Es la competencia, idiotas
Se imaginan que un editor, harto de la competencia que le hacen los diarios digitales, decide colocar las furgonetas con las que efectúa el reparto de sus periódicos cortando la Castellana.
Imagina la escena. El editor de un importante grupo editorial español, que pese las numerosas dificultades que afectan al sector, sigue imprimiendo todas las madrugadas los diarios de las nueve cabeceras que lo integran, decide un día, harto de la competencia que le hacen los diarios digitales, colocar las furgonetas con las que efectúa el reparto de sus periódicos cortando el Paseo de la Castellana de Madrid. Otros dos empresarios madrileños del sector, que padecen idénticas adversidades, deciden secundar la protesta. Y las furgonetas de uno y otro editor se suman a las que ya estaban taponando dicho paseo.
El editor de otro grupo, catalán en este caso, que comparte con los madrileños la misma etiología del problema, piensa que no es mala idea la de bloquear una calle principal de la ciudad condal. La Gran Vía es el punto elegido. Treinta y dos furgonetas forman a partir de ese momento un muro que impide el tránsito de los demás vehículos. Siguiendo el ejemplo de colegas madrileños y catalanes, los editores valencianos piensan que nada mejor que una calle principal, de suyo ya jodida por los graciosos inventos del consistorio que ya casi la tienen convertida en un cul de sac, para acabar de taponarla. También ellos colocan los coches del reparto de modo que nadie pueda circular por la calle Colón, puesto que de ella se trata.
Los ciudadanos de las capitales bloqueadas preguntan: ¿Y por qué nos hacen una faena así a los vecinos y comerciantes, impidiendo que podamos circular libremente? Los editores se explican y esto dicen: “Sufrimos la competencia desleal, brutal, no ya a diario ni a la hora, al segundo, de los periódicos digitales. Así no podemos seguir. Nuestros abuelos fundaron estos periódicos y nuestras familias los han mantenido con gran esfuerzo hasta el día de hoy; otros editores pagamos verdaderas fortunas para conseguir las cabeceras en pública subasta; otros las compramos a precio de oro, como para que ahora nos venga cualquier mindundi y puede hacer un periódico que de inmediato cuelga en la red por dos duros. Así no podemos seguir. Hasta que las autoridades no nos garanticen que podremos seguir editando nuestros diarios en papel sin sufrir esta brutal competencia, no desbloquearemos las calles”.
La mayoría de los ciudadanos (perdón, también de las ciudadanas) comentan que la actitud de los editores es del todo incomprensible; que no saben en qué mundo viven; que los periódicos digitales son más rápidos; se leen a cualquier hora y en cualquier soporte, incluido el propio teléfono móvil y que, además, no tiznan los dedos.
Los editores exigen ser recibidos por el Ministro de Propaganda. No será el propio ministro quien finalmente les atienda. Se tendrán que conformar con que un subsecretario les escuche y les diga que se estudiará su problema y quejas, pero que lo mejor sería que fuesen las comunidades autónomas las que legislasen sobre el particular….
Y en eso que llegó agosto, momento propicio de iniciar las vacaciones. Los editores, urgidos por la familia y motu proprio, dieron orden de retirar las furgonetas, porque dicen que tiempo habrá a partir de septiembre para volver a la carga contra la brutal competencia de los periódicos digitales.
Pues eso. Imagina la escena, cambia los papeles y adjudica responsabilidades. Los hay que no quieren enterarse y a los que les cuadra aquello de que no hay peor sordo que el que no quiere ver.