Más sobre posgrados universitarios
Por tercera vez consecutiva les ocuparé, si ustedes me lo permiten, con cuestiones universitarias que –a nuestro pesar- han dado en cobrar un extravagante protagonismo en la política nacional, mientras cubren amplios espacios mediáticos y divulgativos para escándalo, disgusto o regocijo del personal. Que de todo hay.
Si “la poesía es un arma cargada de futuro” como cantaba Paco Ibáñez a Celaya en mi juventud de lucha antifranquista, el currículo universitario es hoy un arma cargada de mediocridad y agresividad a partes iguales.
No sé a qué espera la paniaguada Conferencia de Rectores –cuya energía por cierto es distinta según quien mande en Moncloa- para entrar en el asunto antes de que políticos y medios acuerden hacer de la Universidad Española el chivo expiatorio. Y qué más espera –o teme- la URJC para ventilar sus instalaciones.
No sé lo que piensa la ministra portavoz y de educación (en cuyo cv de Moncloa hace constar con exactitud que es catedrática de bachillerato; en otros suele poner catedrática a secas) o el de ciencia, innovación y universidades (que es por cierto, doctor honoris causa de la UPV desde 2005), de lo que su dimisionaria compañera de gabinete tildó de normalidad y honestidad absoluta ante la flagrante falta de todo que simultáneamente se iba poniendo de manifiesto.
Pero sí sé lo que piensan mis estudiantes de Máster de Posgrado de la UPV, ocho de cada diez extranjeros, que cursan la friolera de cuatrocientas o más horas presenciales, realizan prácticas, viajes de estudio, trabajos parciales y pruebas de control, para enfrentarse finalmente a la redacción y defensa pública ante Tribunal cualificado de un Trabajo Final –el famoso TFM- normalmente de carácter investigador, original, inédito y con una extensión que suele rondar las ciento cincuenta páginas. Tras pagar tasas de matrícula, gastos de estancia y viaje, entre otras cosas, claro está.
Sé lo que piensa Fernando, un valioso arquitecto graduado por la prestigiosa Universidad Nacional Autónoma de México, que tras sus preceptivos dos cuatrimestres lectivos y presenciales, todas las tardes de cuatro a nueve, y los primeros cuatro meses de dedicación a su TFM, tuvo que retirarlo una vez depositado y citado para la defensa, porque su tutor –que fue quién suscribe- le obligó a hacerlo tras detectar en una postrer revisión, la existencia de algunos párrafos carentes de su legítima cita. Seis meses más tarde el Tribunal otorgó a su nueva versión ya corregida un merecido sobresaliente.
Y sé, naturalmente, lo que pienso yo. Un modesto profesor en activo con cuarenta y cuatro años en su hoja de servicios, acostumbrado a leer currículos maquillados, inflados y hasta inventados sin pudor alguno en aspirantes a plazas de trabajo o en los que las abandonan –o nunca las tuvieron- para dedicarse a la política. Ignoro si hay delito alguno en esas biografías abultadas; a mí no me lo parece mientras no se traspasen los límites del intrusismo profesional o la falsedad documental, atribuyéndose una práctica para la que no se está legitimado.
Lo que me indigna es la “biografía suplantada”, una suerte de “curriculum mortis” puesto que no se compadece con la verdad ni con la justicia, es decir, con la realidad. O con la vida.
Ese coleccionismo inane de titulaciones de tercera que, al parecer, practica nuestra clase política, no puede y no debe tener el marchamo ni el respaldo de la Universidad Española, mucho menos de la Pública. Me avergüenza el enfermizo trapicheo de postgrados con el que parecen entretenerse algunos colegas, me repugna cierta comercialización universitaria de cortas miras que atenta contra la imprescindible vocación social de servicio que nos corresponde, y me aburre hasta la saciedad el exceso de burocracia y “papeleo cibernético” rayano en la toxicidad, que ocupa gran parte de nuestra jornada laboral.
Pero lo que encuentro irreparable es el daño auto-infligido al conjunto de la institución universitaria española por conductas sumisas al poder de unos pocos oportunistas. Hay quien cuestiona que Unamuno pronunciara su famosa frase, pero yo –autoría aparte- quiero seguir creyendo que la Universidad es el Templo de la Inteligencia. Y que su sumo sacerdote debe vestir sus guantes blancos.
“Fuera empresarios de la universidad” es grito común de activistas antisistema que sólo entienden la institución como un gran pesebre de ilimitado consumo. Lo he oído de Torino a Barcelona, de Buenos Aires a Berlín. También lo he oído en la UPV. Son los mismos que amparados por la libertad de expresión hacen del insulto y la provocación lección del día, los de “cuanto peor mejor”. “Saquen sus manos de la universidad” es, sin embargo, un grito inédito. Y de la Escuela, por supuesto. El mejor Pacto de Estado por la Educación será el que, sujeto exclusivamente a criterios de excelencia, garantice su blindaje contra el gobierno de turno.
Haría bien Pedro Sánchez en airear su aparentemente débil tesis doctoral en vez de seguir alimentando el misterio; más larga será la caída. Como haría bien Pablo Casado, contento como estará por el sobreseimiento de causa ayer, en repartir ejemplares de su TFM por elemental que resulte.
Y haríamos bien las Universidades Españolas si recuperáramos la autoestima, la cultura del esfuerzo y la meta de la excelencia, en ese ambiente de concordia, de respeto, de unidad y de orgullo universitario que nos dignifica y nos honra.
José María Lozano Velasco es Catedrático de la Universidad Politécnica de Valencia y Presidente de la Comisión de las Ciencias del Consell Valencià de Cultura