El último abrazo al héroe de Larache
En 1921 un General español y su fiel ayudante se despedían afectuosamente sin saber que uno de los dos moriría, pocos meses después, de una manera que jamás podrían haber imaginado
En 1919 el teniente coronel Carlos Castro Girona ya era sin duda el militar más conocido y admirado en la Plaza Militar de Larache. Número uno de su promoción de la Academia Militar, un auténtico héroe -con dos ascensos por méritos de guerra- y tres veces herido en combate.
En ese año llegó el nuevo comandante general de Larache, el general Emilio Barrera, quien nada más tomar posesión del cargo, nombró a Castro Girona jefe de Estado Mayor, es decir, su mano derecha para mandar las tropas españolas que defendían aquella colonia en la región de Tetuán.
Durante dos años se recorrieron toda la zona desde Tánger a Tetuán. Trabajaron juntos día a día…. Todos los días. A veces la jornada de trabajo se alargaba por algún viaje y el general le invitaba a tomar algo en su propia residencia después de una dura jornada inspeccionando las posiciones y las trincheras.
Eran cenas familiares, con largas tertulias, en las que charlaban y reían todos juntos, con el ambiente típico de la camaradería militar: el famoso teniente coronel Castro Girona, el general Barrera con su esposa, y el hijo de estos últimos el capitán Alonso Barrera con su mujer, Clara.
En 1920 hubo unas revueltas en la región y el capitán Barrera –el hijo del general- fue enviado al mando de su compañía a intentar pacificar la zona. Mientras, Barrera padre seguía trabajando y cenando con su lugarteniente Castro Girona…, y con las dos señoras.
Una cena, dos… un café…. una tertulia…. ¿un paseo? Los cuatro seguían su vida por Larache, no tenían nada que esconder. Era el comandante general con su esposa y su nuera, al que acompañaba también el segundo mando en la plaza.
A principios de 1921 le llegó una carta a Castro Girona. Debía presentarse en Madrid a recibir un nuevo ascenso y tomar posesión -como coronel- de un nuevo destino.
Castro Girona se puso su uniforme de gala y se presentó ante el comandante general para despedirse. Se cuadró con un sonoro taconazo, como hacía siempre que se ponía firme ante el general Barrera. Eran amigos, y precisamente por eso cada vez hacía sonar más fuerte su tacón para subrayar que la lealtad crecía a la par que la amistad.
- ¿Da vuecencia su permiso, mi General?
- Pasa, coño, pasa…. Ya me he enterado que debes irte…., ven, dame un abrazo.
El general apretó fuerte con sus brazos el pecho de Castro Girona, mientras le decía:
“Carlos, quiero que sepas que ahora mismo estoy escribiendo en tu hoja de servicios que has sido un extraordinario oficial. Quiero que queden reflejadas tus sobresalientes condiciones de aptitud, intelectuales, físicas y morales.”
El teniente coronel Castro Girona abandonó África. Mientras se acomodaba en Madrid a la espera de recibir el mando de su nuevo regimiento, el capitán Barrera volvía a Larache tras haber estado destacado en el frente varios meses combatiendo a los rifeños.
Al llegar a la ciudad, un “run-run” le acompañaba a cada paso que daba, y pronto varios compañeros le contaron que durante su ausencia, no fueran pocas las veces que -agarrada del brazo del ayudante de su padre- se vio a la bella Clara paseando por la ciudad.
El capitán Barrera había aguantado muchos días sin dormir, sin comer y casi sin beber. Había visto morir a algunos de sus amigos y sintió miedo -como todos- al oír el silbido de las balas y el tronar de la metralla. Para todo eso estaba preparado, pero para lo que le contaron sus compañeros de armas…., para eso no lo estaba.
A la mañana siguiente mandó aviso al teniente coronel Castro. Quería reunirse con él con la correspondiente comisión militar de honor –formada por otros oficiales de la plaza- para dilucidar qué había ocurrido en la comandancia general de Larache –en la casa de su padre- mientras él se jugaba la vida.
El encuentro sería el 21 de junio de 1921 en El Retiro de Madrid. Allí se presentó el capitán junto a dos compañeros de armas que debían actuar como testigos de todo lo que allí ocurriera.
Barrera se cuadró ante Castro Girona y le dijo “Mi teniente coronel, tengo la convicción moral de que es usted el autor de mi deshonra”. A lo que éste contestó: “Pues eso no basta, y yo aseguro lo contrario.”
Fue en ese momento cuando el comandante Muñoz y el capitán Coello, la comisión de honor que daba fe de lo que allí ocurría, comenzaron a relatar hechos y situaciones que se comentaban en las calles de Larache en aquellos días en los que Castro Girona alargaba la tertulia en compañía de Clara.
Algunas de las realidades relatadas eran tan incontestables y crudas que todos entendieron que aquello no podía resolverse de otra manera que no fuera con sangre. Sangre por Honor.
El teniente coronel Castro comenzó a remangarse mientras miraba con desdén al capitán. Seguía manteniendo que todo era falso, pero con un tono entre la risa y la burla que hizo enloquecer al afrentado.
El capitán Barrera sacó su pistola Browning y disparó a su superior. Castro Girona, ya herido, intentó correr pero el marido humillado disparó en cuatro ocasiones más destrozando el torso del héroe de Larache. El pecho que pocos meses antes apretaba en un fraternal abrazo el General Barrera, era ahora atravesado por las balas asesinas de su propio hijo.
El cuerpo de Castro Girona, sin vida ya, cayó en El Retiro. La muerte, a la que tantas veces había engañado en el desierto y en las montañas rifeñas, le encontraba ahora en un parque de Madrid.
El ultimo abrazo del general, el más fuerte y sincero que jamás recibió el teniente coronel, no pudo protegerle del odio del capitán.
El 18 de febrero de 1921 el general había estampado su firma en la hoja de servicios de Castro Girona. Escribía que su actitud de servicio le hacía especialmente “apto y útil para toda clase de empresas y destinos”.
No hubo más empresas ni más destinos. Se quedaron en Larache.
*Experto en Seguridad y Geoestrategia.