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Paellas y banderas

Modelo de desarrollo, conflicto identitario y desvertebración, son tres causas que pueden explicar que tres expresidentes de la Generalitat están inmersos en graves tramas de corrupción

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Si somos los valencianos más o menos corruptos que otros pueblos de España es una cuestión que desconozco. Aunque también es cierto que en la Comunitat Valenciana hemos sido capaces de desalojar a un gobierno acosado por casos de corrupción, algo que en Andalucía o en Cataluña no han sabido, o no han podido, hacer.

Que en tierras valencianas la corrupción haya sido una constante en los últimos años puede tener muchas explicaciones. Y seguramente tengan mucho más recorrido que el acabar asumiendo que Canal 9 manipulaba en favor del PP. Como en muchas cosas, la valenciana es una región que ha ido más lenta que otras. Y no me refiero solo a la llegada del AVE.

Modelo de desarrollo, conflicto identitario y desvertebración, son tres causas que bien pueden explicar el motivo por el que 3 de 4 expresidentes de la Generalitat están inmersos en graves tramas de corrupción, por qué los tres ex presidentes de las diputaciones de Castellón, Valencia y Alicante están igualmente perseguidos por la justicia o por qué ex alcaldes y alcaldesas, exconsellers y exconselleras, también. Milagrosa Martínez, Rafael Blasco y Carlos Fabra ya duermen entre rejas.

Seguramente convendría hablar de leyes, falta de control y sobresaturación del sistema judicial, pero no lo haré. Quiero hablar de las causas políticas que han adobado este caldo de cultivo y que han hecho de la Comunitat Valenciana el terreno perfecto para la corrupción.

Por un lado la desvertebración de la Comunitat Valenciana y las tensiones provinciales, especialmente entre Alicante y Valencia, así como la propia estructura administrativa de una España dividida en anticuadas provincias, ha favorecido que los partidos se articulen en torno a reinos de taifa, o chiringuitos si se prefiere, con un reyezuelo de turno que controla el partido en una comarca o provincia. Así, para dar el salto a la política autonómica o estatal debían contar con el apoyo de unos políticos endiosados e intocables en sus territorios. Eran controladores profesionales de la estructura y de la masa de afiliados que determinaría si un político prosperaba, o si era dejado caer en desgracia.

¿Con este panorama, quién se atreve a destapar a su compañero de filas que está actuando de manera deshonesta? De igual manera, en el plano municipal muchos políticos han callado ante las actitudes corruptas de sus líderes porque estos son quienes decidían (y deciden) cuánto dinero y cuántas subvenciones le correspondían a su ayuntamiento. Y en medio de todo esto, los afiliados que esperan que sea su turno para hacer igual, o peor. Calladores profesionales todos, cómplices silenciosos y coyunturales a veces. Aun así, algún caso de fuego amigo hemos visto.

La desvertebración en un territorio donde el modelo de desarrollo ha consistido durante muchos años en la construcción de polígonos industriales y PAI que han ampliado cascos urbanos y destrozado nuestras costas, ha condensado el caldo de cultivo perfecto. Si uno se esfuerza en comparar el mapa del área de Valencia y de las costas desde el aire y compararlo con el de hace veinte años sabrá de qué hablo.

Así las cosas, el sistema era casi perfecto. Red clientelar, acuerdos de poder y un modelo que generaba empleo que luego se demostró basura, junto con una sociedad de marcado carácter festivo y alegre. Eran tiempos de paella en el cauce del Turia y de reparto de arroz en las manifestaciones pro trasvase del Ebro. Tiempos de paella y bandera.

Igualmente, la agitación de la identidad valenciana ha sido una constante desde los primeros años de la democracia en el que dos facciones enfrentadas, y casi irreconciliables a día de hoy, empañaron el debate y discurso político como hoy lo empaña Cataluña y la corrupción que asola nuestro país. No podemos hablar de política porque hay demasiada actualidad encima de la mesa. Y los partidos grandes tan contentos, por si alguien lo dudaba.

Valencianistas versus catalanistas. Y mientras a corromperse, que es (era) gratis. En esto de la identidad la izquierda lo ha puesto tradicionalmente demasiado fácil para no ganar. El PP consiguió mimetizarse con la sociedad civil y cultural. En las fallas, por ejemplo, se movían como pez en el agua. La izquierda en cambio era percibida como catalanista, foránea y contraria a las tradiciones. Que la izquierda va contra las fallas aún se puede leer en según qué foros y páginas de Facebook, para que uno se dé cuenta de hasta qué punto caló la idea.

La identidad nos une y liga a la tierra, y a mí, que no me toquen mi Real Senyera ni me digan que pertenezco a los países de nunca jamás. Pero que tampoco me engañen. Que muchas veces, y si no echen un ojo a Andalucía donde el logo del PSOE es verde como su bandera, o a Cataluña, quienes más se corrompen son quienes más usan los sentimientos e identidades mayoritarias para tapar sus vergüenzas.

Se acabaron los tiempos de paellas y banderas.

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