Carlos Mazón, Grisolía y Orihuela
Érase una vez un joven espabilado y bien parecido, que ya despuntaba en las Nuevas Generaciones de su partido, y que solía venir por Orihuela a alimentar las esperanzas de otras promesas con inquietudes políticas, un grupo liderado por una jovencísima Mónica Lorente que llegaría a ser alcaldesa de su pueblo y el mío.
Aquel joven, llamado Carlos Mazón Guixot, fue nombrado director general del Instituto Valenciano de la Juventud en el Gobierno de Eduardo Zaplana, y más tarde director general de Comercio. Y siguió viniendo por Orihuela, con desfiles en las Fiestas de Moros y Cristianos incluidos; y participó en la Senda del Poeta en 2002; y apoyó múltiples iniciativas surgidas desde este municipio.
Cuando el joven Mazón fue relevado de sus cargos políticos, pasó un tiempo en la cómoda y rentable posición que le proporcionaba la dirección de la Cámara de Comercio, Industria y Navegación de Alicante desde donde se mantuvo siempre en expectativa de destino, hasta que llegó la ocasión propicia de volver al ruedo. Porque ya se sabe: quien de verdad lleva la política en las venas nunca se corta la coleta. Y llegó a la presidencia de la Diputación y, atento siempre al momento oportuno, desde allí recogió el testigo de un PP que se descomponía, falto de liderazgo, en la Comunidad Valenciana.
Pero hete aquí que, en un inexplicable e inexplicado cambio de rumbo, el presidente de la Diputación y del PP se fue alejando de Orihuela, las grandes aspiraciones de la ciudad dejaron de preocuparle -y no digamos su peso político-, hasta el punto de que, otra legislatura más, no habrá representante oriolano en la Diputación provincial. Esto –que no tiene justificación razonable- se llama, en corto y por derecho, un desprecio olímpico al fiel electorado de la otrora –recuerda, presidente- Covadonga del PP.
La cosa llegó a tal punto que Mazón no salía de Elche prometiendo el oro y el moro y comprometiendo importantes presupuestos ni dejó atrás otros lugares de la provincia, como por ejemplo Ondara donde prometió que, si ganaba, construiría un recinto ferial, reactivaría la Plaza de Toros y hasta dotaría al municipio de una enfermera escolar (por cierto, en la localidad de La Marina Alta sigue gobernando la izquierda).
Sin embargo, el aspirante a presidir la Generalitat no llegó a pisar Orihuela en campaña (olvidemos el infausto día de proclamación del candidato en el Polideportivo de Montepinar) y endosó al presidente provincial del PP y alcalde de Benidorm, Toni Pérez, el cometido de decir en el mitin de la Lonja lo mucho que Mazón quería a este municipio, “imprescindible para el PP”. Mucha literatura encomiástica pero ni una sola promesa. Dentro de poco veremos si el benidormí baja de las musas al teatro, cuando se siente en su despacho del Palacio de la Avenida de la Estación, número 6.
Además, tampoco gustó a muchos de por aquí que, en la euforia de la noche electoral –seguramente en un lapsus del subconsciente- Mazón citara a Elche entre las ciudades en las que había ganado el PP. He tenido que revisar los datos para confirmar que en Elche no ganó el PP sino el PSOE y que si gobierna es gracias a los votos de Vox; donde sí que ganaron los populares fue en Orihuela (pese a que dejaron a Vegara solo ante el peligro) y tuvo que defender el pabellón como pudo hasta conseguir la mayoría suficiente, merced a la subida del partido de Abascal.
Pero, como dicen ahora, estamos ya en otra pantalla y es cuestión de mirar al presente que nos ocupa para proyectarnos hacia el futuro. Respecto a Orihuela, si sus (malos) consejeros lo dejan, Mazón tendrá que volver a ser quien fue: aquel chico ilusionado por la política que sabía de verdad lo que significaba este municipio para el PP. Bastaría -mutatis mutandis- con que nos aplique la misma medicina que el pasado domingo pedía en Alicante cara a las elecciones generales: que esta provincia “deje de ser la última en todo”.
Se refería el presidente in pectore a los últimos Presupuestos Generales del Estado, que han dejado a la demarcación a la cola del país en cuanto a inversión estatal por habitante, y a que “jamás había sido una misma provincia dos años seguidos el farolillo rojo” en este aspecto. Una cuestión que, afirmó, es “responsabilidad exclusiva del sanchismo que nos ningunea desde hace cinco años”.
Pues bien. Para que la responsabilidad, por lo que se refiere a Orihuela, no sea exclusivamente suya a partir de ahora, voy a terminar con una larga y clarividente cita de un hombre sabio que nos abandonó el pasado año.
Junto a mi cofrade Rodríguez Barberá tuve la oportunidad de coordinar el libro Los Síndicos de Orihuela, publicado en 2019, y se nos ocurrió solicitarle el prólogo al ilustre profesor Santiago Grisolía, presidente del Consell Valencià de Cultura, quien atendió con generosidad nuestra petición.
Dejo el texto aquí, en apoyo de mi tesis amparada por la autoridad moral del sabio valenciano.Se preguntaba don Santiago con toda intención “¿Qué ideas se tienen de Orihuela desde fuera de ella? ¿Qué es, qué significa la ciudad para el resto de los valencianos? ¿Qué ideas sobre esta misma cuestión tienen los propios oriolanos?”. Y la respuesta –larga pero impecable- era la siguiente:
“Orihuela fue nuestra gran ciudad del sur. Marcó desde hace siglos la frontera del antiguo reino, una frontera militar pero también mental y cultural en el sentido moderno de estas palabras. Lo fue con eficacia y distinción, y recorrió un camino bastante paralelo a su espejo del norte, la ciudad de Valencia y capital del Reino. Las dos se observaron, se reflejaron por así decirlo, y se mantuvieron firmes en su papel de principales hasta la Guerra de Sucesión. Orihuela pagó muy cara su resistencia de entonces. Pero todo esto es algo sabido, aunque quizá poco recordado en su largo alcance, en sus consecuencias hasta nuestros días. Luego vinieron los tiempos de la democracia y el distanciamiento, por los que uno quisiera pasar rápido, pues fueron de especial decadencia para aquella gran Orihuela. Las instituciones que antaño traducían el poder de las gentes de la ciudad dejaron de tener su sentido representativo, fue despojada de capitalidad y territorios, retrocedió su economía y se perdió su gran capital humano. Se perdió mucho, muchísimo. Pero, y aquí viene lo bueno, no todo. Ni mucho menos. A mi juicio, Orihuela sigue siendo el referente del sur para los otros valencianos. El marco de la Historia no ha sido destruido. Ni siquiera la capitalidad provincial es decisiva aquí. Hay como si dijéramos una continuidad psicológica que, aunque dañada, hace que una gran capital como Valencia mire como hermana a la antigua capital de la Governació de llá Xixona. Ayuda en esto que Orihuela no haya cedido a la tentación de la despersonalización al rompimiento del vínculo del territorio común. Ni siquiera en momentos como hoy, cuando la llegada de tantas gentes de otros lugares podría presionar en esta dirección con más fuerza. Se diría incluso que este fenómeno ha ayudado a un nuevo interés por el pasado, como si se tuviera la feliz intuición de que reconocerse en lo propio favorece abrirse al mundo con mayor seguridad. Y también porque vuelve a poseer capital humano. No me cansaré de repetir que nada es posible en lo colectiva si no se consigue que muchos, con la formación suficiente y en diversos campos, trabajen y creen en una sociedad que sepa valorar la vital importancia de la formación y el talento. En el entorno de nuestra capital del sur se ha ido tejiendo en estas últimas décadas una trama empresarial y educativa que podría hacer posible un salto impensable no hace tanto. Es una sociedad muchísimo más interesante que antes. Pero también es más difícil lo que viene a continuación. Intentaré explicarme. En la encrucijada de nuestro tiempo, entre la globalización total y la nostalgia de un mundo más seguro que hemos conocido bien pero que va despareciendo ante nuestros propios ojos, quizá un ecosistema como el oriolano podría ser capaz de todo, de tener éxito de nuevo, si consiguiera el muy difícil equilibrio entre la creación hacia afuera y hacia adentro. Dicho de otra manera, conseguir por un lado una sociedad compleja y eficaz, sin miedos, que mire de tú a tú a las sociedades vecinas y a otras más lejanas. Y por otro lado, que sepa reforzar los vínculos con los territorios propios de su historia y mantener viva la memoria de su gran pasado y de su decadencia. Porque así recuerdan los caminos que no hay que volver a transitar. Desde el norte, desde Valencia, reivindico nuestra histórica alianza, que tantos frutos dio. Conocer nuestras comunes instituciones del pasado nos facilitará crear otras que nos sean útiles para los tiempos que vendrán. Deseo que este libro tenga la difusión que se merece a lo largo y ancho de todo nuestro territorio, y que mis muy queridas Valencia y Orihuela sepan crear una fructífera complicidad para un futuro mejor. Que sea verdad que el Oriol es el ave que más alto vuela y que más rápido construye su nido. Porque no tenemos tiempo que perder”.
Es cierto. Como dejó escrito el profesor Grisolía, Orihuela no puede perder más tiempo en el furgón de cola. Orihuela tiene que poner en marcha con urgencia en el centro histórico un ecosistema basado en las industrias culturales y creativas y en la digitalización, perfectamente sostenible y compatible con una ciudad que posee tanto Patrimonio. Y Orihuela tiene que conseguir, también, que se salde la deuda histórica universitaria contraída, cuya responsabilidad corresponde a los malos gestores que hemos padecido.
Termino. Ojalá que el nuevo presidente de la Generalitat –el 17 de julio tendría una ocasión de oro para ello si no coincidiera con la investidura- vuelva a encontrarse con esta Orihuela que bien conoce y empiece, de una vez por todas, a atender nuestras reivindicaciones