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Valencia: ¿todo cambia para que nada cambie?

La ciudad de Valencia ha experimentado cambios de nombres de calles, eliminación de carriles para vehículos, peatonalización... pero continúa el abandono del Marítimo y el metro no avanza

Valencia: ¿todo cambia para que nada cambie?

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“¿Y ahora qué sucederá? ¡Bah! Tratativas pespunteadas de tiroteos inocuos, y, después, todo será igual pese a que todo habrá cambiado". Esta expresión proferida por Tancredi y dirigida a su tío Fabrizio en la famosa obra ´El Gatopardo´ de Giussepe de Lampedusa, constituye una de las paradojas más repetidas por politólogos y aficionados al análisis político. Se resume en la contradicción de “que todo cambia para que nada cambie”.

En definitiva, en la práctica se trata de que quien defiende un cambio de sistema y accede al poder bajo esa premisa, realice las variaciones suficientes para que los votantes aprecien esos cambios. No obstante, también implica que se cuida de que las prerrogativas y el status de quien se beneficiaba de la situación anterior no se vea alterada. En la práctica, supone un complicado giro, la creación de una especie de espejismo, de sensación de metamorfosis aunque, realmente, la realidad no varía tanto.

Vamos a poner la ciudad de Valencia como ejemplo aprovechando los tres años cumplidos del tripartito. Desde luego, ha experimentado una aparente transformación, que ha comenzado por cuestiones tan elocuentes como el cambio de denominación de más de 50 calles. En cierto modo, han sustituido nombre de personas vinculadas a una ideología por los de otras relacionadas con la contraria. Esa imposición de nueva denominación (no consensuada con los vecinos) también ha afectado a centros escolares y avenidas urbanas de mayor raigambre, como Barón de Cárcer.

Las emblemáticas pasarelas de entrada a Valencia desde Madrid han sido demolidas sin conmiseración. Los carriles bici recorren la ciudad, sobre todo el centro, facilitando su acceso a quien acude por ese medio de transporte y dificultándolo a quien lo hace en vehículo particular, que ha visto, a la par, como los carriles utilizables se han reducido a la mitad. O incluso a quien accede en autobús público, que tarda más. El distrito único escolar que permitía matricular a un alumno en cualquier centro de Valencia se fragmentó en una veintena casi estancos, que limitan los trasvases. Bajo la premisa de favorecer a las familias.

Las pancartas alusivas a ciertos días del año o movimientos (de algunos concretos) ondean en los principales edificios públicos. Cualquier vecino puede asomarse ahora al balcón del ayuntamiento y sentirse como antes Rita Barberá o ahora Joan Ribó. Sentirse, recalco. Las concentraciones y el uso peatonal de la ciudad proliferan, en especial los fines de semana.

Cambios de nombres, del modelo de circulación, eliminación de edificios y símbolos de otras épocas, multiplicación de pancartas y concentraciones múltiples. Visualización de movimiento urbano. Variaciones estéticas. Sensación de que Valencia se ha transformado. De que todo ha cambiado. ¿Todo?

Si recorremos patios de colegios, institutos, centros de salud, salas de espera de hospitales…, comprobamos que la situación apenas ha variado en lo que respecta a instalaciones, medios, personal, atención…. Si subimos al metro, podemos acceder a los mismos espacios de la ciudad que hace tres años.

La modernización de la flota de autobuses (bienvenida) no ha conllevado un aumento del enlace de unas zonas de Valencia con otras. Los programas sociales, la ayuda a personas con dependencia, la limpieza urbana, la supresión de descampados (el antiguo circuito de fórmula uno languidece entre solares), continúan siendo asignaturas pendientes.

El distrito Marítimo, atractivo ahora más que nunca para locales y visitantes, sigue reclamando más seguridad. Un retén policial provisional no ha supuesto la solución exigida. Por cierto, la plantilla de policía continúa reduciéndose por falta de oferta pública. En los últimos años ha perdido 300 efectivos.

Sí, Valencia ha cambiado si nos centramos en el barnizado, o en la capa de esmalte. Si rascamos más allá, si recorremos las barriadas periféricas (Malilla, Torrefiel, Nazaret, Tres Forques, Benimaclet…) poco ha variado en cuanto a dotación y mejoras para los vecinos. Y en este punto recordamos a Lampedusa, al “que todo cambie para que nada cambie”. ¿Estamos en ese punto? O, más bien la pregunta sería, ¿el gobierno local sigue esa estrategia o le faltan tiempo o energía para que el cambio sea real? Todavía queda un año para responder.

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