El bocazas
Sólo se puede entender como macabro y porcal maquiavelismo el que, y en previamente urdida añagaza monclovita, el presidente mandara a la “buena” ministra, y al “malo-malísimo” ministro.
Por motivos estrictamente personales he estado inhábil para mi columna semanal, y aunque a la hora de escribir el ánimo quedara inoperante, no te puedes sustraer a la lectura noticiera de los diarios, ni a los informativos de la caja tonta. Unos y otras abrían titulares esta pasada semana con suceso más propio de tira satírica que de relevancia política o repercusión socioeconómica. Es decir: un ministro de la presidencia del Gobierno que acude a donde no lo llaman y, chulesco alborotador él donde los haya, intentó tomar al asalto una tribuna de autoridades, siendo placado por una sargento de protocolo a las órdenes de la todavía más “chulapa mía y emperatriz de Madrid” Isabel Díaz Ayuso.
Pedro Sánchez tiene edípico complejo con Felipe González. Quizá por eso intenta trasvasar a la contemporaneidad aquel modelo (un tanto maniqueo de “el benigno transformador” y “el maléfico hablador”) que patentaron Felipe y Alfonso Guerra en una España transicional que acababa de pasar el Rubicón del 23F. Pero intentar travestirse de “Arfonzo” es trapisonda de necio que sólo puede ocurrírsele a Félix Bolaños, un provocador de nacencia a quien hasta la jeta del gafotas Pepito Grillo despeinado o Charlot gamberro acompaña en su vesania a semejante ejemplar como entresacado de la más irrisoria “Celtiberia show”, y de quien nuestro siempre añorado Carandell hubiese sacado el mejor provecho burlesco.
Al “mameluco” don Félix le está grande el traje ministerial de las Españas, siendo incapaz de lucirlo con la dignidad y decoro debidos, al punto de soltarle a una funcionaria-administradora del ceremonial que conmemora la gesta contra el gabacho aquel 2 de mayo de 1808, esa balandronada del señorito fantasmón: “usted no sabe con quién está hablando” (sic Díaz Ayuso).
Bien debería “saber” un hombre de Estado en esta España tan tensionada como la que padecemos, que no se puede ir a pincharle el globo (y menos sin haber sido invitado a la fiesta) a una contrincante política en su particular patio de colegio autonómico, ridiculizándola para demostrar que es “el macho que más cocea”, aunque, ir a por lana y volver trasquilado, con final consecuencia adversa del cazador cazado, quién, como escribió Cervantes de otro presumido y semejante valentón: “Y luego, incontinente, caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese y no hubo nada”, quedando la prepotente actitud retadora de un ministrillo enredador en trasquilón a todo gobierno de Pedro Sánchez.
Sólo se puede entender como macabro y porcal maquiavelismo el que, y en previamente urdida añagaza monclovita, el presidente de todas las Españas mandara a la “buena” Ministra de Defensa, Margarita Robles, y al “malo-malísimo” Ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, una especie del yin y el yang socialistas, con la única intención de deslucir un acto autonómico presidido por quien va a ganarle las elecciones del propio y mismo paisanaje madrileño, talmente así lo apuntan todas las demoscopias (menos la del trapisondista Tezanos). ¿Desconocía Sánchez cómo a vuelta de correo anunciando la asistencia de Bolaños a la principal conmemoración del patriótico pueblo de Madrid, se le advirtió que no sería bien recibido?
Meter a la zorra y a la pava en el gallinero ajeno solamente puede acabar en revuelo litigado a base de bastonazos goyescos. La señora Robles salió indemne del embrollo sin dedicarle siquiera una mirada comprensiva (caritativa) a su abordado compañero de gabinete; mientras el faltón oficial del tripartito gobernante, este desfachatado Bolaños capaz de superar con insultos, nunca con razones, a los mismísimos Iglesias y Monedero juntos, no sabía dónde meterse cuando los periodistas le preguntaban a posteriori sobre el incidente que le impidió asaltar por bemoles una tribuna que le era ajena e inoportuna, salvo para montar el numerito cabreando, aún más si cabe, a quienes vitupera, venga o no a cuento, cada vez que abre su inconsecuente bocaza.
¿Por qué no te callas?