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Menuda semanita

El autor constata su pasmo por la semana que hemos pasado.

Menuda semanita

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He tenido visita de un colega muy viajado, que sostiene que Valencia es una ciudad neat. Nítida es una traslation aceptable. Y es que esta ciudad acogedora y hospitalaria que une tales virtudes a las que se deducen de su nombre, es limpia de suelo y techo.

Pese a los efectos desconcertantes del cambio climático -los hay más graves- el mes de mayo cursa con gracia y las mañanas son frescas y soleadas como en los cuadros de Sorolla. Por cierto, ahora en la Fundación Bancaixa con ése tan impresionante de los niños tullidos en torno al sacerdote y otros de temática espiritual.

No estoy seguro de que todos los nísperos que enriquecen el colorido de las fruterías -pakistaníes en su mayoría- tengan denominación de origen, pero en el primer mes de la clóchina, la profusión de frutas y flores de la primavera mediterránea, evoca letras y músicas de valencianía manifiesta.

Se acercan a la Malvarrosa o la Marina que fue Real, propios y visitantes a ver y a oler el mar mirando al horizonte. Luego vendrán esgarrats y paellas en chiringuitos o restaurantes de postín, siempre buenas y amistosas, frecuentemente compartidas cucharada y paso atrás.

Las tardes de la Albufera y la pinada del Saler tienen esa magia de las dunas semovientes y conforman los paisajes de Lozano y Michavila que representan la importancia de la plástica contemporánea, como lo hacen las pinturas de Ángela García e Isabel Oliver en la muestra de mujeres del IVAM.

Aquí y allá se pueblan las terrazas, ese espacio intermedio - dicen los urbanistas modernos- difícil de regular que provoca posiciones distintas, y se alargan las conversaciones amistosas que a menudo cruzan de mesa e intercambian lengua e idiomas.

Aguantan las corridas de toros que se anuncian con novilladas y llegarán no exentos de polémica els bous al carrer,;antes la feria de julio con sus conciertos y batalla de flores.

Esta realidad se mantiene como el marco de una convivencia que no elude la crítica -permanentemente ejercida con esa socarronería tan propia- porque hace de lo que une su fortaleza, y de la discrepancia un enriquecimiento. En ella levanta la persiana a diario un pueblo laborioso y alegre que se crece ante la adversidad.

Y que sin complejos pueblerinos manifiesta su identidad sin extremismos y con infinita paciencia con los que los ejercen en casa. Una Valencia abierta y tranquila, neat como dice mi amigo, pasmada –eso sí- con la semanita que hemos pasado.