Se crean mejores mundos siendo niños
Unas pinceladas sobre el pedagogo valenciano que arrancó una experiencia piloto en los años 70 en Teruel y que cambió para siempre la manera de ver la escuela rural en nuestro país.
Durante este curso escolar he estado escribiendo historias de espías, relatando batallas, amores y traiciones, sobre juegos de geopolítica, estrategias y tácticas, y –mi especialidad- distintos episodios de la “guerra fría” adornados con algún papel desclasificado de la CIA.
Cuando me enfrentaba al papel en blanco, casi siempre me costaba más tiempo “buscar” un tema interesante –y a ser posible de actualidad- que escribir el relato.
Esta semana me está ocurriendo al revés. Tengo claro de quién quiero escribir, pero las palabras no salen tan fácil. Puede que sea el calor de esta noche de julio, el cansancio acumulado del curso, la pereza –típica- del periodo estival…. Puede que sea todo eso, o que es más fácil escribir sobre un general o un líder de renombre que de quien lo quiero hacer hoy: de mi padre.
Pablo Antonio Crespo nació en 1943 en un pueblecito valenciano, en Tuéjar, en una familia muy humilde, vamos, como casi todas las de la época en España. Supongo que crecer y estudiar en un pueblo le enseñó cosas de las que no se aprenden en las facultades donde estudió ya de mayor. Él no lo sabía, pero aquello le acompañó siempre.
Decidió que quería enseñar y estudió Magisterio primero. Tras varios años como maestro, el verano de 1977 aprobó las oposiciones de inspector de Educación, pero no había plaza en Valencia, así que cogió a toda su familia y se fue lo más cerca que pudo: a Teruel.
Al poco tiempo, lo nombraron Inspector Jefe de la provincia y allí se enfrentó (con otros compañeros, claro) al reto de la despoblación, tan de moda ahora, pero que apenas interesaba en la España de los 70.
Se supone que una de sus misiones era ir gestionando los cierres de escuelas que la falta de niños imponía en Teruel. Pero para él, para mi padre, cerrar una escuela de un pueblo era como cerrar la suya –la de Tuéjar-, era negar el futuro a familias unidas que ya no podrían crecer ni vivir donde querían hacerlo.
Lo que aquel inspector Jefe de Educación –casi recién llegado- pensó fue que si los pueblos compartían recursos, no había por qué cerrar colegios. Y dio un paso más: ¿y si conseguimos que compartan colegio? Se trataba de hacer una escuela, única, en la que los pasillos fueran las carreteras que unían las villas.
Una pieza fundamental de este proyecto sería el maestro rural, que –en función de su especialidad- debería desplazarse más o menos a las distintas aulas (a los pueblos) para impartir sus materias.
Y así es como nacieron los Centros Rurales Agrupados, que arrancaron en la provincia de Teruel y se extendieron por toda España.
No quisiera pecar de simplismo en este artículo. Habrá libros, artículos y revistas de pedagogía que lo expliquen mucho mejor que yo, seguro. El motivo de este artículo no es hacer una profunda disertación sobre este proyecto de mi padre, sino contaros algo de su vida e historia para que lo conozcáis.
En 1986, con ese proyecto ya consolidado, mis padres decidieron que ya era hora de volver a Valencia. Aquí también –con el tiempo- ocupó altos cargos en la Conselleria de Educación y siguió creando e innovando. Por subrayar algo de lo que también estaba muy orgulloso, citaré el Instituto de Calidad Educativa que impulsó y dirigió en la Comunidad Valenciana.
En 2001, cuando ya llevaba muchos años destinado en Valencia, recibió la noticia de que un colegio de la provincia de Teruel, el Centro Rural Agrupado con cabecera en Aliaga y que “agrupa” a otros pueblos, iba a llevar su nombre.
A pesar de ser una persona muy humilde, os podéis imaginar su alegría. Disfrutó en vida poco tiempo de aquel reconocimiento y un verano de 2003 su cuerpo se cansó de luchar contra la enfermedad.
El Centro Rural Agrupado “Pablo Antonio Crespo” en Aliaga es, como hijos, la mejor “herencia” que mi padre ha podido dejarnos. Todos los años, al acabar el curso escolar, una fiesta de fin de curso y un certamen de relatos que lleva su nombre (y del que acabamos de celebrar la X edición) es la “excusa” para pasar –junto a mi madre y hermanos- una jornada con los niños y profesores.
Ese día, junto a los alumnos, también están sus padres. Los veo y no puedo evitar pensar que ellos son los niños por los que Pablo Antonio Crespo luchó en los años 70 y 80. Él sabía que la educación no podría ser completa si implicaba una pérdida de las raíces.
Han pasado ya 15 años desde que nos dejó, pero “sus” colegios (el que lleva su nombre y otros Colegios Rurales Agrupados) siguen aquí. No digo que fuera todo mérito suyo, pero creo que la historia de la Escuela Rural en España no puede entenderse sin su anticipación –casi visionaria- para articular una herramienta que ha permitido a una generación de niños seguir estudiando en sus escuelas.
Supongo que esa es la clave. Que a pesar de los estudios, licenciaturas, doctorados, y oposiciones, a pesar de sus libros y ponencias, a pesar de sus cargos y responsabilidades, siempre fue ese niño que creció y estudió feliz en un pueblecito.
Acompañan a este artículo dos fotografías. La primera es de 2002, un día que se levantó con ganas de ser otra vez ese joven Inspector de Teruel y se fue a Aliaga desde Valencia solo, acompañado de sus recuerdos, por esas mismas carreteras que tantas veces recorrió cuando soñaba nuevos proyectos para esas escuelas. Ese día, enfermo ya, necesitaba estar con los niños.
La otra es de 2003, cuando los alumnos le devolvieron la visita en la sede del Instituto de Calidad Educativa de la Generalitat Valenciana que entonces dirigía. De ese encuentro tengo más fotografías en las que se le ve mejor, de cara, pero he escogido esta porque me impresiona ver con qué atención le miran los alumnos.
Es la fotografía de un hombre que, aunque sabe cerca su final, aún le quedan fuerzas para mandar un mensaje a “sus” niños. Ojalá hubiera estado ahí…., no sé lo que les estaba diciendo, pero la manera en que lo miran me recuerdan lo especial que era y la paz que despertaba en toda la gente que lo conocimos y quisimos.
Era eso, muy especial, como hecho de otra pasta. Cuando le comunicaron que un colegio iba a llevar su nombre, lo primero que hizo fue escribir una carta a los alumnos. Les dijo: “No tengáis prisa en crecer, se crean mejores mundos siendo niños.”
Y tanto que sí, papá.