Opinión
Homosexualidad y política
El asunto de la bandera LGTBI escupido con saña contra la alcaldesa de Valencia, no es sino loca berrea carente de razonamiento
Todavía recuerdo, muy de niño, en aquella sociedad franquista, retrógrada y machista, el grito disparadero de la chiquillería al iniciar una carrera para llegar al recreo o a cualquier sitio donde hubiese gratificante recompensa: ¡Maricón el último!; no creo que tuviésemos una sexualidad muy definida, pero era la forma inconsciente y chusca de degradar al más lento o menos espabilado.
Hoy, debe ser por aquello de los movimientos pendulares de la Historia, el clamor de una minoría apoyada por un postureo “progre” que se dice de izquierdas, es “homosexual el primero”, incluso discriminándonos al resto de heteros porque no nos declaremos feligreses de la doctrina LGTBI, llevemos su chapa en la pechera y salgamos a manifestarnos todos los días en batucadas sobre unos indiscutibles e inalienables derechos civiles que hace muchísimos años están reconocidos constitucionalmente en España, incluida la penalización legal para quienes ataquen otras opciones sexuales distintas a las suyas.
Y es que, a falta de argumentario y sobras de resquemor al haber perdido unas elecciones, los socialistas, en este caso los ilicitanos han emprendido una hartera campaña contra el alcalde de la ciudad Pablo Ruz, quien desde hace meses viene sufriendo ataques homófobos (“Aversión hacia la homosexualidad o las personas homosexuales.” Sic.), como si la condición e inclinación sexual de cada cual tuviese algo que ver con el cargo o profesión. Podría llenar este artículo con nombres de personajes históricos en todos los campos desde la política al arte, pero evitaré al lector redundar sobre algo sobradamente conocido; claro que esos y esas faltones carecen de la mínima cultura adquirida en los libros y la educación se les escapa por la misma salida que las ventosidades. Si tan valedores son del movimiento gay ¿por qué no han salido en defensa de su alcalde? ¿Acaso alguien puede creer que no hay homosexuales que votan al Partido Popular, y si me apuran muchos políticos/as de esta formación y en ejercicio que han reconocido su condición alternativa, extendiéndose algunos/as a la bisexualidad? ¿Quizás por falta de lo que hay que tener (ellos tan machos, ellas tan hembras)? ¿Hay que ser intolerantes desde las minorías con las mayorías tolerantes?
Asimismo, el asunto de la bandera LGTBI escupido con saña contra la alcaldesa de Valencia, no es sino loca berrea carente de razonamiento, porque inclusive, creo, que queda más denotativo y estético iluminar una fachada con el arcoíris que colgar una enseña de un colectivo que sólo puede representarse propiamente, y aun así, dentro de fuertes discusiones internas. Puestos a poner, María José Català, mande prender de los mástiles municipales las banderas del Valencia Club de Fútbol, del Levante, de los animalistas, del Black Power, y hasta la Media Luna en recuerdo al mucho tiempo que fuimos moros (hoy tan injustamente discriminados).
Como escribía al principio de este artículo en tiempos oscuros y dictatoriales, en aquella España que empezaba a salir del subdesarrollo y de la ignorancia generalizada, los chistes sobre putas y “maricones” abundaban despertando carcajadas (las lesbianas parecían inconcebibles); hoy en día cualquier broma de ese solaz sólo despierta la reprobación e incomodidad ajenas. Sin embargo, no es menos cierto que tanta insistencia y manipulación desde determinadas opciones políticas del, o mejor dicho de los movimientos LGTBI, como piedra arrojadiza contra el adversario ideológico, están sufriendo el efecto boomerang por exceso cansino y redundante hasta la saturación.
Somos muchos los hetero que teniendo amigos y familiares homo apoyamos, es decir, respetamos en igualdad, a quienes optan por otras opciones de emparejamiento, incluso asistiendo a bodas y celebraciones gay, pero y también pedimos se nos respete nuestro espacio natural para no sentirnos una especie de apestados por el hecho de no militar como dóciles creyentes en un movimiento ajeno a nuestros deseos sexuales de toda una satisfactoria vida.
Politizar la homosexualidad no es progresista, es sacarla de quicio y de contexto.