Franco
Los socialistas vuelven a remover la osamenta de Franco que descansa en el panteón del Cementerio de Mingorrubio, una modesta capillita familiar si la comparamos con el Valle de los Caídos
Dentro de poco más de un año, algunos celebrarán, otros vituperarán y, los más, desde la indiferencia, apenas echarán vistazo histórico a la figura (1,63 m) de aquel Francisco Franco Bahamonde, militar africanista quien tras sublevarse contra la II República subyugó, bajo guante y bota castrenses, durante 40 años a una España siempre indómita, certeramente definida por el canciller Bismarck con su conocidísima sentencia: “La nación más fuerte del mundo es sin duda España. Siempre ha intentado autodestruirse y nunca lo ha conseguido. El día que dejen de intentarlo, volverán a ser la vanguardia del mundo”. Toda una premonición para los momentos que vivimos.
Casi un siglo desde aquel fatídico 1936, y los socialistas vuelven a remover la osamenta de Franco que descansa en el panteón del Cementerio de Mingorrubio, una modesta capillita familiar si la comparamos con el faraónico mausoleo que él propiamente se construyó en el monumental Valle de los Caídos. Si el autointitulado “Generalísimo” era un megalómano bajo palio, nuestros actuales gobernantes son sus principales propagandistas sacándolo de algunos párrafos en los libros de Historia, para devolverlo a primera plana y titulares en los medios de comunicación actuales.
Toda una chapucera comedia para desviar la atención de los españoles, que sólo nos puede hacer recordar aquel humorismo facha y ocurrente de Vizcaíno Casas con su… “Y al tercer día resucitó”: resumiendo argumento que también se llevó al cine: alguien encuentra al doble del dictador muerto y lo viste y saca a la calle para espanto general, especialmente de las izquierdas y de los nacional-independentistas, hasta que se descubre que todavía sido una macabra estratagema de la ultraderecha añorante de un pasado glorioso (sólo para ellos), con lo que las cosas vuelven a la normalidad y seguridad democrática con final feliz como es habitual en este prolífico escritor y periodista valenciano.
Pues ahora, los neosocialistas con mando en plaza, no confundir con los de verdad fidedigna, se han enfundado el hábito inquisitorial de los autos de fe exhortándonos a que abjuremos y escupamos sobre la lápida de Franco, como si aquel siniestro personaje no nos las trajera tan al pairo como el Conde don Julián, Almanzor, Manuel Godoy o “El Arropiero”. Tampoco nos acordamos continuamente de la dictablanda de Primo de Rivera cuando el saldo de prosperidad para el país en general fue bastante más positivo y encomiable que infeliz alguno de sus desmanes con sindicalistas y separatistas.
La berrea o perrea socialista (Ley de Memoria Democrática) con que ahora las derechas desde Vox a los liberales centristas intentan blanquear al franquismo, ha sido tajantemente contestada por el presidente de la Generalitat Valenciana, cincuentón nacido en 1974, con un directo e irrebatible: “Léame los labios: sí, fue un dictador. Sí, fue una dictadura”. ¿Acaso esperaba el Síndic socialista José Muñoz otra respuesta de quien tantas veces ha cantado (fue vocalista antes que político) las letras de Miguel Hernández con música de Serrat? ¿O lo que no quiere entender es que estamos (como se dice ahora) en otra pantalla de alto cromatismo y definición 8K, y no en el No-Do que sólo contrastaba el blanco y negro sin matices? Puede que sea decepcionante, pero también resulta frustrante para estos profanaron errores de tumbas el que cuando micrófono y cámara en mano se les pregunta a las medias y nuevas generaciones ¿quién fue Franco? Las respuestas van desde un desconocimiento absoluto, pasando por una breve descalificación a su dictadura, y cuando más: agua pasada que no mueve molinos informativos ni guarda imperdonables en cárceles de papel. Algo así como si mirando el actual cauce del río Turia, obra cumbre de la ingeniería valenciana: multifuncional en actividades polideportivas y de ocio, sendero de paseantes, reposo de soledades… alguien de cierta edad y en una bancada compartida con los jóvenes “footing” comentara la trágica riada de Valencia en 1957, o la muy anterior de Santa Teresa en Orihuela en 1879. “Historias de yayo”, pensarían porque hoy algo así parece inconcebible o desusada y rancia preocupación. El futuro para ellos ya no pasa por escarmentar repitiendo el pasado.
Ni siquiera Bildu ha querido reconocer que ETA era una banda terrorista (850 asesinatos en 42 años). Tampoco desde los medios más serviles al Gobierno de Sánchez, se habla de los muertos guerracivilistas salvo los del bando republicano, como si los “nacionalistas” hubieran desaparecido misteriosamente tras aquel genocidio fratricida. Quemar iglesias y conventos, sacas nocturnas en la pared de los cementerios, o en los caminos, para luego la represión brutal de los ganadores, etc. Pero todo eso es Historia que debemos dejar en manos de ensayistas e historiadores sin necesidad social de estar sacando continuamente de sus ataúdes huesos y cenizas lanzándonos y soplándolos a la cara del adversario político.
Claro que fueron una dictadura con su correspondiente dictador, eso es de parvulario. Se puede reescribir el pasado cuantas veces se quiera y desde perspectivas opuestas, pero no se puede cambiar. Homero fue el primero en sentenciar como en tantas otras cosas: “Dejemos que el pasado sea el pasado”, y por seguir con los grandes, Chopin tenía buen oído también para estas cosas: “Es inútil volver sobre lo que ha sido y ya no es”. Talmente Franco.