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Contra el más débil

Hace unos días nos escandalizamos con la noticia de que una persona, Enrique Marí García, afectado de parálisis cerebral, había sido brutalmente golpeada por dos desconocidos.

Enrique Marí

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Le propinaron puñetazos en la cara y necesitó puntos de sutura en la ceja. Le rompieron las gafas y le dejaron tirado en el suelo junto a la silla de ruedas en la que se desplaza. La agresión no fue motivada por el robo, no le quitaron dinero ni su teléfono móvil, tan solo fue por diversión, el entretenimiento del sábado noche de un par de energúmenos.

Este hecho, sin que afortunadamente haya tenido tan trágicas consecuencias, me recordó aquel de hace unos años en el que dos jóvenes quemaron viva en el interior del cajero de un banco a María Rosario Endrinal, una indigente de triste pasado. Simplemente porque sí.

En ambos casos sabían con claridad que sus víctimas nunca podrían defenderse, quizás por eso cuesta asimilar tanta maldad, tanto desprecio por la vida humana, tanta estupidez.

Sucesos como estos me hacen recapacitar en el mundo que estamos creando, donde la frialdad, la indiferencia y el egoísmo, además de una cada vez más evidente ausencia de valores, parecen regir las sociedades. ¡Solo ganan los más fuertes en una globalidad de triunfadores!

Y reflexiono sobre el entorno que nos rodea y advierto que dos ancianos han sido asesinados en Bilbao, presuntamente, por tres jóvenes de entre 14 y 16 años; que vídeos sobre acoso escolar siguen circulando por las redes y que a las parejas gay se les insulta y ataca por caminar cogidos de la mano; que familias sin recursos ni trabajo, con niños o algún discapacitado a cargo, continúan siendo desahuciadas y que los cortes de luz a veces matan.

También contemplamos con estupor que en el mundo cientos de miles de migrantes malviven apiñados en campos insalubres, huyendo de guerras que no han provocado, saltando muros, desollándose la piel en concertinas o ahogados en el mar, sacrificando la vida en pateras abarrotadas, a merced de mafias, buscando un futuro al que parece que no tienen derecho; que el año pasado 48 mujeres y 8 niños fueron asesinados por la violencia machista y 27 menores se quedaron huérfanos, y que junto a ellas, según la Fundación CERMI Mujeres sobre una macroencuesta de 2015 del Ministerio Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, una de cada tres mujeres con discapacidad sufre algún tipo de violencia física, psicológica o sexual por parte de su pareja o ex pareja... Y paro aquí.

A veces pareciera como si una capa, mezcla de oropel y azufre, nos envolviese, con los telediarios llenándose a diario de sucesos que helarían la sangre si no fuera porque ya comenzamos a estar inmunizados ante tanta desigualdad y tanta tragedia. El espanto cotidiano que nos narcotiza y nos resbala.

No es raro escuchar cómo se tacha de buenismo, con ese tono entre insultante y peyorativo, a quienes creen en la empatía y la solidaridad como el modo correcto de regirse en esta sociedad opulenta y en el que la única obsesión parece ser la de consumir. No parece importarnos que la crisis haya rescatado, regalando miles de millones de euros, a bancos y autopistas para evitar que el sistema se desequilibre y se quiebre y sin embargo se tengan que congelar las pensiones en un 0,25 por ciento por el mismo motivo. De las crisis parece que solo se sale creando más desigualdad y a costa, como no, de los más débiles.

Este mundo no es justo y todos sabemos que la vida de cada uno va a depender mucho del momento, el lugar y la familia donde se nazca, pero también es verdad que nunca en la historia como hasta ahora se han tenido las condiciones, la cultura y los medios para allanar barreras y suavizar actitudes. Y, sin embargo, vamos en el sentido contrario.

Yo no soy sociólogo y no tengo las soluciones más allá de reclamar una educación en valores desde las propias escuelas. No obstante, está claro que en un mundo en el que, por ejemplo, el presidente del país más poderoso del mundo se permite públicamente hacer gestos de burla sobre un periodista con discapacidad, negarle la sanidad a los más desfavorecidos o vejar a las mujeres y jactarse de ello, y que ese proceder en lugar de pasarle factura consiga llenarle las sacas de votos, pienso que algo parece estar resquebrajándose y que nosotros, como personas humanas que somos, alguna conciencia deberíamos de tener antes de que esta sociedad, definitivamente, se nos vaya de las manos.