Gay, intolerante y lapidario
Hace ya bastantes años, cenando en un restaurante barcelonés adscrito a la “Nouvelle cuisine” redescubierta en España me presentaron a Miquel Iceta, por entonces secretario de los socialistas catalanes. Mis acompañantes de mesa me advirtieron que aquel hombrecillo con pinta de oficinista y manguillos, voz aflautada y gesto algo histriónico, era todo un cerebrito en política para la cual parecía haber nacido.
Hablamos de gastronomía catalana demostrándose un buen “connaisseur”, aconsejándome tanto el pequeño restaurante de las diferentes cocinas comarcales, como talentos emergentes de obligada visita para cualquier gourmet; del paladar pasamos a la política y sus convicciones sobre qué Catalunya tendríamos en un futuro, pues ni con, ni sin los independentistas, entonces mucho más subidos y recalcitrantes que ahora, la cosa tenía otro remedio que no fuese una España de máximos federales, eso sí, con diferentes potestades que primaran a catalanes y vascos (creo que también incluyó a gallegos), sobre otras autonomías con menor nivel competencial y remembranzas históricas.
Después de aquella sobremesa he ido siguiendo la trayectoria de Miquel Iceta, confirmándose la opinión de mis anfitriones gastronómicos, alguno de ellos del PSC y alto cargo en el organigrama de la Generalitat. Una carrera ascendente, la de este entreverado vasco en genes y catalanista converso, al punto de ser breve ministro de Política Territorial y Función Pública, y hoy va para dos años que ocupa el Ministerio de Cultura y Deporte; logro inédito para quien fue incapaz de acabar un par de carreras universitarias, y como deportista no pasa de ser sobrino de una vetusta gloria del Athletic de Bilbao.
El viernes nuestro cultísimo ministro visitó Elche, y mucho me alegro de no haber acudido a saludarle porque hoy leo la mayor gilipollez salida de una persona (Excelentísimo Señor/a), quien por el cargo que ocupa tiene la incuestionable obligación político-diplomática de ser, como cualquier otro ministro/a: discretos, exactos y formados en sus precisas opiniones (para eso gozan de un pelotón de asesores a cargo del erario). Claro que, y en el actual Retablo de las Maravillas monclovitas quien no desbarra, asombra por estulticias.
Obviamente estando en la tercera ciudad más importante de la Comunidad Valenciana, y donde se tiene como icono propiamente maximalista a la Dama Ibérica allí descubierta, siendo para los ilicitanos un distintivo sólo comparable a la Virgen de la Asunción, pues va el ocurrente ministrillo y suelta delante de la canallesca local y autonómica que no quiere tener en su epitafio la inscripción requiescat in pace: “Era gay, bailó y se cargó la Dama de Elche no caben en mi lápida”. Lo que provocó caras más demudadas que un terrorífico fotograma de cine mudo, móviles alarmando redacciones y cámaras inmortalizando semejante antología del disparate surrealista.
O sea, sesudos historiadores absolutamente empíricos, empezando por los que hemos escrito algún libro sobre la Dama de Elche, ahora nos enteramos de que la princesa íbera (siglo VI a. C.) no volverá a su lugar de nacencia, aunque no sepamos qué narices tiene que ver en este contexto funerario la homosexualidad, ¿es algo malo o deleznable cuando la del ministro ya la conocíamos por propias declaraciones y pluma?; mira que si ahora va a resultar que aquella muchacha con su cabeza ataviada de joyas, telas y artístico peinado de difícil sostenimiento se marcaba unos bailes a lo bestia cual si fuese la mismísima Tina Turner de la época; y encima los siglos venideros dirán que el mismísimo Don Miquel Iceta se cargó a la esfinge de caliza más representativa del legado ibérico, incluso por encima de otras damas y bichas. Por cierto, habrá que recordarle a nuestra lumbrera ministerial el viaje en 2006 de ida (Madrid-Elche) y vuelta de la Dama sin que se le cayera un polo milenario, y con previa e imperiosa expertización de otros técnicos, por lo que se deduce de la sentencia Iceta, harto más inhábiles e indoctos que los actuales, apenas 17 años después.
Habrá que recordarle a nuestra lumbrera ministerial el viaje en 2006 de ida (Madrid-Elche) y vuelta de la Dama sin que se le cayera un polo milenario
Además, en este esperpento de contundencias, el embajador de Sánchez ante Els Països Catalans preconiza no sólo su muerte, sino el texto que nunca se esculpirá sobre su tumba: “Aquí yace el hombre que impidió regresar a la Dama a su lugar de nacimiento”. Leyenda algo larga y que, a buen seguro, quitará a los paseantes ese rictus de tristeza por el deudo fallecido, convirtiéndolo en alegres sonrisas, cuando no en sonoras carcajadas acompañándose de zahirientes comentarios acerca de quién no pudo llegar más alto desde la pequeñez, ni un ministerio, nada menos que de Cultura y ¡Enseñanza!, tan a ras lapidario.
A mi entender, un miembro del Gobierno de las Españas, no debe ir a una ciudad, y menos de su mismo corte político, a ofender y cabrear al personal en la propia jeta de su alcalde Carlos González. La próxima vez que vuelva, señor ministro, tráigase la Dama a Elche, de donde nunca debió volver, pues sobran recursos museísticos de conservación, y déjese las gilipolleces declamatorias para un Madrid donde están más acostumbrados a sus delirios de género, que no de genio.