lo que pide. Aquí no hay prisioneros políticos. Esto no es el Chile de Pinochet ni el Irán de Jomeini”. Creo que ahí empezó mi larga trayectoria de enfrentamientos con los etarras y sus adláteres – léase batasunos de entonces y abogados que eran tan etarras como los primeros-. Lean si no me creen #Deprisionesputasypistolas y lo ven punto por punto.
Me equivoque en mi afirmación, aunque entonces estaba convencido de ella. En España hay presos políticos. Me explico.
Dice la escuela crítica de criminología – de cierta inspiración marxista y en la que me encuadro- que los códigos penales y todos los demás, definen modos de entender la vida y las relaciones humanas y que son los poderosos quienes los establecen. ¿Conocen ustedes a algún peón de albañil, camarero, bedel o sepulturero, que haya sido autor de algún artículo del Código Civil, Penal, Procesal, Mercantil u otro? Las políticas criminales, económicas, sociales… las que sean las deciden los que tienen el poder. Y las aplican los jueces, que también tienen el poder en tanto que dictan autos y sentencias que te pueden liberar de un yugo o hundirte en la miseria. ¿Hasta ahí estamos de acuerdo?
Llevamos cuatro años con los órganos directivos de los jueces caducados – algo impensable en un Estado democrático y de derecho-. El Consejo General es un órgano esencial pues aparte de nombrar, proveer de expedientar, etc.. es el órgano de gobierno de ese poder esencial. ¿Qué decir del Supremo y del Constitucional? Esos órganos resuelven recursos cuando uno se siente indefenso o piensa que el tribunal que primero vio el caso no aplicó la ley como debiera.
¿Cuál es el problema? Muy fácil. Los partidos políticos quieren meter la cuchara, mangonear en ese procedimiento de composición de órganos tan importantes porque metiendo la cuchara y colocando a sus clientes - vean el significado etimológico de la palabra cliente, que viene desde el Derecho Romano y no ha cambiado nada-, colocando a sus clientes, repito, tiene ya un punto importante para cuando le toque jugar. Recuerdo, en ese sentido, una frase del señor Ignacio Cosidó, director general de la Policía entre otros cargazos: “Controlaremos la sala segunda desde atrás”, aunque rápidamente, soltó la consabida excusa: se me ha malinterpretado. #mecagoentoloquesemenea.
A qué se refería con ese “controlaremos desde atrás”. No me hagan decir más de lo que quiero porque ustedes que leen lo que escribo son personas inteligentes y saben las facturas que se suelen intentar pasar cuando te asignan un puesto deslumbrante.
En fin, que los partidos que parten la pana y el bacalao, pretenden colocar a sus fieles para tener una red que sirva para lo que sirven todas las redes. Y esto ha sido así desde que el mundo es mundo y vale para monarquías, repúblicas, iglesias. Cabildos catedralicios, arzobispados, congresos, dumas y para todos los sitios, organismos y lugares en donde se decidan las cosas importantes que afectan a todo lo que se menea.
Los golpistas catalanes que tienen un poder del copón porque para eso sujetan al gobierno donde está
En esas estamos y como la democracia es el menos malo de los sistemas para meter en vereda al populacho pues los dos grandes partidos parecía que estaban de acuerdo en el reparto de cromos. Saca tú a este y yo saco a la otra. Que no. Pon tú a este y yo pongo al de más allá.
En estas llegan los golpistas catalanes que tienen un poder del copón porque para eso sujetan al gobierno donde está. El delito de sedición, que es el nuestro, tienes que rebajarlo de cojones. Y dice Sánchez: lo rebajo y vosotros me aprobáis los presupuestos. ¡Putamadre! y ahora nos vamos a la cúpula de cristal del Palace, frente al Congreso, y nos metemos unas Alhambras verdes para celebrarlo. Presos políticos aquellos de los que hablábamos.
Feijoo estaba el hombre pensando que Orwell andaba en 1984 escribiendo el libro del mismo nombre. También pensaba que García Márquez estaba escribiendo en completa soledad durante cien años porque sus asesores, hombres de partido, eran analfabetos literarios. Se entera del contubernio y decide romper la baraja. ¿Les importa, a unos y otros, la Justicia, los ciudadanos, el buen funcionamiento de esa maquinaria imprescindible? #mecagoentoloquesemenea. A ver si aprenden los abuelos pensionistas lo que valen un par de decenas de diputados para poner al gobierno a hacer las cosas.
Segunda batalla de abuelo cebolleta. Estaba recién llegado a mi oficina de Director de Nanclares de la Oca y se presenta un sindicalista al que no conocía porque a trabajar, lo que se dice a trabajar, no iba. Representaba a un sindicato que se decía de izquierdas y luego devino – nótese mi dominio del lenguaje hegeliano y su dialéctica- devino, digo, en sindicato muy de derechas, vistos sus pactos. Muy buenas – saluda el jeta con la confianza que da el haber comido muchas veces en el mismo plato, aunque yo no lo hubiera visto en mi vida-. Vengo a negociar. Usted dirá de qué tenemos que negociar – contesto, intentando ser asertivo, en lugar de mandarlo directamente a la mierda, al intuir el percal-. Pues es que ha salido una plaza de jefe de tal y tal y esa tiene que ser para mí. Respondí como si fuera gallego en lugar de andaluz: ¿Cómo voy a poner yo en la plaza de jefe de tal a un señor que no aparece por aquí, liberado, con qué cara puedo mirar a los que están todo el día batiéndose el cobre, dando la cara, colocándoles de jefe – cobrando más evidentemente- a un tío que no aparece por el ruedo? Pues si esa plaza no es para mí, tendremos problemas. No se preocupe usted – respondí respirando para no mandarlo a tomar por el mismísimo culo- para eso estamos y a eso estoy acostumbrado desde pequeño, a resolver problemas. No tengan reparo en cagarse en mi puta madre porque la tengo plastificada, pobrecita mía, con esta profesión tan jodida en la que he ido a dar. Seguramente por no tener estudios ni cabeza bastante para ser magistrado, notario o registrador.
Me viene esta batalla a la cabeza porque un amigo mío - sucesor en el puesto de jefe de la policía de Gijón-, ha escrito un libro extraordinario. Es un buen policía, un intelectual magníficamente dotado y un gran escritor. Ha escrito un libro sobre “La matanza de Atocha” que recomiendo vivamente porque parece un acta notarial de los crímenes horrorosos que perpetraron aquellos fascistas buscando la vuelta del franquismo. Hay en él, como ficción, una figura de un comisario llamado Gorgonio que tiene retranca y humor corrosivo. El autor, Alejandro Gallo, se atreve a novelar y parodiar a algunos sindicalistas que “que usan las horas sindicales no para defender a sus compañeros sino para sus intereses privados”. ¡Cuánto podía yo hablar de eso! Lo mismo que ahora se habla del grito sindical ¡a las mariscadas! En lugar de a las barricadas. Alejandro se ha atrevido a que el comisario Gorgonio critique a los vividores y claro, las fuerzas vivas, prestas a luchar por los derechos de los trabajadores – trabajador para algunos de ellos es una metáfora-, se han sentido ofendidas y prestas a luchar por su momio. El aburguesado “establiment” sindical, defiende su chollo y va a la Junta de Personal del Ayuntamiento. ¡Qué miedo!
Querido Alejandro, como decía Saulo, el apóstol que no conoció a Jesús de Nazaret, “no se puede pegar coces contra el aguijón”. Los chollos se defienden con la misma energía que no se usa para dar el callo en aquel sitio del que cobras. ¡A las mariscadas! Va a ser desde ya nuestro grito de guerra, como el de ese artículo impagable cuya lectura también recomiendo de Juan Manuel Jiménez, dado de baja motivadamente en un sindicato de clase.
Escribir, lo sabes de sobra, es una profesión de riesgo. Ya verás la que se me va a liar a mí con #elgatotuerto, que acaba de salir del horno y anda rampante por las librerías.
Los inquisidores son enemigos de la libertad y si nos quieren quemar, arderemos felices en la hoguera porque ellos también van a palmarla antes o después y solo serán recordados por la miseria de sus ideas y su conducta. Te están haciendo la campaña de publicidad gratis. Invítalos a café a todos o a una representación, que son muchos y te joden la paga de Navidad.