Chiringuitos playeros: El Cranc en Altea, Mar Azul en Tabarca
Y si ese día no están para gramíneas, la langosta con patatas, huevos de corral y sobrasada, es mar y montaña que nos evoca al maestro Josep Pla
Llegan los calores y el socializado estético mudamiento del color de piel que hace muchos años impusiera la revolucionaria Coco Chanel. Por eso a una gran mayoría nada satisface más que comer ligeros de ropa y con los pies sobre la arena mientras se oye el reflujo de las olas. Informalismo puro y buenas hambres playeras tras el baño paseante.
Lo de los chiringuitos “a la vora de la mar” viene de cuando allá por finales del siglo XIX, se puso en higiénica reputación saludable y fama popular la medicina higienista preconizando baños de sol recio y agua salada como remedios contra disfunciones pulmonares e incluso psíquicas o epidérmicas. Como alternativa a esos excelsos y ostentosos hoteles cercanos al Mediterráneo que sólo podía pagarse la burguesía adinerada o los residuos aristocráticos, nacieron asequibles chiringuitos, sin mayor etiqueta a la mesa que el apetito en traje de baño.
La Comunidad Valenciana ha gozado de magníficos balnearios, todos recordamos las postales antiguas de Las Arenas (Valencia), del Postiguet (Alicante) o de la Playa de los Locos (Torrevieja), por citar sólo tres sobradamente conocidos en su época y a lo largo de nuestra espléndida costa. Hoy, y desde el boom turístico a partir de los 60 del pasado siglo, españoles y extranjeros confraternizaron playeros desde la mañana al atardecer, con largo interregno de comidas donde marisco, arroces, sardinas y boquerones y esos horribles mezclotes, aunque agradables a un paladar poco exigente, de vino con algo a los que se les llamó “sangría” o tinto de verano”, y de postre una buena naranja preparada (azúcar, moscatel y canela) o un refrescante helado de turrón.
El Cranc playa de Altea
Si tuviera que aconsejar un chiringuito por orden prevalente, este no sería otro que el Cranc de Altea. Le hice la crítica hace más de tres lustros, cuando lo gobernaban el matrimonio Barranquí L’Olleta y El Cranc, ahora hace poco más de un año que se nos fue aquel helenista intelectual y deportista metido restaurador, y ella se nos quedó como ausente, mientras que a fecha de hoy tanto el restaurante en terraza de pinnada mediterránea, como el chiringuito lo llevan, bien aprendidos, sus hijos Visent y Pepeta, eso sí, asesorados por un todoterreno (cocina y sala) muy bien reaprovechando como es Cesar Marquiegui, a quien la familia Castelló nunca debió dejar marchar.
Sugiero para empezar algún marisco y un buen calamar a la plancha, relleno o en albóndigas, siempre honestamente recomendados, el tomate de huerta cercana sea con ventresca de atún o con nuestros salazones, también al centro de la mesa pueden acudir unos delicados buñuelos de bacalao.
Entre los arroces no sabría por cuál inclinarme, si el arroz del Cranc (seco) o el (meloso) de rape con almejas y ajetes tiernos. Y si ese día no están para gramíneas, la langosta con patatas, huevos de corral y sobrasada, es mar y montaña que nos evoca al maestro Josep Pla, algo sabio y muy payés, como le gustaba autodefinirse. Y cerramos tanda con un flan de almendra, o por seguir en la línea marcona, un helado de turrón.
Chiringuito El Cranc
C/ Playa de la Olla, Altea
Teléf..: 96 584 34 39
Precio medio 35 a 50 €
El auténtico caldero
Tabarca bien merece una travesía
Ir a esta isla es mandato obligado para retrotraerse a tiempos de piratas corsarios y migrantes italianos forzados a repoblarla o a continuar prisión. Si siguen sin manosearla urbanísticamente, mantendrá su austera y semidesértica hermosura agreste y plana. Pero procuren visitarla en día laborable porque los festivos resultan agobiantes ocupaciones de la marabunta humana.
Los restaurantes de toda la vida, la ya mítica Gloria, el Mar Azul, Amparín, La Almadraba,
Tere…, duplican negocios con sus respectivos chiringuitos que en temporada veraniega
descongestionante a las casas madre.
Difícil elección, pues todos tienen parejas cartas basadas en la lonja santapolera, alguna caja furtiva que no ilegal, arroces, fideuás, planchas y hornos para carne y pescado, rematando con dulcería de la de siempre. Por elegir uno, me quedo con el Mar Azul que regenta Mar Valera en
cuarta generación de restauradores.
Ya atardeciendo llegan las barcas al muelle de Santa Pola, y tras las pujas subasteras parten raudas camionetas y camiones frigoríficos para esparcirse por los mercados mesetarios, pero dejan recaudo de marisco y pescadería. A veces langostino de la desembocadura de Guardamar, gamba roja extraída entre Ibiza y Dénia, pero siempre harta morralla, y buenos congrios, dentones, palayas, salmonetes y octópodos desde sepias, pulpos, pasando por calamar y llegando a los delicados chipirones y púlpitos, (parece igual pero no es lo mismo) bien sean a la plancha con un leve toque de aceite virgen o salsa verde, o fritos con abundante y renovado aceite de oliva virgen.
Los tabarqueños/as hacen acopio y vuelven a su isla para preparar la oferta de esmorzaret y almuerzo del día siguiente atendiendo muchedumbres. María del Mar, más afecta a la calidad que la cantidad, suele preparar estupendos aperitivos: personalmente prefiero la gamba y el langostino con un ligero a hervor que con esas planchas que queman las cabezas y su inigualable jugo, y unos púlpitos o gambitas pequeñas y deliciosas, con la freidora recién cambiado el aceite. Y después un caldero como mandaban los pescadores de hogaño, es decir cualquier pescado roto que no se pudiera comercializar en lonja, galeras, cangrejos y una buena salmorreta (tomate, ajo y ñoras secadas en las dunas, amén de la sal, pero siempre preventiva si el caldero, en obligada olla de hierro forjado, se hace con agua de mar). Lo de añadirle el sufijo con un pescado de mayor precio, no es verdad histórica, sino moda para darle tono a la carta, que aquí puede ser de bogavante o gallina.
Y si el arroz no es lo suyo, o ya llega saturado en tierra que les propia y propicia a esta gramínea cocinada en infinitud recetaria, tanto las cocochas como el bacalao mismamente hechos al pilpil, o el rodaballo de la casa y la corvina a la bilbaína (con permiso de los donostiarras) tampoco son despreciable alternativa. Concluimos con una tarta de zanahoria lejana referencias norteamericanas, el goloso gofre de chocolate y nata, o, ¿por qué no ahora en verano? Una esplendorosa, fresca, acuosa y rompiente sandía de la Vega Baja.
Restaurante Mar Azul
C/ Playa Central, s/n, Isla de Tabarca, Alicante
Teléfono: 965 96 01 01
Precio medio de 25 a 50