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Pánico en la Moncloa

Irene Montero quiere ser eterna en la memoria de España con la ley del sí es sí. Parece que hubiera inventado el delito de violación y el código penal, todo de un golpe

Pánico en la Moncloa

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Inevitablemente me viene a la memoria – el 20-N- el día en que murió el dictador Franco. Cuarenta y siete años hace que el pobre Franco, tan experto en cárceles y torturas durante tantos años, murió después del encarnizamiento terapéutico que sufrió a manos del equipo que lideraba su yerno el Marqués de Villaverde, muy marqué pero muy mal médico. Estudiaba yo entonces Filosofía, residía en un colegio mayor y todos esperábamos como agua de mayo la muerte del militar que había tenido al país bajo su bota durante cuarenta años. No hay mal que cien años dure. Hoy hace cuarenta y siete que murió el hombre, aunque siga teniendo todavía sus fieles.

En aquella época, con los telediarios plagados de partes médicos sobre la enfermedad de Franco, sabíamos que si se moría - era lo que nos interesaba con diecinueve años- habría algunos días sin clase, con las calles tomadas por la Policía y todos acojonados “por lo que pudiera pasar” con los fascistas afilando los cuchillos para no soltar el poder. He ahí la clave, el amor al poder, el querer seguir siempre en la moqueta con el coche oficial y la escolta, que en eso no hemos cambiado.

Un gordo malagueño, que estudiaba ya con el pelo blanco y una rodillera para mitigar su evidente cojera, era el único que tenía radio y despertador – un capitalista junto a tantos desarrapados, al que por su volumen apodábamos “el tonel”- y era el que nos llamaba por las mañanas para iniciar el día porque entonces íbamos a clase, estudiábamos, tomábamos apuntes y dábamos el callo, no se hacían carreras en el bar ni se estudiaba en ninguna nube.

El gordo malagueño - apellidado Molero, sigamos haciendo ostentación de la buena memoria- estaba aleccionado: antes de llamarnos pones la radio y, si hay música clásica o música militar es que se ha muerto. No nos llames que no habrá clase.

Cumplió el tío como un jabato. Oí abrirse su puerta y una voz de predicador potente que decía: “que se ha muerto, podéis seguir durmiendo”. Un escalofrío me recorrió el espinazo porque incluso en la dictadura uno tenía la seguridad del esclavo. Comíamos todos los días, vigilábamos a la policía social que controlaba las clases y corríamos delante de ella en las protestas universitarias casi diarias y en las que más de un gomazo en la espalda nos llevamos.

Recuerdo perfectamente las manifestaciones contra Pinochet por la muerte de Víctor Jara, las que se hacían en Granada contra Videla y sus secuaces de quienes Franco era colega. Todos los políticos, luego, se decían luchadores contra Franco, pero yo vi por allí muy pocos. María Izquierdo, profesora de lengua española. José Antonio Pérez Tapias, el que perdió contra Sánchez para liderar el PSOE y…para de contar porque los otros que corríamos nunca llegamos a nada. De los que luego se llamaron antifranquistas vi a muy pocos o a ninguno.

Murió el dictador, vino la democracia a trancas y barrancas, con golpes de estado, ruido de sables y fascistas asesinando por las calles – ETA, GRAPO, FRAP, Batallón Vasco Español, Asesinos de Atocha, Emilio Hellín, Guerrilleros de Cristo Rey….-. Se cargaron a Adolfo Suárez, el mejor presidente de los últimos dos siglos, envejeció Felipe y llegamos hasta hoy dominados por incompetentes, coaliciones contra natura - pido perdón por haber votado tres veces a Podemos- y golpistas blanqueados disfrazándolos de desórdenes públicos. Me ratifico en los ejercicios espirituales que prediqué a los etarras durante años, cobrando mi sueldo de funcionario por ello: un Estado es un ente económico, administrativo, político, cultural… algo muy serio como para ponerlo en cuestión cada treinta años, porque cuatro lenguaraces se pongan de acuerdo para armar follón con las armas que sea.

Tiemblan en la Moncloa, presos del pánico desde el nivel más alto hasta el último asesor. Todo ciudadano dedicado a la política quiere pervivir en ella y a costa de ella y desea pasar a la historia. Soy el que sacó la ley del divorcio. Yo la ley de matrimonios homosexuales. Yo desenterré a Franco. Yo sofoqué el golpe de Companys. Yo firmé el pacto del capó y rendí a Tejero.

Irene Montero no es la redactora de la ley del sí es sí. No es tan imprudente. Todo el mundo clama: ¡Como cojones una psicóloga se pone a legislar!

Irene Montero - tiene su mérito la chica, que no todo el mundo hace lo que ella ha hecho y logrado- quiere ser eterna en la memoria de España con la ley del sí es sí. Parece que hubiera inventado el delito de violación y el código penal, todo de un golpe. Cuando yo estudiaba – pasé por el Derecho, pero el Derecho no pasó por mí- ya había penalistas: Rodríguez Devesa; Cuello Calón, Antón Oneca… no se crea Irene que inventó los tipos antijuridicos punibles y penados. Antes de que ella estuviera ni en el pensamiento de sus padres, estaban tipificadas y penadas las agresiones a las mujeres aunque, bien es cierto, había hijos de puta que les pegaban y las vejaban y eso – con los curas de por medio- se consideraba un asunto privado, la cruz que Dios te ha mandado y tienes que soportar, decían en los confesonarios. ¡Mierda y #mecagoentodloquesemenea.

Irene Montero no es la redactora de la ley del sí es sí. No es tan imprudente. Todo el mundo clama: ¡Como cojones una psicóloga se pone a legislar! Ella no ha sido. Los de derechas – me he pegado cuarenta años en la cárcel y sé de qué hablo- van más por defender el sistema punitivo, el del palo y tente tieso. Eso lo defendemos todos cuando el delito nos toca a cada uno de nosotros: si me tocan a mi hija me cargo al que haga falta. Los de izquierdas, al menos de boquilla, van más de “todos somos culpables menos el delincuente”, hay que rehabilitar, hay que reinsertar y pegar palos cada vez más fuertes no es el camino para terminar con el crimen.

De todo hay. Los delincuentes - los agresores sexuales entre ellos- son como los pobres del Evangelio: siempre estarán con nosotros. Como la envidia, como la vagancia extrema, como el amor de mi vida, como los cuernos, como el cáncer, como las buenas personas y los desechos de la humanidad. Todo son realidades intrínsecas al ser humano que jamás desaparecerán.

¿Cree Irene Montero que con su ley ampulosa va a desaparecer el hijoputa que confunde orgasmo con pisar el cuello de la otra – o del niño- y escenificar su poder a través de la bragueta? Su ley la han redactado - leo a Emilia Landaluce, una chica que me pone muchísimo intelectualmente - María Acale y Patricia Faraldo, ambas catedráticas en Cádiz y Coruña. Manejan el derecho estupendamente y saben que todas las leyes son retroactivas si benefician al reo. Todas.

En mis cuarenta años de talego he puesto en práctica decenas de reformas y todas ellas han puesto a un huevo de presos en la calle, empezando por la amnistía del 77 que me pilló virgen y mártir en Carabanchel y luego en Benalúa.

Alucino con Patxi López, portavoz iletrado, ex lehendakari y famoso por – como decía Fernández Ordóñez- solemnizar lo obvio. Suelta una pata de banco memorable para intentar aplacar el pánico en Moncloa ante el desguace de la coalición: si una ley los ha puesto en la calle, haremos otra y los volvemos a meter. Jajajaja. Si modifica usted la ley y la endurece, esa ley meterá en la cárcel a otros, o a los mismos si reinciden, pero no a quienes su aplicación haya puesto fuera en aplicación de la retroactividad de la norma más favorable. Me explico: si me condenan por agresión sexual a seis años -lo mínimo- y para la nueva ley lo mínimo son cuatro, hay que cambiar la pena porque la nueva ley me favorece, aunque después de que la ley entre en vigor, venga el espíritu santo en forma de paloma a decir que está mal. Eso lo hacían los tribunales de oficio, sin que hicieran falta abogados pidiéndolo. Así de claro que he visto centenares de casos como esos en la cárcel.

Iglesias: no se ponga en modo gladiador medieval que defiende a su dama porque la política es otra cosa. No es criminal, no es miserable, no es ponerse de perfil en la cacería, no salir a pecho descubierto - Yolanda Díaz- a defender a Irene. Don Pablo: usted no es un recién llegado. Sabe que la política hace extraños compañeros de cama y a otros los echa de la cama en la que tienen que entrar los nuevos. Ya sabe. Hay elecciones a la vista y yo, que no puedo votar a populares ni a voxistas, por incompatibilidad genética, ya estoy decido por los Abuelos Pensionistas, esos que van a velar porque no nos jodan a los que hemos dado la cara durante cuarenta años y ahora queremos vivir sin mendigar.

Manuel Avilés