La ciudad no es para mí. De pitos y banderías
Instalados en el esperpento, los españolitos corrientes, los que con voto o abstención, disponemos el tablero de juego de posteriores aritméticas tendentes a cero o geometrías imposibles, devoradas por actores de segunda reivindicando protagonismo y papel principal, levantando la persiana diaria para enfrentarnos al sostén de los nuestros de verdad. Mientras ellos a lo suyo que no es nada.
Desafección es un eufemismo caritativo y blandengue para evitar palabras mayores como hartazgo, vergüenza ajena y “vaya usted a paseo”. Las encuestas maqueadas, sus clientes complacidos, cursan como lenitivo o simple disimulo de una situación que arroja indicadores de gravedad insostenible a ritmo de batucada y sonsonetes partidistas aggiornados para la ocasión.
Los pitos al rey sensato, sostenidos año tras año, por hipócritas aficionados –a los pitos- que no dudan en competir en una liga y en una copa que, por española y egregia, dicen no reconocer (la pela es la pela), se acallan con lágrimas chinas –expertos en imitación- o con el encanto de caderas colombianas que se mueven con idéntica dinámica para eludir al fisco español. Pelillos a la mar.
Es asimétrica la repugnancia que produce la gallina demodé junto a los colores nacionales con respecto al no menos anticuado brillo de herramientas agrícolas o industriales sobre fondo rojo (o el estrellado de la cuatribarrada). Inconstitucional por unanimidad la primera, “heroicas” llaman a las otras.
Consensuados los pitos por oportunismo académico de bajo nivel, consensuado también el silencio ante falsos títulos habilitantes amparados por la pretendida y autoproclamada superioridad moral de la izquierda.
Banderas de intransigencia para la bíblica paja en ojo ajena, y banderas de transparencia que muestran desnudez, ignorancia e ineficiencia con aireadas aunque íntimas vergüenzas. Mientras sangra Barcelona, tiritas curativas que retiran medallas de alcalde franquista o cataplasmas y parches marca “ el facha” para almirante heroico, son la fórmula de fierabrás de una edil desahogada que coló título universitario inexistente arropado por magras subvenciones -de los antecesores de fraudemont- hasta llegar a la silla principal de la ciudad condal de Godó.
Hay quien reivindica camiseta de fondo de armario y reparte etiquetas de ultra entre complacidos socios de gobierno que reducen a irregularidad o incorrección pecadillos absueltos sin más penitencia que un leve sonrojo.
Por el pito de un sereno –figura franquista en peligro de exhumación interesada- nos toman al personal. Con la bandera del engaño nos envuelven a diario. Hasta que los mandemos a hacer puñetas y el virtual partido de la abstención –más que probable ganador de próximos comicios- gobierne la calle mientras algunos se orinan en las alfombras institucionales. Menos pitos y menos banderas, nosotros a seguir currando.