A propósito del nuevo Palacio de Congresos de Alicante
La estrecha relación con el resultado proyectual que muestran las imágenes virtuales que he visto publicadas, suma autenticidad a la rotunda belleza de la propuesta ganadora.
Me ha llamado la atención la curiosa reacción de reconocidos profesionales de la arquitectura alicantina –“expertos” les ha llamado algún medio- poniendo en cuestión la decisión razonada y unánime de un jurado -de expertos, ahora sí- acerca del proyecto que con el lema San Carlos presentó el arquitecto Juan Pablo Rodríguez Frade en UTE con una unión de empresas madrileñas e internacionales, para el nuevo Palacio de Congresos en un ámbito portuario alicantino de uso y disfrute público.
Las ciudades portuarias saben muy bien y desde tiempos muy remotos, qué es ese encuentro entre la ciudad y el mar, que es el puerto, tan ciudadano éste como portuaria aquella. Y Alicante no es una excepción.
Histórico y largo peregrinaje el de este equipamiento urbano, desde el construido por Juan Antonio García Solera en Santa Faz (1968) -una obra de excelencia- pasando por su propio intento de ubicar uno distinto en la ladera del Benacantil (2001) y el macro proyecto frustrado de Salvador Pérez Arroyo (2006) en la entrada norte de la ciudad, hasta llegar a instalarse como una roca varada, o como un bastión, que es precisamente lo que evocan las imágenes y el lema del proyecto triunfador.
El asunto de los concursos internacionales está expuesto a decisiones arriesgadas desde el famoso fallo del concurso del Palacio de los Soviets de 1931, y no digo yo que no se sigan produciendo, en razón de la capacidad y autoridad moral e intelectual de los jurados respectivos. No parece ser éste el caso.
El conjunto de profesionales de excelencia que, por orden alfabético, integran las españolas Fuensanta Nieto y Elisa Valero, la holandesa Nathalie de Vries (MVRDV), el profesor valenciano Juan Deltell y los técnicos municipal y de la Diputación Provincial, reúne sin lugar a dudas los requisitos más exigentes que se puedan pedir para garantizar la mejor elección. Conozco personalmente a la mayoría de ellos. Soy devoto confeso de la arquitectura de Nieto y Sobejano (Museo de Arte de Dallas, 2023. Primer premio) y admiro la delicadeza profesional y la docencia magistral de Elisa Valero (Swiss Architectural Award 2019). No me voy a extender con la cofundadora de MVRDV, que podría desarrollar en consorcio con OODA y varias mercantiles una ecociudad vecina de las piscinas naturales de Álvaro Siza en Motosinhos. Compañero de fatigas en la Escuela de Valencia, la arquitectura y la docencia de Deltell merecen todo mi respeto. La autorictas de este jurado resulta más que explícita con la simple consulta de sus currícula y de sus obras. Luego, desde el punto de vista de su capacidad y su autoridad moral o intelectual, no es el caso.
Es sabido que en estos concursos -y en casi todos- las propuestas se presentan de forma anónima, amparadas por un lema escrito en un sobre “lacrado” que contiene el nombre del autor. Y si ya se me antoja apropiado elegir para el lema el nombre de un desaparecido baluarte del siglo XVII, la estrecha relación con el resultado proyectual que muestran las imágenes virtuales que he visto publicadas, suma autenticidad a la rotunda belleza de la propuesta ganadora.
Saludé fugazmente a Juan Pablo Rodríguez Frade hace unos años, con motivo de la inauguración del Museo en el Convento de Santa Fe de Toledo de la cesión temporal de la colección Roberto Polo que hoy se exhibe en Cuenca. Pero sé de su extensa obra que sintetizan la grandeza del Museo Nacional de Arqueología, y la sutileza en el de Arte Abstracto Español de Cuenca o en el de las Arquerías de Madrid.
El jurado ha destacado la calidad del centenar largo de concursantes, no ha dejado desierta ninguna de las distinciones previstas con prestación económica, e incluso ha ampliado la nómina a varios finalistas “de honor”, acreditando así el interés que ha supuesto tanto la convocatoria como el resultado de la misma. Pero no corresponde a jurados de licitaciones de esta importancia o a tribunales académicos -siempre me he opuesto cuando he tenido el honor de formar parte de unos u otros- la comprobación cicatera de temas menores, sino señalar la grandeza creativa de cada proyecto juzgado. Y en mi modesta opinión, este sí ha sido el caso.
Así que me llama la atención esa reacción (no los tengo yo precisamente por reaccionarios) de colegas que trato con respeto (y cariño a algunos de ellos) elevando un juicio propio y legítimo, a la categoría de recurso administrativo en interpretación amplia de algún punto del pliego de condiciones técnicas. Y me enternece el lamento localista, jo que soc mig alacantí. Experimentados profesionales, frecuentes concursantes y flamantes ganadores en más de una ocasión, los supongo sabedores de que Diputación, Ayuntamiento y Autoridad Portuaria, como responsables de la convocatoria y de la posterior ejecución de las obras, matizarán y solicitarán del equipo redactor -si fuera el caso- las modificaciones necesarias que, subsidiarias de lo esencial y sin apartarse de su fundamento arquitectónico, mejoren el resultado.
Es decir, que me ha llamado la atención. Y no lo he entendido.
*José María Lozano es Catedrático (r) de Proyectos Arquitectónicos de la UPV