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El alcalde, los libros peligrosos y los moteros

Se cumplen treinta años del crimen de Alcasser. Otra conducta aberrante de unos desalmados cuyas víctimas fueron tres chiquillas que estaban en el peor sitio en el peor momento

El alcalde, los libros peligrosos y los moteros

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Hoy iba a empezar dándole cera al alcalde Barcala – buen hombre, inteligente, buen gestor, honesto, cercano…, pero apresado por su entorno y por las decisiones de quien no tiene ni puñetera idea de lo que quiere la ciudadanía-. Yo lo votaría, pero… tendría que empezar por prescindir del concejal de seguridad y de algún otro con poca o ninguna idea.

Pensaba darle cera a Barcala, como jefe del ejecutivo municipal, pero tengo que empezar por un libro. Tranquilos que no voy a dar la lata con El Gato tuerto. Ese Gato desvergonzado, sabihondo, resiliente y anarcoide va como la seda aunque, como siempre que uno dice verdades como puños, desde la independencia – mi interés personal en la historia que cuento en el gato es cero, aunque vi una novela importante desde el primer momento en que conocí el caso- siempre que uno escribe desde la independencia, le surge algún problema en forma de queja o protesta más o menos airada.

No hablo de “El Gato tuerto”, hablo de otro libro que me viene a la mano el domingo por la tarde. Los domingos suelen ser, por la tardes suelen ser tediosos y aburridos, con ñordos intragables en la televisión y con la “espada de Demóstenes” – no me corrijan que la morcilla es a propósito-, de la semana laboral que se viene encima.

Suena el teléfono y me espabila en mi orejero: ¿te acuerdas de Gema Peñalosa? ¡Cómo no voy a acordarme! Era una chiquilla despierta, inteligentísima, con chispa y con la mala leche imprescindible - incluso un poco más- para ser una buena periodista de sucesos y tribunales. Emigró a Madrid, a la fuerza ahorcan, porque la aventura periodística, hoy, es una carrera de obstáculos, de zancadillas, de trampas mortales por doquier. Muchas más de las que salen en cualquier película de chinos.

Gema Peñalosa ha escrito un libro importante con una base real evidente. “Fuego”. La historia de una mujer que buscó justicia en una botella de gasolina. Este libro nos trae a la memoria, con una documentación y una profundización exhaustiva, un caso real que tuvo lugar hace más de veinte años en Benejúzar, en la Vega Baja alicantina.

¿Cómo explicas todo eso al padre de la niña que estaba allí machacado por el dolor y al borde de la locura por el mismo?

Un tipo deleznable, un psicópata de libro, viola a una niña de trece años. Es detenido, juzgado y condenado. Hasta ahí todo funciona perfectamente en el ámbito de la justicia. Me gustaría haber visto su expediente carcelario, para tener una información más completa de semejante sabandija. ¿Fue venganza, hacer efectiva la viejísima ley del Talión? ¿Hablamos de reparación del daño por las bravas con las mismas armas del agresor y saltándose todos los protocolos establecidos por el derecho procesal o penal?

Es muy complicado. He conocido a mil violadores, a mil asesinos, a mil ladrones y a muchos más. No sabemos cómo duele un delito hasta que somos víctimas de él. ¿Qué haría yo - feminista sin duda, defensor de la mujer contra toda agresión, sea quien sea del que provenga- si violaran a mi hija, mi nieta, mi hermana o al amor de mi vida? Tal vez buscaría, como aquella mujer de Benejúzar una botella de gasolina, el cuchillo de Rambo, una pistola “de extranjis” y mandaría al diablo al hijoputa que arruinó mi vida arruinando la de cualquiera de mis seres queridos. Una cosa es la teoría – ley, orden, sentencia, cumplimiento, reinserción- y otra vivirlo en la propia carne. Lo entiendo.

Se cumplen treinta años del crimen de Alcasser. Otra conducta aberrante de unos desalmados cuyas víctimas fueron tres chiquillas que estaban en el peor sitio en el peor momento. Viví ese caso de cerca porque tomé posesión de la Dirección del Centro Penitenciario de Valencia cuando encontraron los cuerpos de las niñas. Me encargaron – uno de los muchos marrones que me comí en esos años de etarras junto con la salida forzosa de Nanclares por la planificación de mi muerte por parte de la banda terrorista- me encargaron dar la cara para que me la partieran en un programa de televisión y del que la directora general – inútil integral- se escaqueó porque “ ella era política y no quería exponerse al linchamiento”.

¿Cómo explicas que Anglés era, hasta entonces, un preso normalizado que jamás había dado señales de poder cometer aquella barbaridad? ¿Cómo, que revisado su expediente, que me aprendí de memoria, solo se veía un ordenanza de electricista servil y currante que había llevado al huerto al equipo de tratamiento con su apariencia angelical de niño mono y desvalido? ¿Cómo explicas todo eso al padre de la niña que estaba allí machacado por el dolor y al borde de la locura por el mismo?

En medio de tanta tragedia vámonos ahora por el alcalde, salvando las distancias. No hablo de la gran patochada que, lejos de dejar un “corralito” para bellezas y tres o cuatro autoridades contadas, convierte la plaza de los luceros, con la excusa de la seguridad, en un espacio para enchufados y colegas. No hablo de la gran patochada, fruto de una inteligencia simple como el mecanismo de un botijo, de multar a los mendigos. Si yo tuviera setecientos euros, no estaría mendigando sino tomando el aperitivo en Luceros. Otra cosa son las mafias que traen lisiados, tullidos, deformes y todo tipo de menesterosos para dar pena, y los colocan como un empresario sitúa estratégicamente a sus trabajadores. Busque la policía y detenga a esos mafiosos, pero no sean como aquella concejala analfabeta que me decía: hay que sacar a los mendigos del centro. ¿Y dónde los ponemos? ¿En la periferia, en los barrios populosos? Eso es como barrer y meter la basura debajo de la alfombra.

La peor norma es la que no se cumple. Esto lo dije hace treinta años y hasta cogió la frase como bandera un sindicato muy de derechas

Leo en un periódico solvente una noticia que me asombra, si es que aún tengo capacidad para esa emoción, salvo cuando el amor de mi vida cierra los ojos y suspira.

Señores moteros, presten atención: “Multas a motos que aparcan en zona azul y naranja por incumplir la norma”. ¡Cojonudo! Hay una ordenanza prohibiendo ese aparcamiento. Cojonudísimo.

Soporto cada mañana, a las 7,45 porque madrugo pese a ser un anciano desocupado, ocioso y en la ruina, el atasco del Cabo de las Huertas y la Cantera hasta pasar el Puerto. Un coche, un ocupante. Todo terrenos, mercedazos, bemeuvazos, infinitis, SUV de todas las hechuras y colores -muchos ucranianos, qué raro-. Contaminan, atascan, ocupan… pero hay que meterse con las motos que desatascan, contaminamos menos y ocupamos menos sitio. Vendo Nissan impecable con cincuenta mil kilómetros por asco y por no querer usarlo.

En el artículo hay una frase alarmante: “Fuentes de la Jefatura…aseguran que no ha habido ninguna orden concreta a los agentes de empezar a multar a las motos que incumplan la ordenanza, que – según añaden- sancionar es cuestión que está en manos de los agentes”. #mecagoentoloquesemenea.

A ver si me he enterado. La ordenanza está. Los policías pueden cumplirla o no cumplirla a su libre albedrío y, que me multen o no, depende de la voluntad del agente concreto en el momento concreto.

La peor norma es la que no se cumple. Esto lo dije hace treinta años y hasta cogió la frase como bandera un sindicato muy de derechas. Añado ahora otra: Mucho peor que no cumplir una norma es cumplirla unas veces sí y otras no, a capricho, según me pille.

Estoy deseando que me multen. Ese día haré una batida en cien metros a la redonda para ver si están multados todos los moteros y acudiré al Constitucional. A ver si es verdad lo del Estado de Derecho o nos hemos cargado, con unas gilipolleces y otras, la seguridad jurídica de que presumimos. Querido Luis Barcala ¿quieres que te haga la campaña? Con el equipo de los socialistas la tienes casi ganada pero… esas meteduras de pata…