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Mujeres perversas

Hace casi veinte años que no leo nada de Derecho. Cuando estaba dirigiendo la cárcel de Mallorca dejé de leer hasta las circulares que mandaba la Secretaría de Estado.

Manuel Avilés.

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Tenía allí tres subdirectoras, guapas, inteligentes, trabajadoras, juristas preparadísimas y magníficas personas: Raquel, Nieves y Marga, tres joyas. Cuando llegaba algún mamotreto de Madrid yo les decía sin cortarme un pelo: hijas, no estoy ya para esos trotes, echadle vosotras un vistazo y si hay algo imprescindible, que tenga que saber, me lo decís. Creía que mi larguísima experiencia carcelaria era más que suficiente y ellas me avisaban de cualquier innovación que fuese esencial.

Hoy, con la diarrea legislativa que nos inunda -que solo se parece, pero al contrario, a la pertinaz sequía de cuando Franco- me han entrado ganas de leer de nuevo el Código Penal, con los comentarios sabios y con la jurisprudencia, a ver si me aclaro. Me refiero a la ley del sí es sí de Irene Montero -la más efímera que conozco en mi larga vida-, a la reforma inmediata pactada por socialistas y populares y a ver cómo ha quedado el asunto porque estoy en ascuas. Me revienta que, a un Código Penal estupendo, el de Belloch o de la democracia, esta señora lo despache con el sobrenombre del “código de la manada”.

Mi interés es puramente intelectual. Yo ya –no sé si decir ya no hago el amor, no follo o no tengo relaciones íntimas, por pura incapacidad- estoy lejos de esos peligros pero aun así tengo preparado un impreso que ha de rellenar cualquiera -del género femenino, lo siento. No soy fluido- que quiera que le coja algo más que la mano o que le dé algo más que un beso al aire, simulando uno a cada lado de la cara. Tiene que expresar por escrito qué pide y qué está dispuesta a consentir, aunque yo solo pueda garantizar – jubilado ruinoso, disminuido físico y sensorial por la edad- una tentativa de gatillazo.

No sé por qué. Algo me hace barruntar, mirando a mi alrededor, que hay un movimiento, un grupo de presión poderoso que no ceja, que intenta hacernos ver al hombre como un agresor al que hay que atar corto, un ser que siempre miente en esos terrenos, mientras que las mujeres siempre dicen la verdad, son ángeles bajados del cielo y paradigmas de la bondad. La mujer es un ser excelso, imprescindible, precioso, inteligente, esencial en la naturaleza y el hombre - mucho más torpe y más borrico que la mujer- pero también esencial, no es ni una máquina de agredir ni de violar, ni de mentir ni de maltratar. Alguien tenía que decirlo, que hasta hoy he oído en Radio Nacional que en una encuesta, los adolescentes dicen estar acojonados por la deriva que va cogiendo el asunto: la agresión, de cualquier tipo. De cualquiera a cualquiera siempre exige un reproche, que eso y no otra cosa es el derecho penal y a mí me estuvieron varios años, en Derecho y en Criminología, dándome la brasa con el reproche .

Los viejos como yo, somos viejos, pero no imbéciles. Ayer mismo en un bar cerca de los juzgados oí decir a un letrado a su cliente: no pongas denuncia contra tu ex por denuncia falsa – se ve que ella le había imputado algo que no era cierto, pero eso no pude oírlo- hay órdenes de la fiscalía de no proceder, en casos de violencia de género, por denuncia falsa contra las mujeres. Tampoco estoy diciendo que todas las mujeres, ni la mayoría, pongan denuncias falsas, pero alguna habrá. Por poco me caigo de la silla al escuchar esa barbaridad. ¿Es eso cierto? ¿Existen esas órdenes? Eso sería gravísimo. Por favor que alguien me diga si eso es verdad y me quemo a lo bonzo en la puerta del Ministerio de Justicia, donde aprobé dos oposiciones una detrás de otra. Nos estaríamos cargando el principio de legalidad y el principio de igualdad ante la ley de un plumazo. Bueno ese principio jamás ha existido en este país. Véanse los privilegios del llamado emérito, por ejemplo.

A mí - es solo un caso, no me pongo ni mucho menos como ejemplo- me han intentado matar varias veces los etarras, he tenido secuestros, motines – uno de mujeres en Fontcalent-, grandes broncas carcelarias y las heridas más graves, dos puñaladas y un brazo destrozado a mordiscos además de la ceja rota en la refriega – lean #deprisionesputasypistolas- me la ocasionó una negra cubana. Si señor, negra y cubana. Una mujer. Dicho con todo el respeto y sin guardarle rencor porque no hay un solo preso que haya tenido en los cuarenta años de servicio al que le tenga la menor inquina. No así a algunos funcionarios, pocos, de los que es imposible tener el menor recuerdo positivo. Mientras la negra me destrozaba el brazo, que treinta y siete años después conserva las cicatrices, yo, que no podía quitármela de encima y que jamás he pegado a una mujer, me preguntaba si le estaba haciendo daño porque, para que abriera la boca y soltara el bocado, tuve que meterle el pulgar en el ojo.

La mujer no siempre tiene razón. La mujer no siempre es un ser bondadoso incapaz de mentir. La mujer no es una malva que nunca manipula. La mujer puede ser perversa y psicópata de libro. Lo mismo que el hombre. Seres humanos, ambos con sus luces y sus sombras. Hay hombres perversos y también hay mujeres perversas.

No hablo, evidentemente, movido por ningún resentimiento. No hablo de ninguna ex –me pongo el parche antes de que salga el grano– que a todas las recuerdo con devoción por el tiempo que pasamos juntos, porque “Todo tiene su fin” como decía aquella canción que cantaban Los Módulos cuando yo era adolescente. Hay hombres que asesinan y también hay mujeres que asesinan –aunque menos-. Hay hombres que delinquen y hay mujeres que también. De mil casos podría hablar de delitos cometidos por una pareja –hombre y mujer- y ambos sellan un pacto: “yo me como el marrón” –saben que por decir que había dos atracando o traficando, no le cae la mitad a cada uno sino a los dos lo mismo-. Yo me como el marrón, pero luego tú tienes que cumplir con las visitas, con llevarme peculio a la cárcel, ir al vis a vis, etc. Ni se imaginan la cantidad de problemas que he visto en cuarenta años por no cumplir lo pactado, cuando la mujer no cumplía el acuerdo con quien se había “comido” el delito.

Leo en prensa nacional. “Mueren una mujer y su hijo de cuatro años tras lanzarse desde un sexto piso”. ¿Hay alguna manipulación en este titular? El niño, de cuatro años, evidentemente no se tiró. Se tiró ella con el niño en brazos. Un asesinato, un suicidio ampliado, que dicen en criminologia. ¿Qué culpa tiene el niño? Leo otra noticia: “La mujer que se lanzó al vacío junto a su hija de siete años en Avilés, ha fallecido”. Y otro periódico puntualiza: “¡Mamá no me tires! -gritaba la niña- Una mujer se lanza con su hija desde un quinto piso”. ¿El titular habría sido el mismo de ser un hombre el protagonista? No voy a entrar en los problemas psiquiátricos, que seguramente habrá, pero la evidencia de la información sesgada es clara. El acojono ante el lobby feminista también.

Y lo digo yo que soy tan feminista como la que más. El amor de mi vida es una mujer. – los tíos no me gustan-. Mi madre, mis tres hermanas - palizas y pelmazas, pero mujeres-. Mi hija, que me da sablazos y me derrite con sus abrazos. Mis sobrinas, todas listas, inteligentísimas: médicos, boticarias, biólogas, maestras…Todas 'currantas' y maravillosas. Las mil funcionarias, que he tenido en mis mil puestos de trabajo, responsables, honestas, serias - Raquel, Nieves, Marías Ángeles, Txus, Ester….y quinientas más que no puedo enumerar.

Puede haber alguien tan interesado como yo en que la mujer sea valorada, respetada, defendida, protegida. Alguien tan interesado. Más no.

No obstante este respeto y esta admiración no hacen que uno sea ciego ante la realidad ni niegue aquel dicho antiguo y curil: “De todo hay en la viña del Señor” y “no todo el monte es orégano”. Siendo la mujer un ser extraordinario, el ser humano un ser maravilloso, no todas las mujeres son honestas, ni veraces, ni generosas ni desinteresadas. No todas son mi madre, ni mi abuela Tobalina ni Sor Aurelia Cuadrón– la personificación de la bondad aunque me diga que no tengo plaza en su residencia de ancianos-. Hay mujeres viles, psicópatas y rastreras, como hay hombres también así. Por mucha camisa morada y pancarta que arrastren, por mucho que vociferen no me convencerán de que no hay mujeres que mienten, que manipulan y que usan la entrepierna para progresar.

Hoy puedo decirlo. Me ha llamado una mujer por teléfono –no sé donde lo ha conseguido ni quien le ha dado los datos- pidiéndome que participe en un ensayo clínico: necesitamos personas como usted para estudiar el problema del exceso de glóbulos rojos. Estamos ensayando un nuevo medicamento porque esta patología es muy grave, una especie de cáncer.

¡No me diga! –respondo sin inmutarme- llevo toda la vida siendo piel roja y hasta ahora no me ha ocasionado ningún problema, salvo que los cabrones etarras, cuando los grabábamos en sus conversaciones decían: ha venido el Avilés. Ese tío está siempre colorado. Tiene que pegarle bien al güisqui. O comentarios de algún medico ignorante y gilipollas incluso: ese tío tiene que ser alcohólico -él sí lo era además de cojo-. Míreme usted las transaminasas y estudie el aumento de glóbulos rojos a ver qué deduce, salvo que le dieran el título de medicina en una tómbola.

La señorita insiste en que participe en el estudio clínico y le respondo tranquilo: lo haré por solidaridad humana y por si eso puede servir para que alguien se cure de este rollo que a mi, hasta ahora, salvo ser apache, no me ha ocasionado ningún problema. Pues el problema existe, repite, se puede usted morir. ¡Ayyyyy, querida! Nos vamos a morir todos y usted también. ¿Qué importan un par de años arriba o abajo? Solo pido tres o cuatro meses para exprimir a fondo el cielo que me ofrece el amor de mi vida.

La semana próxima, si no me han metido en la cárcel o incluso así, daré pelos y señales de unos cuantos casos de mujeres perversas para que vean que no invento nada. ¡Señor, llévame pronto!

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