La ciudad no es para mí: más tontos que vándalos
Claro que es vandalismo cualquier acción humana que persigue, fundamentalmente, la destrucción de algo. Ya sea materia o espíritu.
Sin el atenuante de la necesidad o de la desesperanza. Sin más adenda ni objetivo que la destrucción en sí misma. Una suerte de “necropatía” prematura. Tal vez una dolencia, enfermedad o degeneración infantilista.
Fina la línea que separa en los tiempos que corren, la expresión libre y el activismo callejero, del insulto y la algarabía. Aquellos reconocidos por todos, –derecha e izquierda, de Podemos al PP- y los otros, siempre burlados de perfil (por la izquierda que suele practicarlo).
Ha llovido desde la estatuaria fundacional romana y hasta “el Parotet” luce un clásico en Valencia. El “grafiti”, viejo amigo de bienales y medianeras de edificios, ha rampado de la mano del más internacional de los grafiteros valencianos hasta los muros del IVAM, sancionando su naturaleza artística.
(Por más que entre las partidas de mantenimiento de ferrocarriles y otros medios de transporte convenga la de prevención y limpieza de estas muestras de arte urbano)
Jugar con fuego es otra cosa. Y prender la puerta románica de la Catedral no habrá sido obra del maléfico. Más tontos que malos.
Y cuando por contagio o por simpatía (hemos leído una interpretación más sofisticada) arden contenedores de basura junto a la Iglesia de Santa Mónica, protegida por su valor cultural y específicamente arquitectónico. Mucho más tontos.
Atentar contra el propio patrimonio indica tal saturación de estulticia que, salvo en la religión y cuando a la vida se refiere, no se frecuenta en el vademécum jurídico de lo delictivo (ni siquiera ahora con Puigdemont).
Cuando el patrimonio es común, como es el caso -el Patrimoni- atentar contra él es de lesa humanidad. Tontos de tamaño universal.
De los incendios forestales no toca hablar hoy y aquí. Llegará el estíu.
Pintadas directamente zafias, cuando no groseras o indecentes habitan muros nobles y pretiles, alcanzan torres y campanarios, marcan zócalos preñados de historia. Desperfectos deliberadamente dañinos, hurtos parciales, sustituciones inapropiadas, pueden acompañar el discurso vandálico.
Y en el remedio preventivo –descreídos como estamos de la acción punitiva y más aún de la restitución económica- prevenidos, para ser coherentes en lo absoluto, por la merma de libertad ciudadana.
La confortable libertad ciudadana lograda y sostenida por los “buenos” blandida en abuso de la norma por los vándalos y los tontos. Que no son lo mismo pero que es (son) igual.
Una vez más la elección entre libertad y seguridad que de forma segura y libre ejercemos tantas veces en nuestra vida cotidiana.