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La ciudad no es para mí: Sal al balcón

Publicado por
JM Felix

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Tal vez sea el balcón, sin saberlo, la primera muestra de esos “espacios intermedios” que con tanto éxito pueblan los idearios del urbanista contemporáneo. Para el geranio y/o la saeta, para mirar o para ser visto, para el amor furtivo o para el hurto propiamente dicho.

Este modesto espacio arquitectónico que participa por igual del dentro y del fuera, de lo privado y lo público, recorre la historia de la arquitectura.

Y se eleva, o en ocasiones se agranda, en el palacio público o privado, a la espera de la celebración y la fiesta.

Inimaginable para Don Francisco Mora cuando elaboró con maestría la transformación del Convento de San Francisco en Ayuntamiento. Imprevisible para Don Román Jiménez y Don Emilio Rieta cuando abordaron su construcción. El balcón del Ayuntamiento de Valencia aguanta con dignidad un auténtico test de estrés.

Desde que se erigió con la legislatura tripartita en símbolo de participación y transparencia, abierto a la visita y a la cola publica, hasta vestirse de color con motivo del agromercado en la plaza.

Para el concurso de la bipolaridad de magas republicanas que ostentan en nombre y maneras signos de lo que repudian, vocinglero en ocasión de consignas cercanas al activismo social, más tímido en el reconocimiento de logros u homenajes de ajenos. Ahí está –impasible, aunque más joven, que la madrileña puerta cantada por Ana Belén- “viendo pasar el tiempo” el Balcón del Ayuntamiento.

Espacio intermedio al fin, partícipe del dentro y del fuera, es testigo de excepción de cuánto acontece. De la subvención comprometida por Alcaldía para las magas en los próximos años. De los retrasos permanentes de la EMT, mientras el edil de movilidad (urbana) añorando tiempos de mercado en su etapa de oposición, se entretiene con pésimo gusto en redes sociales con su odiada Rita Barberá.

De la falta de cumplimiento de lo presupuestado en amplia materia social mientras se gasta en imagen y propaganda tan legítima como innecesaria. De la lejanía de un proyecto de intervención en la plaza, capaz de albergar su historia –y a nombres propios como el de Don Javier Goerlich- y ser a la vez sensible a la perspectiva de género.

Es, en síntesis, mudo y muy expresivo testigo de una política de signos, animada y animosa, alegre en ocasiones, inane a la vez. ¿De forment ni un gra? Tampoco es eso.

La maquinaria funcionarial afortunadamente “funciona” –como debe ser- pero su engrase y mantenimiento corresponde a los ediles. Que salgan al balcón.