Los que pasan de Sánchez
Utilizar “derecha” y “ultraderecha” como sinónimos cutres del vocabulario faltón, resulta tan falso y hediondo como ponerle un par de cuernos a quienes sus parejas les son absolutamente fiel
El mejor indicativo de lo que se veía venir, una hora antes en Canarias, se ha podido constatar en las sujetas curvaturas indicativas de los mercados bursátiles. El Ibex 35 y demás ejemplos para la economía especializada, apenas ha cambiado su puntual sierra financiera una milésima entre los cinco días de escapismo presidencial. No hay nada más temeroso que el dinero, dice el tópico centenario, y el Banco de España siquiera parpadeó tras el anuncio de Pedro anunciando que se trasconejaba. Wall Street ya sabía la respuesta antes que los españoles: vergonzoso, pero incontestable. Una cosa es la entretenida novela de Tom Wolfe (“La hoguera de las vanidades”), y otra muy distinta son los fondos de inversión más seguros y rentables para el estadounidense medio. Los mismos que aconsejaron no mover ni un dólar/euro en España tras la famosa espantada del patrón del barco que lanzándose a la hermética barca salvavidas en medio de la tormenta que él mismo había provocado en el vaso de agua histórico por el que transcurríamos como tantas otras veces.
España se quedó tan en vilo cual una sala de espera de la UCI, y tan en el aire como Nik Wallenda el primer volantinero que atravesó las cataratas del Niágara. ¿Ustedes se imaginan a cualquiera de nosotros/as diciéndole a la empresa grande, mediana o pequeña, donde dirigimos por delegación, que nos piramos inopinadamente sin dar mayores cuentas y cuentos, porque tenemos un pequeño desequilibrio (¿depresión?) emocional entre la esposa, parienta o pareja y el oficio, para el que fuimos designados? Lo más probable es que sería el despido inmediato, y la peor tacha en nuestro currículum. Salvo que algún diagnóstico terminal desaconsejara su confesión pública. Y mismamente así sólo puede dictaminarse entre la salud (incuestionable) y/o el amor (“così fan tutte”). ¿Todos? ¿También quién tiene bajo su responsabilidad a 48 millones de españoles?
El PSOE estaba desnortado, y muchos medios de comunicación, esencialmente televisivos (desgraciadamente lee prensa se lee menos como el “fast food” se impone a la alta cocina, incluso a la convencional) desde la Uno a la Sexta se han cabreado (risas histéricas y maniqueísmo) por quedar en ridículo apostando el engaño del me voy quedándome, mientras que los independentistas y pseudoindependentistas tomaban probióticos para no seguir manchando su ropa interior, acusando ahora al presidente de las Españas como un engañador desproporcionando y maniobrero en favor de sus sucursales catalanes y vascas.
Ya está bien de ser, cita textual, “malos” por militar, simpatizar o votar a determinadas siglas. Eso sólo puede ser malamente asumido entre los simpatizantes a las dictaduras o teocracias, teniéndose por “buenos” solamente los afectos al sátrapa
Utilizar “derecha” y “ultraderecha” como sinónimos cutres del vocabulario faltón, resulta tan falso y hediondo como desvirtuar la honestidad de muchas madres decentes, o ponerle un par de cuernos a quienes sus parejas les son absolutamente fieles, cuando menos sexualmente de obra. Ya está bien de ser, cita textual, “malos” por militar, simpatizar o votar a determinadas siglas. Eso sólo puede ser malamente asumido entre los simpatizantes a las dictaduras o teocracias, teniéndose por “buenos” solamente los afectos al sátrapa; en nuestro caso, Pedro Sánchez.
Vemos a La Moncloa como un pequeño palacete donde apenas cabrían 50 personas entre inquilinos y servicios personales y de asesoramiento, pero el verdadero complejo supera los las 2800 almas, si contamos una mayoría de asesores y algo menos de funcionarios. A ver quién me explica si el señor Presidente y la segunda dama de la nación, doña Begoña Gómez, pueden prescindir de un buen equipo de psicólogos y psiquiatras para vigilar y atesorar su salud mental cotidiana. Hasta Franco lo tenía en El Pardo por disposición de su yerno médico. Así pues, el escapismo de lo que ya los griegos llamaban “eutimia” (estado de ánimo normalizado), no parece excusa creíble para nadie en su sano juicio, salvo una prolongada inseguridad que los especialistas han dado en calificar de impropia en un personaje con semejantes responsabilidades político-sociales. Han analizado su gestualidad (comunicación visual que acompaña al verbo) hasta el microscopio psicoanalítico, pero ninguno ha diagnosticado más allá de que la mejor defensa es un buen ataque.
Este gallo descabezado durante cinco días nos quiere llevar a la intolerancia de 1936, cuando sólo los octogenarios pueden recordar lejanamente aquellos fratricidios previamente regados con lágrimas negras apátridas. No siento pena ni lástima por el atribulado Pedro Sánchez, lo siento por todos nosotros. ¿” Manual de resistencia”? ¿o tocomocho? Ustedes mismos.