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Las pistolas, Bildu y el PNV

Presos de ETA critican a la banda por los asesinatos de niños. Todas las radios, todos los periódicos, todas las televisiones del mundo repiten sin cesar la noticia. El mundo etarra se agita

Las pistolas, Bildu y el PNV

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Me ha dado por escribir los domingos por la tarde. No hay futbol, las películas de la tele son intragables, el mundial es un pufo de millones y tráfico de influencias y me niego a estar atado a las plataformas que emiten series enlatadas sin parar.

Hoy – el amor de mi vida me ha dado una larga cambiada, un pase torero de esos de mandarte a la mierda- me he puesto nostálgico y evocador. 27 de noviembre de 1991. Hoy se cumplen treinta y un años. Éramos todos más jóvenes.

Era un día frío como solo pueden serlo los días de finales de noviembre en Nanclares de la Oca. El cielo gris, acerado y gélido invitaba a pegarse un tiro. Ni un alma, nadie se atrevía a salir a la calle. Ni los guardias civiles de Logroño, que vigilaban las garitas de aquella cárcel de ladrillo visto, eran capaces de dejar el resguardo de las cuatro paredes del cuchitril, una cabina con tres troneras y sin puerta.

Llega un Opel Kadet, gris como el día, conducido por un guardia civil pelado, de nombre significativo para la ocasión: España.

A sus órdenes, saluda educado y amable, el señor Secretario de Estado me ha mandado hasta aquí para que lo recoja y lo lleve a Madrid. Perfecto – contesto- vamos para allá. Acostumbrado a los coches policiales de los escoltas, me siento atrás. España lleva una nueve milímetros parabellum en el asiento del copiloto.

El viaje trascurre en silencio, el guardia monocejo no habla, conduce pausado y tranquilo, hay niebla, el suelo helado y el puerto de la Brújula, en Burgos, no está para florituras. Me entretengo – me sé el camino de memoria de venir a Alicante casi todos los fines de semana, viajando en busca de una ilusión incumplida- me entretengo leyendo “El puente de Alcantara” de Frank Baer, un alemán que retrata la España del año mil como nadie. Judíos, moros y cristianos y el fin de la pacífica convivencia entre ellos porque las religiones han sido uno de los mayores motivos de matanzas entre los hombres, siempre trufadas de política, de dinero, de placeres que ellas mismas prohibían a sus fieles y de afán de poder.

Llegamos a Madrid, calle Alcalá, 38. Me esperan Antonio Asunción – Secretario de Estado de Instituciones Penitenciarias- y un teniente coronel de la guardia civil, un gran hombre muerto recientemente como General de División.

¿Qué traes ahí? - pregunta Antonio-. Traigo la prueba de que has perdido la apuesta que hiciste conmigo y tendrás que pagar una comida en Zalacaín, pero para comprobarlo hay que buscar un traductor de Euskera porque uno de los que hablan se expresa en ese idioma.

Antonio se acelera un poco – cosa extraña en él que, salvo cuando se cabreaba mucho, se comportaba siempre como un témpano-.

Viene el traductor de euskera inmediatamente - no diré su nombre porque sigue vivo, no como Antonio y el General, ambos fallecidos a una edad en la que todavía no les tocaba encontrarse con la parca-.

A la vejez me he vuelto anarquista y creo en la Justicia cada día menos

Comienza a oírse una voz masculina que habla en vasco, aunque yo ya sé lo que dice porque – de tapadillo, la Ertzaintza me lo había traducido antes, una imprudencia grave por mi parte que no trascendió-. Es Isidro Etxabe Urrestrilla, antiguo jefe del comando Madrid, etarra de mucho prestigio, que critica los atentados de ETA con niños como víctimas. Se refiere al niño Fabio Moreno, asesinado en Erandio y a Irene Villa, gravísimamente mutilada.

Antonio ordena al traductor que ponga por escrito todo lo que en la cinta se oye. Seguimos con la segunda. Jon Urrutia, menos importante que Isidro, habla de manera más informal y afirma que ya no sabe “quien manda arriba” para ordenar esas “ekintzas”. Ellos llaman ekintzas a los atentados. Califica a quienes han mandado esa barbaridad de “cuadrilla de subnormales”.

El jefe se entusiasma con el contenido, pero intenta no demostrarlo. Se despide fríamente y me recomienda tener cuidado. Vuelvo con España por el mismo camino. Nada, Antonio manifiesta difícilmente sus emociones. Ni media felicitación por el contenido aunque ambos sabemos de su importancia: dos jefes de ETA, ambos en la cárcel y cumpliendo condena critican abiertamente a la banda terrorista. Eso nunca, hasta ese momento, ha pasado y yo soy el grabador y el que se queda como los pintores baratos, sin escalera y colgado de la brocha.

Solo han pasado tres días y Antonio, el Supremo como le llama Txus mi secretaria, vuelve a estar al teléfono: “está atento a la cadena Ser. Esta noche vamos a sacar las cintas de estos dos. No hay ocultación de voces ni hay nada. Las sacamos tal como están con datos y todo porque si ocultamos algo, ETA va a decir que es un montaje nuestro y no va a servir de nada. Está atento y tranquilo. Te cubrimos.

¡Joder! El corazón me pega un vuelco y noto la adrenalina derramarse por el torrente sanguíneo. Pongo la radio, la Ser, la de Antonio García Ferreras, y sigo mi día como si no pasara nada. La procesión va por dentro.

A las dos de la mañana del día 2 de diciembre – las cintas las grabé el 17 de noviembre, sábado, algo que nadie ha dicho hasta ahora porque nadie lo sabía- salta el notición: Presos de ETA critican a la banda por los asesinatos de niños. Todas las radios, todos los periódicos, todas las televisiones del mundo repiten sin cesar la noticia. El mundo etarra se agita y empiezan a llegar los abogados, que no vienen a defender sino a pedir explicaciones. Me acojono, pero pongo cara de Buster Keaton, y no digo ni pío.

Me llaman al Juzgado, un juez impresentable, antes era abogado laboralista y entró por el cuarto turno. Le gustan los mítines y me suelta un chorreo sobre el principio de legalidad, la intimidad y el secreto de las comunicaciones. Me dice que acuda con abogado. Me hago el tonto. Me sale de manera natural: Señoría – aunque era cordobés e iba de colega y paisano mío, se regodeaba de “tenerme pillado”. Ya ha prescrito todo. 31 años- no sé de qué me está usted hablando. Le hablo – se cabrea- de las conversaciones que ha hecho públicas la Ser y que han salido de su cárcel.

No pierdo la calma, aunque por dentro soy un hervidero, cosas de juventud, ahora eso me la sudaría. Señoría si yo supiera todo lo que pasa en mi cárcel sería Dios y solo hay uno. Pregunte usted a la Ser o pregúntele a todo el circulo de ETA, incluidos los batasunos. Podrían también haber sido ellos.

Llamo a Antonio: Creo que me van a empapelar. Tranquilo - claro él no es el empapelado- cuando eso ocurra ya actuaremos. Hay un maremoto importante en ese mundillo con la que has liado. La has liado tú – contesto haciendo chistes aunque maldita la gracia- yo no he pasado las cintas a la Ser.

Se montan un follón de muchos pares de cojones. Me ponen más escolta que al presidente del gobierno y los del antiguo Cesid, hoy CNI, me avisan de que soy cadáver. Preciosa situación. Me enfrento a tres posibilidades: Una, ser cadáver, que no me gusta nada porque con treinta y cinco años creo que me pueden quedar algunos por vivir. Dos, ser expedientado y procesado, ser expulsado de mi condición de funcionario de carrera y entrar a la cárcel pero como preso, tampoco me gusta. Tres, que me den una medalla de esas pensionadas o la de oro al mérito penitenciario, aunque esas creo que están para los que calientan sillones y tienen el culo pegado a la moqueta.

Ninguna de las tres posibilidades tiene lugar. Sigo vivo pese a los intentos de acabar conmigo, incluidos algunos ultraderechistas.

¿Quieren saber más? Sin ánimo de publicidad tendrán que leer #deprisionesputasypistolas aunque ya acabé con ese libro y ahora ando agitado y viajante con #elgatotuerto. Un caso judicial. El gato me ha amargado la existencia porque yo, que creo haber trabajado cuarenta años por hacer efectiva la justicia - las medallas pensionadas se las han llevado otros- ahora resulta que a la vejez me he vuelto anarquista y creo en la Justicia – véase a Montero haciendo leyes- cada día menos.

CONTINUARÁ…

Manuel Avilés