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Las pasarelas de Valencia: demoler primero y planificar después

Se supone que los políticos están para solucionar problemas y no para crearlos. La retirada de las pasarelas de la Avenida del Cid es un capítulo de primero demoler y planificar.

Avenide del Cid de Valencia.

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“Estoy convencido de que en un plazo razonable de tiempo se normalizará”. Esta ambigua respuesta la ha proferido el concejal de Urbanismo de Valencia, el socialista Vicent Sarrià, al ser preguntado por el embudo provocado en la entrada a la ciudad desde la A-3 tras la decisión de eliminar las pasarelas peatonales y multiplicar semáforos y tiempo de estos en rojo.

Los conductores, desesperados, pueden tardar entre 10 y 25 minutos más en llegar a su destino, depende de su lugar de origen. Eso sí, para suerte de Sarrià, el sentimiento general de indignación y las culpas las achacan al ínclito Giuseppe Grezzi, edil de Compromís responsable del área de Movilidad y uno de los personajes más populares (o impopulares, según la perspectiva de cada cual) de Valencia. En este caso, realmente la responsabilidad es compartida.

En una entrevista el pasado jueves en CV Radio realizada por José Forés, el citado Sarrià se limitaba a aconsejar “vías alternativas” a los conductores y trasladar que el malestar responde a la ruptura de las rutinas”. Con esa misma precariedad de argumentos, respondía que los aparcamientos disuasorios “se implementarán a largo plazo”. Y, como suele suceder en los casos en que faltan justificaciones contundentes, se refería a “un problema dejado por el anterior gobierno”.

La supresión de las pasarelas y las consecuencias que está provocando no vienen del pasado, ni son atribuibles a otros colores políticos. El Ayuntamiento se ha dado prisa en demoler esos puentes peatonales que servían para dar seguridad a los transeúntes y, a la vez, para permitir que el tráfico no se obstruyera en exceso en una de las principales entradas de Valencia. Hasta hace un mes, todo fluía más o menos. Ahora, con esa drástica decisión, han perjudicado a decenas de miles de conductores y viandantes a diario. Todo por un empeño. Y al margen, desde luego, de que han roto rutinas. Pero no se trata solamente de eso.

Que sí, que al periodista que suscribe estas líneas el propio Sarriá le argüía el complicado acceso a las pasarelas para gente mayor o con movilidad reducida. Cierto; no obstante, poner elevadores en cada lateral hubiera resultado una solución, como ha ocurrido con el túnel de la calle Germanías. Quizás los vecinos con más dificultad para moverse también agradecerían que se les hubiera tenido en cuenta a la hora de extender el carril bici, no diseñado precisamente para quien no puede conducir bicicletas o quien necesita ir en transporte público o particular a su centro de trabajo, a llevar a sus hijos al colegio o a acudir al médico. En definitiva, para igualmente decenas de miles de valencianos. Aunque aquí ya saltamos a otra historia.

La asociación de vecinos de Nou Moles ha reclamado la urgente recuperación de una pasarela y ha recordado que numerosas familias y escolares atraviesan la avenida del Cid para llevar a sus hijos al centro docente de la calle Tenerife, por poner únicamente un ejemplo. El PP y Ciudadanos han saltado tarde –con más de una semana de retraso- y con timidez a lamentar un problema que afecta al día a día de incontables vecinos. De Valencia en Comú ni se sabe la opinión en la drástica decisión del variopinto tándem compuesto por Sarrià y Grezzi.

Ahora, una vez demolidas y comprobado el efecto que ha causado la medida, el concejal de Urbanismo ya repite que esas pasarelas no podían sostenerse a menos que experimentaran una remodelación de alto coste. No obstante, al final nos movemos en la ambigüedad, como cuando afirma que “estoy convencido de que en un plazo razonable se normalizará”. ¿Convencido o seguro? ¿Cuál es un plazo razonable? Demasiada imprecisión para tan drástica medida. Y para que lo diga todo un concejal de Urbanismo de Valencia.

Como la de afirmar –que también lo ha hecho Sarrià- que “hay gente que prefiere dar 20 vueltas a pagar 30 euros al mes”-. ¿Dónde cuesta en Valencia una plaza de alquiler de coche 30 euros al mes? Aunque sea por curiosidad, me gustaría saberlo.

Esa complicación de accesos a las pasarelas, la citada ruptura de la rutina y la afirmación reduccionista de que “los puentes son para los ríos” y que “resultan obsoletos” resaltan entre los argumentos que durante estos días he recopilado entre los promotores de la medida y quienes la defienden. También que si por qué no se ponen pasarelas en la avenida de Les Corts Valencianes. Desde luego, por ese alto coste. En cambio, en la avenida del Cid ya existían, no era necesario crearlas.

Ante todas esas réplicas yo recuerdo el proyecto considerado innovador en Estocolmo, aprobado para iniciarse este año, de aceras elevadas, que permitirá “caminar flotando” “para relajarse sin soportar el tráfico”. ¿Y qué son esas aceras elevadas? En la práctica, pasarelas peatonales adecentadas. Insisto: ¿por qué en Valencia no se ha proyectado así? ¿Por qué en Valencia han derribado unas pasarelas por calificarlas como obsoletas y desfasadas cuando en Estocolmo, algo más arregladas, reciben la consideración de innovadoras?

Y pensar que los puentes son para los barrancos me parece igual de contundente que decir que los árboles no tienen sentido fuera de bosques o pinadas. ¿A qué nos encanta disfrutar de su compañía en la ciudad?

La gestión urbanística debería de guiarse por la planificación y el pragmatismo para mejorar la calidad de vida de sus vecinos, para facilitarles su día a día. En el caso de las pasarelas, las palabras de Sarrià sobre su convencimiento y el plazo razonable revelan que la planificación no resulta, como mínimo, demasiado precisa. Y en cuanto a pragmatismo, brilla por su ausencia si el motivo consiste en eliminar algo porque proviene de otra época por encima de realizar un análisis de su utilidad.

En el artículo publicado en EsdiarioCv el pasado lunes escribía que todavía esperamos una respuesta meridianamente contundente del concejal de Urbanismo. Ahora, después de escucharle en una entrevista y de hablar personalmente con él posteriormente, sigo aguardando esa explicación convincente y documentada que añoro, aunque empiezo a pensar que me quedaré con las ganas.