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Una estafa de libro

Esto no es un artículo de opinión. Este es un artículo académico. Como criminólogo, con cuarenta años de cárcel a mis espaldas, alguna autoridad tendré para opinar de ciertas cosas.

Imagen archivo de Brad Pitt.

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Esto no es un artículo de opinión. Este es un artículo académico. Como criminólogo, con cuarenta años de cárcel a mis espaldas, alguna autoridad tendré para opinar de ciertas cosas. He escrito muchos artículos en prensa y en revistas especializadas hablando de los estafadores. Hay una verdad sobre la que no tengo ni la menor duda: los estafadores no paran nunca y nunca se reinsertan. La pulsión de engañar, de robar al otro, les puede.

Como algunos de los sacramentos que predica la Iglesia católica, el ser estafador imprime carácter. Uno es estafador siempre. Siempre. Los estafadores están al acecho de la más mínima oportunidad para pegar el garrotazo. Son como un animal de presa – es la ley de la supervivencia- y sobrevivir requiere estar alerta para actuar cuando se presenta la ocasión de cazar a una víctima propiciatoria, o sea, cazar su dinero. No hay piedad, no hay consideración. No vale que la víctima sea desvalida, que la vayan a dejar sin posibilidad de comer, de pagar el alquiler o las medicinas. Esas consideraciones, al estafador, se la traen floja. El va a lo suyo, a pillar la pasta y salir zumbando. Luego les contaré un caso vivido en una prisión y en primera persona, desde mi despacho de director atendiendo a una víctima que lloraba ante su ruina.

Me salta un artículo en internet que es el que me hace escribir este. Según el periódico que leo, una mujer de Granada, mi pueblo, ha sido estafada por un individuo que le ha limpiado de su cuenta, de sus ahorros, ciento setenta mil euros. Nada más y nada menos. Estamos hablando, para entendernos, de casi treinta millones de las antiguas pesetas. Una pasta.

Dicen varios periódicos: Una mujer de Granada – entiendo que debe rondar los cincuenta años- recibe una herencia y entra en un club de fans de Brad Pitt. Los estafadores son listos, saben donde buscar a sus víctimas y ahora, con las redes sociales, hay caladeros de sobra para pescar. Es el propio Brad Pitt el que contacta con la “pringada”. Las redes sociales —yo soy analfabeto en esa materia pero, como todos los abuelos, echo mano de hijos, sobrinos y nietos para que me orienten — las redes son traidoras y pueden ser farsantes intrínsecamente: nadie es quien dice ser, nadie tiene la imagen que dice, nadie tiene el dinero o la profesión que dice y las mil y una fotos que te envían con mensajes de amor - como los de Brad Pit a esta pobre señora— son falsos como las pesetas de la república, según afirmaban los fascistas sublevados.

Brad Pitt le declara su amor y a la mujer le hacen los ojos chiribitas. ¡Brad Pitt está enamorado de mí! ¡Brad Pitt es mi pareja! Todos estamos dispuestos a creernos aquello que nos beneficia. Cuando nos halagan nos bajan las defensas y, con la guardia descuidada, somos víctimas propiciatorias con mucha más facilidad.

He publicado ocho o diez artículos — me los he currado de manera experimental pero no voy a revelar nada porque creo que ahí hay una novela muy potente — que, creo recordar, titulaba: Los nuevos timos para los abuelos, pasaron los tiempos del tocomocho.

Los delincuentes, que siempre estarán con nosotros, como los pobres del evangelio, se reciclan y se ponen al día. Ahora, el timo del billete de lotería premiado, está ya muy visto, es antiguo. Es mejor usar las redes, hacerte pasar por Brad Pitt o por cualquier pibón —la víctima puede ser hombre o mujer indistintamente—, mandar cuatro fotos con textos melosos y con anatomía bastante para desatar las hormonas —en las redes hay anatomía para aburrir y no piden dinero inmediatamente— y ya estás puesto en suerte para el estacazo.

A la señora de Granada, Brad Pitt la convenció de estar enamorado de ella, le dijo que iba a hacer una película en la que iba a ser protagonista y hasta, burdamente, añadió un texto a una foto del actor, con photoshop abundante, en el que se pueden leer todo tipo de expresiones cariñosas e incluso promesas de boda. Los estafadores y sus redes son ingeniosos. No hubo boda y la mujer ya ha presentado la denuncia oportuna a la que habrá que seguir el rastro a ver en qué queda. En poco o nada, me da la impresión.

El halago es la primera medida del que te quiere engañar. Era yo joven. Estaba haciendo la mili. ¡Con que alegría haría tres milis seguidas si volviera a esa edad! Un gitano —no todos los estafadores, ni siquiera la mayoría lo son, que los dos mejores que he conocido eran payos y bien payos. Uno belga y otro mallorquín. Un gitano se me acerca y me dice: ¡Compadre qué botas tan buenas llevas! Mi dinero me han costado, respondí ufano por la calidad de mi calzado— mentira que eran las de la mili, regalo de la generosidad del ejército—. Esas botas son extranjeras —insiste en los piropos— esas botas tan buenas no se hacen en España. Y acto seguido me quería sacar cuarenta duros por un liquido maravilloso que dejaría las botas brillantes y pulidas para el resto de mis días. Una estafa suave, aunque cuarenta duros de la época eran una pasta porque yo cobraba treinta al mes en mi condición de cabo chusquero. Y no vuelvo a decir lo de chusquero que el amor de mi vida se enfada y dice que me desprestigio solo.

Después de los halagos, el romanticismo y el amor desatado —los estafadores funcionan en ambas direcciones y los juramentos de amor eterno van de hombre a mujer y viceversa. No conozco ninguno que haya tenido lugar en el ámbito homo- después del amor desatado, volcánico, inapelable, irrebatible y que sale hasta por las orejas: “sabes que te amaré eternamente y que siempre me tendrás para ti” - ¡Qué bonito! Ni el amor de mi vida me ha dicho jamás algo parecido. Lo único similar, de lejos, fue: esta noche has roncado menos—.

Después del amor viene la petición de dinero. Inevitable y con los motivos más diversos. Hoy he leído uno nuevo: un astronauta pide treinta mil euros para poder volver del espacio a la tierra. A partir de ahí busquen el que quieran: electrodomésticos rotos, médicos, medicinas, hospitales, catástrofes domiciliarias, robos, herencias…. La imaginación no tiene límites.

Cuando el “pringao” se cansa y se cabrea y dice que ya no suelta un duro más, viene la tercera fase. Ya saben que la frustración genera agresividad. La fábula de la zorra y las uvas. Yo estoy enamorado hasta las trancas del amor de mi vida. Si ella me rechaza, la reacción lógica es: pues tampoco valía tanto, era más bien fea, es imbécil, tiene dos dientes postizos y usa extensiones. ¿De qué pollas me enamoraría yo?. Un mecanismo de defensa primitivo.

Ya saben el refrán: Das cien y nos das una, es como si no hubieras dado ninguna. ¿No me ayudas? ¿No me das? ¡Se va a enterar todo el mundo de quien eres tú! Si te arrugas estás muerto. Mi amor —usemos nuestro lenguaje más azucarado- no hace falta que le digas a todo el mundo quien soy yo. Yo mismo se lo diré, un gilipollas al que le han birlado dos mil pavos —o los que sean— porque necesitaba escuchar palabras bonitas —mi amor, mi vida, mi cielo, te querré siempre…. Y demás verdades que no existen en ningún lado—.

Ejemplo real, científico, empírico y criminológicamente impecable. No hay amor porque el estafador se adapta, es un maestro del camaleonismo y aprovecha cada jugada para ganar.

Un caso real para que aprendan. Estamos en los locutorios de una cárcel española. Entran dos presos para comunicar. Un pobre desgraciado con su madre y un estafador de pedigrí con una mujer —da igual quien fuera porque a él le importaba un bledo la comunicación—. El pobre diablo oye a su madre quejarse: hijo, el banco nos quita la casa. Debemos seis recibos de hipoteca y nos la quitan. El psicópata estafador, en el locutorio de al lado, mira a la señora y le hace gestos de que es amigo del chaval, que es muy buena persona y que todo irá bien. El pobre diablo ni lo conoce, es de otro módulo y en la cárcel hay más de mil quinientos presos por lo que es imposible que todos se conozcan.

Termina la comunicación y el colega psicópata se acerca al pobre diablo: Oye, me ha parecido que tienes problemas. ¿Qué te pasa? ¡Joder! —contesta el pobre— problemas son poco. Me van a quitar la casa porque debo, con este mes, seis recibos de hipoteca. ¿Cómo voy a pagar la hipoteca si estoy preso? ¿Qué puedo hacer para que mi mujer y mis hijos y mi madre no se vean en la calle?

El psicópata estafador ha visto la presa y ve el triunfo cercano. Vamos a ver, dice resuelto —no olviden que el estafador es un maestro del teatro y la seguridad vende- de cuánto dinero estamos hablando. Yo creo —dice el pobre acojonado— que hablamos en torno a doce mil euros porque el banco tiene los recibos, más los recargos por no haber pagado, más el papeleo. ¡Ya salió la palabra mágica que firmaría el propio Mariano José de Larra: ¡el papeleo!

El estafador lo tiene en el bote y presenta su mejor cara: hombre, no te preocupes. Doce mil euros no es dinero. Eso te lo puedo dejar yo que tengo negocios en la calle -y aquí suelta su verborrea megalómana: una tienda de artículos de pesca submarina, un concesionario de coches, un gimnasio de élite…. y ya me lo devolverás cuando estés en mejor situación.

El pobre ve el cielo abierto. Se le ha aparecido la Virgen del Carmen y media corte celestial. ¿Tú harías eso por mí? —pregunta a punto de arrodillarse—. Por favor, para eso estamos los amigos. Y el pobre, sin conocerlo, considera al estafador su amiguito del alma, su compañero de colegio, de mili y de los cursillos de cristiandad si es necesario.

Mira, vamos a hacer una cosa para que no parezca que yo te lo doy todo. Si son doce mil euros, como has dicho, el papeleo - palabra mágica y oscura que lo es todo y no es nada- serán unos tres mil. Dile a tu madre que consiga los tres mil del papeleo, que los mande a esta cuenta y yo pago lo demás y ya me lo devolverás sin prisa.

Si hubiesen estado allí, saliendo de aquellos locutorios acristalados, Camarón o mi compadre Diego El Cigala, habrían cantado a dúo: “lágrimas como garbanzos le caían por la cara”. No sé cómo te lo voy a agradecer, amigo. Nada, no me tienes que agradecer nada —dice sobrado el psicópata—. Tampoco te preocupes por devolvérmelo. Ya lo harás cuando puedas. Tú dile a tu madre que mande los tres mil a la cuenta que te he dado y yo me encargo de todo.

La madre pide, suplica, busca y rebusca. Consigue los tres mil euros y los manda. A los pocos días se presenta en la oficina bancaria y con cara de felicidad pregunta afirmando: Bueno ya está todo arreglado, ¿no? El operario la mira extrañado porque recuerda el caso. ¿Arreglado qué, señora? ¿No han pagado los recibos pendientes? —pregunta con la duda saliéndole por las orejas—. Un amigo de mi hijo me ha dicho que lo pagaría.

Nadie ha pagado nada y la deuda y el procedimiento ejecutivo siguen su curso —responde serio el banquero—.

Y allí tienen a la mujer, llorando en mi despacho, preguntando quién le iba a devolver los tres mil euros que tuvo que buscar y preguntándose a dónde irían cuando los echaran de la casa.

He dicho psicópata. He dicho que el estafador es puro teatro. He dicho desalmado al que no le importa arruinar a uno o a trescientos con tal de lucrarse. Todo por la pasta es su lema de vida. El Brad Pitt de Granada y cualquier otro, mujeres y hombres. Cada uno a lo suyo.

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