Europa ante el desafío del populismo
Trasladar a los ciudadanos la utilidad de las instituciones europeas y la mejora en la transparencia de éstas se antoja necesario para combatir el avance de formaciones populistas en Europa.
En tiempos de inestabilidad e incertidumbre, una nueva ola de populismo recorre Europa; quizá no tan evidente y relativamente más benigna que la que sacudió Europa en los años 30 del siglo pasado, pero no por ello menos inquietante. Presenta el atractivo de dar certezas con un mensaje simple y maniqueo, de buenos y malos, y de reclamar para "el pueblo" las prerrogativas que, según mantienen, unas ineficientes y corruptas instituciones les han robado. Además, busca en factores externos, como el auge de la inmigración y la crisis de los refugiados, el chivo expiatorio de todos sus males, el enemigo a batir que los débiles partidos liberales y socialdemócratas no se atreven a encarar.
En Polonia y Hungría gobiernan ya partidos de este signo, y en otras muchas partes de Europa las formaciones políticas de corte populista han pasado de grupos marginales y minoritarios, con una presencia anecdótica en la vida política institucional, a convertirse en alternativas reales de gobierno. El Frente Nacional en Francia y el Partido de la Libertad de Austria son hoy la segunda fuerza política de sus respectivos países. En otras partes de Europa continúa su ascenso. En Holanda, el Partido de la Libertad de Geert Wilders se distingue desde hace años por su discurso xenófobo; en Italia, la Liga Norte, de corte separatista además, y el Movimiento Cinco Estrellas, constituyen un serio obstáculo a un proyecto global e integrador de nación italiana.
Alemanía, que durante años se ha distinguido en la superación del pasado populista que llevó a Europa a la destrucción, tampoco se encuentra en su mejor momento. Las elecciones del 24 de septiembre de este año, en que Angela Merkel fue reelegida para un cuarto mandato, no fue un momento feliz. Por un lado, aunque victoriosa, quedó en minoría, y en segundo lugar, el Partido Socialdemócrata, segunda fuerza política, aunque con un importante descenso, ha rechazado reeditar un pacto de gobierno con el CDU, ya que culpan de los malos resultados al anteriormente firmado. Sin embargo, existe una tercera razón para la preocupación: el ascenso fulgurante del AfD (Alternativa por Alemania), que pasó de no contar con representación en el Bundestag a alcanzar los 94 diputados, siendo la tercera fuerza más votada y relegando a los liberales a la cuarta posición.
A día de hoy Angela Merkel no ha logrado el apoyo de otros partidos de la oposición para formar un gobierno estable, justo en el momento en que Europa, no sólo Alemania, lo necesita más que nunca. Un eje franco-alemán fuerte permitiría ahondar en la integración y hacer frente a los desafíos más inmediatos al proyecto europeo. Es preciso recordar con palabras y hechos las ventajas que supone para los estados y sus ciudadanos la pertenencia a la Unión Europea; ventajas que trascienden lo puramente económico -un mercado único aumenta las posibilidades competitivas en un mundo globalizado e interdependiente- para entrar en la esfera de los valores y la defensa del sistema democrático de gobierno contra los ataques, no siempre justos ni globalmente ponderados, de sus críticos.
Es verdad que existen sombras, las instituciones europeas siguen siendo lejanas y desconocidas para el ciudadano europeo medio pese a los intentos de mejor la transparencia y la información sobre las mismas. De esto se aprovechan los movimientos populistas, a los que resulta fácil crear una imagen, con un cierto fondo de verdad, de la UE como un gobierno tecnocrático ajeno a los intereses de los ciudadanos. Posiblemente, dando un mayor impulso a las políticas sociales y de protección laboral, sobre todo frente al desempleo, se lograría atajar parte de estas críticas. Una vez asegurada la existencia del mercado y de la libre circulación de los trabajadores, toca centrarse en las personas.