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Las bases y el poder

Toda democracia se basa en alternancia de poder, pero si uno de los contendientes se pega un tiro en el pie que le rebota en la pelvis, eso no es culpa del adversario, sino de impericia.

El ministro de Fomento en funciones, José Luis Ábalos, y Koldo García Izaguirre, a su llegada al Congreso a la segunda sesión de votación para la investidura Pedro Sánchez en la XIV Legislatura, a 7 de enero de 2020.

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Las campanadas a medianoche sonaron fúnebres para Pedro Sánchez, Yolanda Díaz y la desbandada podemita en tierras galaicas. Todavía, recontaba ya el 30% de los votos, algún tertuliano, agente del Gobierno ante las cámaras públicas y privadas, se agarró (la histeria del perdedor) a un imposible vuelco forzando las cuentas del trilero, pero Feijóo ya había pasado el Rubicón volviendo victorioso a Madrid. Mayoría más que absoluta: incontestable.

En Moncloa temblaron las piernas, y en Ferraz las papeleras se llenaron de kleenex mocosos. Paradójicamente José Luis Ábalos, una de las personas que más intentó reanimar a Sánchez, ya lo había hecho antes cuando se enfrentó a Ximo Puig, nada proclive a que el madrileño se hiciera con las riendas del PSOE por encima de siglas autonómicas, asegurándole a su amigo el Presidente que la retardataria Galicia debía interpretarse como prolongación anécdota haría y no como virtud del PP sólo ante el resto.

Quizá a esas horas Pedro Sánchez ya supiera algo del parte meteorológico sobre el tsunami que se les venía encima con Ábalos. También las fuerzas de seguridad desde el CSID hasta la Benemérita, se vigilan entre sí en un juego de ocultación o intercambio de fichas comprometidas como si fueran cartas del póquer descubierto. ¿Quién vigila al vigilante?

Pero este pillastre grandullón se volverá a atracar de marisco (no parece un buen gourmet ), y dormirá en su camaza pensando en las fichas de dominó, pues probablemente tenga munición guardada (la expolicía tampoco es tonta)

Pero el Secretario General de los socialistas tenía la mente ocupada en los tejemanejes (información comprometida) con el sátrapa Mohammed VI, y proseguía su partida interminable al ajedrez chino (xiangqi) con el escapista Puigdemont. Todo parecía entrar dentro de las lógicas zozobras democráticas que hemos venido padeciendo y gozando desde la Transición a los corrientes. Sin embargo, la bomba retardada explotó cuando menos lo esperaba el Gobierno central, y sus aliados de conveniencia que ahora le vuelven la espalda entonando el: caiga quien caiga.

Cuando escribo este artículo no debe faltar mucho para que Ábalos presente su dimisión: “eso me costaría la vida política y quien sabe si la situación personal” (amores son amores y no buenas razones). Anoche su confesión en el patíbulo de La Sexta fue patética, me recordó a Luis XVI frente a la guillotina, intentando pronunciar un discurso que nadie quiso ni pudo atender por el ensordecedor ruido de los tambores y de la vociferante multitud presente.

Y eso que Ábalos intentó cobardemente echarle todas las culpas a su valet y ayuda de cámara, el sinvergonzón Koldo García y familia bandolera cuya fortuna faltriquera aumentó exponencialmente hasta cifras que sonrojarían al mismísimo Capone cuando corrompía políticos de bragueta fácil, mucho Bourbon trasegado, e insolventes en mesas de juegos clandestinos.

Aunque lo que ya parece un desbordar el pantano de la indignación pública, es que su Señoría de la Audiencia Nacional, Ismael Montero, haya puesto en la calle (con cargos y retirada del pasaporte, faltaría más) al bandarra Koldo, mientras mucho friki camello o ladrón de menor cuantía pasó al duro talego algunas semanitas e incluso hasta sentencia definitiva. Pero este pillastre grandullón se volverá a atracar de marisco (no parece un buen gourmet ), y dormirá en su camaza pensando en las fichas de dominó, pues probablemente tenga munición guardada (la expolicía tampoco es tonta) como para que su exjefe se esconda en un pozo muro, y a su vez Ábalos no debe andar desprovisto de metralla suficiente como para que el mismísimo Sánchez empiece a notar la carcoma subiéndosele por su sillón presidencial y se apresure a convocar elecciones prometiendo quimeras hasta meter: la papeleta en la urna.

Hablo con mis amigos socialistas de proximidad geográfica, y no es que estén denodados es que no saben dónde meterse. Ximo Puig tránsfugo a Paris, je t'aime; Ábalos muerto en vida; Alejandro Soler se fija, pero no entiende; y Diana Morant lo ve tan crudo aquí que se enroca en su ministerio madrileño antes de que le partan la cara dialéctica en Valencia, lo que la suelta a las pequeñas maldades de Mazón, a quien se las están poniendo como a Fernando VII para ganar el próximo partido sin salir al campo.

Toda democracia se basa en alternancia de poder, pero si uno de los contendientes se pega un tiro en el pie que le rebota en la pelvis, eso no es culpa del adversario, sino de impericia política revestida de soberbia plenipotenciaria. También me cuentan mis gargantas más o menos profundas del socialismo valenciano insistiendo para que lo escriba, y resumo: “cuando se nos pase un poco el nocaut, la catarsis debe ser completa buscando gente joven, incluso desconocida, pero con sólida formación preparada para siglo XXI: redes, movimientos sociales, ecología, urbanismo humanista, (empezando por edificios en construcción, o ya construidos, pero que no se conviertan en teas genocidas), y sobre todo, con un liderazgo fuerte y un currículum intachable, es decir, el reverso antitético y personal de la ristra de chorizos colgados en la pétrea (nunca mejor dicho) pirámide sanchista que han asfixiado al militante de buena fe”.

Claro, que eso son las muy mermadas bases del jubileo que hoy caben en una sala de juegos de cualquier Casa del Pueblo, y, si acaso, algunos jóvenes intentando hacer proselitismo en el desierto como profetas apócrifos de un socialismo que ha de volver.

Sin embargo, aquellos otros que todavía hoy conservan cargo y sueldo público, se limitan a repetir las inconsistentes excusas del Gobierno central (vaya palizón que le dimos ellos a nosotros) a través de los telediarios afectos, y tertulias parcial y deshonestamente impares a favor de la izquierda, hoy balbuceante vejestoria aplastada por las urnas.

Catarsis o entierro de la sardina.

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