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La clausura, la enseñanza y la política

En el silencio del cenobio suena mi móvil que los frailes no me han incautado, como si esto fuera un primer grado

Monasterio de Yuste

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Esta mañana, en el convento de Gredos y antes del rezo de maitines – estos frailes se acuestan como las gallinas y se levantan como los gallos- he oído la radio con el pinganillo para no violentar la orden de silencio que también imponen en este cenobio. “Guía para una posible investidura con trankimazines y calculadora en mano” – decía el locutor-, contando apoyos y compras, componendas y pagos pendientes . En esta semana nos espera un tsunami político. Primero se eligen los miembros de la Mesa del Congreso, órgano clave para gestionar la agenda política y ahí ya hay contubernios y ofertas a cambio de votos para la investidura, claro: Bolaños, Armengol y hasta los canarios – afectados por la ola de calor- proponen a uno del PNV. Todos andan tomando trankimazines porque todos quieren los sillones. Los del PP se empeñan en Feijóo sabiendo que no tiene apoyos para ascender al Olimpo de la Moncloa.

El gobierno conlleva miles de puestos con sus correspondientes sueldos y todos andan preguntando, bajo cuerda, qué hay de lo mío, porque una dirección general, una secretaría, una subdelegación del gobierno, etc… suponen un pastón al año, que algunos ni han visto en pintura. Esa es la clave, gente que en su puta vida ha aprobado una oposición y de pronto se ve con mando en plaza. Me viene a la memoria un elemento, nombrado para un “puestarrón” de cojones, que, para tomar posesión cortó dos calles, repartió cava a gogó y hasta puso música a tope con megafonía y todo. Yo, que pasaba por allí porque me negué a participar en la fantasmada por mucho puesto que hubieran dado al tipo, pregunté como Joseph Pla cuando llegó a Madrid y vio todas las luces de la calle encendidas: ¿Aiso qui lo paga? Lo pregunté y nunca me contestaron. El tipo del puestazo acabó en la cárcel por corrupción pero con un tercer grado expres que me resultó sospechoso desde el minuto cero. No digo nada. Un anciano, al que el amor de su vida ha dejado tirado como una colilla tiene otras preocupaciones, como ella tiene otras prioridades. Mecagoentoloquesemenea.

Es Jorge Olcina, Director de la Sede Universitaria de Alicante, la que está al principio de la Explanada, antes noble y preciosa y ahora como si hubiesen pasado los tanques de Putin por ella.

Me acuso de morirme sin tu boca/ confieso que desde que me has dejado/ solo bailo en las fiestas donde tocan/ la música del vals de los ahorcados – canta Sabina en Virgen de la amargura y canto yo en este monasterio lúgubre en lugar de los gregorianos latinos de estos frailes barbados y más abuelos que yo.

En el silencio del cenobio suena mi móvil que los frailes no me han incautado, como si esto fuera un primer grado y yo un narco que dirige la red desde el monasterio. Es Jorge Olcina, Director de la Sede Universitaria de Alicante, la que está al principio de la Explanada, antes noble y preciosa y ahora como si hubiesen pasado los tanques de Putin por ella.

Manuel - me dice- tenemos que hablar del Taller de Novela Histórica de la Universidad. Tienes que hacerlo este curso. A la orden – digo mientras me cuadro porque los que hemos hecho la mili nos cuadramos ante la “auctoritas” de los sabios-. Ahora mismo estoy en un monasterio en Gredos, reflexionando sobre la brevedad de la vida: Vanidad de vanidades y todo es vanidad. Iba a ponerlo en griego pero este ordenador barato no tiene esas letras para escribir “mataiotes mataiotetum kay panta….” – véase este himno a la vagancia que está en el Eclesiastés y habla sobre la inutilidad del trabajo. Lo mismo que los salmos: es inútil que madruguéis, que veléis hasta muy tarde. Si el señor no construye la casa en vano trabajan los albañiles-. De ahí viene aquella monserga medieval, “el señor no trabaja porque es noble o eclesiástico” y ahí estaban los pecheros para cargar con todo y mantener parásitos.

El curso se va a hacer. Tengo todo el tiempo del mundo para prepararlo en la soledad y la inmensidad de Gredos, fresquito dentro de lo que cabe y viendo las Perseidas por las noches porque aquí no hay contaminación lumínica. Sales al patio del claustro y ves estrellas y planetas que desconocías porque las luces de la ciudad llevan lustros ocultándolas: Casiopea, Pegaso, Júpiter, Aries, Andrómeda… hay un fraile aquí – Fray Eleuterio de San Juan de la Nava- que es astrónomo y te descubre cosas que ni imaginabas. Ayyyyy señor, y el amor de mi vida perdiéndoselo. ¡No tiene arreglo! Yo que estaba dispuesto incluso a dormir como hermanos por aquello del lugar sagrado en que estamos, haciendo penitencia y jodiéndome las bisagras en el duro suelo. Y ella disfrutando quien sabe dónde. ¡Viva la libertad por la que hay que dar incluso la vida!

Primicia. Tengo el argumento y el título de la novela del próximo curso-taller de la Sede Universitaria. De ese taller – esa era la apuesta con Jorge Olcina, el director, y con Manuel Palomar, antiguo rector- tiene que salir una novela. Nada de trabajo para la galería, nada de toreo de salón, una novela cuya publicación tengo que negociar con Marina Vicente, flamante directora gerente de la Editorial Club Universitario, que Vizcaíno ha pasado a engrosar el mundo de los parásitos jubilados en que me encuentro instalado.

“Pecado, política y perdón. Los confesores reales”. Los alumnos que quieran asistir – no me gustaría que fuesen más de veinticinco para controlar el asunto- tienen que aportar de entrada cuatro folios sobre cualquier confesor real desde los Reyes católicos hasta Alfonso XIII – menudo golfo. De ahí partimos para crear una historia en la que quede de manifiesto el poder de los confesores que, erigidos en dispensadores de la gracia divina y conocedores de los designios del altísimo, dirigían la política de la nación como si fueran de Esquerra Republicana, de Bildu, de Junts o del PNV.

He encontrado un confesor sinvergüenza que tendrá que estar, sí o sí, en nuestro curso. Blas de Ostolaza – al que apodaban Ostiones- , menos golfo no obstante que el rey al que confesaba, Fernando VII. Este peruano de ascendencia española, era un pelota profesional destinado como capellán del traidor cuando disfrutaba de las mieles del Castillo de Valençay y de la hospitalidad napoleónica mientras los españolitos se batían a pecho descubierto contra los franceses en nombre del rey y de la religión. Cabrones. Benito Pérez Galdós lo retrata bien. Un político camaleónico que acabó como director de un hospicio en Murcia en el que, parece, que ejercía de corruptor de las niñas allí ingresadas, un cura sobón que tardó ocho años en ser juzgado y absuelto por una justicia para qué hablar de ella. Un cura modelo, integrado en la tropa ultra de los Cien Mil hijos de San Luis que acabó fusilado en una oscura cárcel de Valencia. ¿Ven como hay tema para el curso?

Que los ancianos tenemos que cuidar la circulación sanguínea moviendo el esqueleto, andando a falta de otro movimiento que el amor de mi vida se ha pirado

Me tienen los frailes un poco harto con el gregoriano. “Laudate dominum omnes gentes. Laudate eum omnes populi”. Todo el rato alabad y alabad y alabad. Un poco narciso me parece este dios frailuno al que hay que estar alabando todo el rato. Siglos de sumisión en todas las culturas – judíos, moros, cristianos como decía mi medio paisano Américo Castro- para sortear falsamente, quiméricamente el drama irremediable de la muerte.

Tras un desayuno más que frugal salgo a estirar las piernas alrededor del convento, que los ancianos tenemos que cuidar la circulación sanguínea moviendo el esqueleto, andando a falta de otro movimiento que el amor de mi vida se ha pirado. Sorpresa. Veo otra vez a la pelirroja pecosa, la mujer joven y guapa que hablaba con su marido hace unos días de un libro que escribe sobre Alfonso XIII. Este era también una buena pieza.

Me pego a rueda pero se ve que el libro tardará aún unos meses. El cocinero de la reina se está cociendo y yo ando en ascuas porque Alfonso XIII, el del golpe de Primo de Rivera, el de la Guerra de Marruecos, el de los españolitos que iban a morir a África, para salvar las minas de Romanones, si no tenían mil quinientas pesetas para librarse, el novio de Carmen Ruiz Moragas, el que salió por patas por Cartagena … ese que era un pieza… tengo ganas de leerlo en la pluma de esta mujer que tiene toda la pinta de ser ilustrada y sabia.

Ya pueden los posibles alumnos de ese curso de la Sede Universitaria, buscar quien era el confesor del rey que tenía halitosis, ese confesor capaz de comulgar con ruedas de molino para seguir en el cargo. Desde Cisneros hasta Ostiones, desde Fray Juan de Almaraz al Padre Claret y la Monja de las llagas, fijaos si hay materia para disfrutar e intentar hacer buena literatura.

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