No hemos aprendido nada
La última burbuja económica: las criptomonedas. Más que cándido, hay que ser un necio para creer que un activo tremendamente volatil.
Sorprende que a estas alturas se sigan produciendo burbujas especulativas, cuando existe suficiente evidencia histórica y recuerdos personales de las más recientes: Desde la tulipomanía del siglo XVII, pasando por el crack del 29, el lunes negro de 1987, la burbuja puntocom de finales de los noventa o la última crisis mundial de las hipotecas subprime. Así pues, las burbujas no se producen tanto por desconocimiento, sino por querer estar en lo alto de la ola, esperando que ésta nunca descienda, o lo haga al menos cuando uno ya ha recogido beneficios.
La última de estas burbujas, porque no merece otro calificativo, es la de las criptomonedas. Más que cándido, hay que ser un necio para creer que un activo tremendamente volatil y que no cuenta con más respaldo que el de los especuladores a corto plazo sea algo más que una burbuja. El valor de las bitcoins, y de cualquier otra criptomoneda, se desplomará hasta valer cero en el momento en que los inversores entren en pánico por no encontrar comprador.
Vitalik Buterin, fundador de Ethereum, lanzó recientemente un toque de atención a la comunidad de las criptomonedas por la inmadurez con que está actuando y señaló que deberían ser conscientes de la diferencia entre introducir un cambio positivo en la sociedad y simplemente limitarse a mover grandes cantidades de dinero.
Esa falta de madurez y la perspectiva de ganar dinero de modo rápido ha permitido que surgiera hasta una criptomoneda paródica: Dogecoin. Lo curioso es que esta parodia vale ahora 1000 millones de dólares, todo un record que dice mucho del mercado de las criptomonedas, si tenemos en cuenta que se trata de una moneda con un perro (un shiba inu) y que no ha realizado ninguna actualización de software en dos años.
Las malas prácticas financieras acompañan a las criptomonedas, con la diferencia de que aquí no existe ningún control ni autoridad central que puedan ejercer un control sobre estos desmanes. Así, es fácil que los propios operadores de estas criptomonedas no sean especialmente transparentes y realicen operaciones especulativas para aumentar su valor y con prioridad respecto a sus clientes.
Las criptomonedas se han convertido también, por sus particulares características, que garantizan el anonimato, al igual que el dinero en efectivo, pero además facilitan las operaciones transnacionales y su lavado, en el nuevo medio de pago preferido de las redes criminales. De hecho, Monero va camino de desbancar a bitcoin en este aspecto.
A la creación de criptomonedas se han lanzado tanto empresas, como Kodak hace escasos días, como países. Rusia, Dubai y Estonia han anunciado, pero todavía sin concretar fecha, la intención de lanzar las suyas propias. Por su parte, Nicolás Maduro anunció la creación de la criptomoneda PETRO, que tiene la particularidad de apoyarse, al menos en principio, en un activo real, el petroleo. La verdadera razón, sospechan los expertos en el caso venezolano, es poder esquivar sanciones internacionales, sobre todo estadounidenses.
Si bien hay que mostrar un sano escepticismo ante el auge (y caida a su tiempo) de las criptomonedas, no todo es negativo. La tecnología blockchain en que se basan cuenta con aplicaciones positivas y aspectos muy interesantes. La principal promesa es la de permitir transacciones seguras globales sin necesidad de intermediarios. Su carácter descentralizado y de existencia de una copia con la misma información en cada uno de sus nodos (que debe coincidir siempre), hace virtualmente imposible falsificar la información.
La pregunta es: ¿De verdad aprenderemos esta vez?