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Colillas en las playas

Llega el verano, y con él las asquerosas colillas que algunos nos dejan en la arena de las playas. Una sola colilla puede llegar a contaminar cientos de litros de agua

Colillas en las playas

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Llega el verano, y con él las asquerosas colillas que algunos nos dejan en la arena de las playas. Si esa colilla llegó hasta la playa en una cajetilla no entiendo cómo no puede volver con su dueño en otra para acabar en la basura. Una sola colilla puede llegar a contaminar cientos de litros de agua.

El verano es tiempo de colillas, palas, castillos de arena, toallas, sombrillas y hasta alguna carabela portuguesa que nos ha dado ya más de un susto en las costas valencianas. Con la llegada del buen tiempo las ciudades se vacían de sus habituales vecinos en favor de otros muchos de cualquier parte del mundo, maleta arriba maleta abajo. El turismo en la Comunitat Valenciana es el responsable de alrededor del 15% de la riqueza que se genera en nuestra tierra. Pueblos enteros viven de ello, y por eso hemos de cuidarlo y hacerlo excelente.

Como las molestas colillas, el turismo desbocado y de masas también trae consecuencias negativas (como tantas cosas) y por este motivo nuestras administraciones deben estar alerta. El turismo que va más allá del ‘low cost’ acaba por desplazar a vecinos, espantar a otros veraneantes y por causas más de un quebradero de cabeza a los ayuntamientos.

Hablo, por ejemplo, de las cada vez más frecuentes reyertas en Benidorm protagonizadas por turistas ebrios o de la saturación de pisos turísticos en barrios como el del Carmen de Valencia. Precisamente de esto quiero hablar. Hasta al área metropolitana ha llegado este tipo de negocio que promete pisos asequibles por pocos euros la noche y a diez minutos en tren del centro de la ciudad, sin contar la espera del tren, claro está.

La alta rentabilidad del turismo de masas ha animado a muchos propietarios a anunciar sus pisos, o incluso a compartirlos, en plataformas online destinadas al turista. Y estaría bien que nuevas formas de negocio se abrieran paso, pero con control. No sería bueno llegar a extremos como Barcelona donde el vecino barcelonés ya no puede vivir en la ciudad porque la alta rentabilidad de los pisos turísticos provoca una caída de la oferta de la vivienda en alquiler y la subida del precio de la poca que queda.

Los gobiernos deben velar por mantener el equilibrio de las sociedades y procurar que sus conciudadanos puedan vivir con dignidad. Por ello, y también para que no haya más colillas en la arena, debemos acelerar la legislación que pretende controlar este tipo de turismo sin freno y vigilar que el dinero rápido y fácil no acabe por desplazar a jóvenes, familias y jubilados de las ciudades turísticas. La convivencia es, siempre, posible.