La ciudad no es para mí. El año de la marmota
Recurrirán al mantra de la libertad de expresión. Ese sagrado derecho que deja de serlo en función de quién lo ejerza, o hacia quién vaya dirigido.
Me disculparán mis queridos –y escasos- lectores el lugar común y la tan manida recurrencia a la peli americana de Harold Ramis. Ignoro si salió o no el sol para Rajoy el pasado dos de febrero, y si vio su propia sombra en la Moncloa esa mañana, pero lo cierto es que este invierno con el Gran Okupa en la presidencia se nos puede hacer eterno.
No aspiro a emular cuantas sesudas y fundadas reflexiones leemos cada día en la prensa –minoritaria, eso sí- que como ESdiario arriesga en el ejercicio de su propia libertad de expresión. Cito, por todas, la del pasado día 5 de Gabriel Albiac en ABC.
Ni persigo reflejar en estas líneas el vértigo con el que se suceden alarmantes noticias. El viernes recordaba nuestra redacción en Valencia como el alcalde siempre sin corbata, muda sin embargo de conciencia a propósito de la libertad (de expresión en este caso).
La irresponsable actitud revanchista (cabe decir “revansanchista”) que a modo de breviario gubernamental mueve la actualidad española, ha sacado a la luz y a las pantallas de los smartfons, profusión de imágenes y textos ha tiempo archivados, y que han saltado a la categoría de trending topic en la búsqueda de similitudes.
La de la portada del periódico la humanitat antes del comienzo del juicio a los golpistas del 34 –a los que el Fiscal de la República, empezando por el entonces President de la Generalitat Companys, pidió 30 añitos- foto incluida de los encausados, es una de ellas. Y asimismo incluida –desde la víspera- la petición de amnistía. Juicio, condena y perdón (de la pena se entiende), resumía un tipo en las redes sociales.
¿Será capaz este gobierno de intentar semejante felonía? Probablemente ...
Uno, que ha escrito en esta misma sección, acerca de la soberbia de los jueces, tiene que manifestar su repugnancia ante las actitudes y declaraciones del gobierno machacando la independencia judicial. Hasta al propio Guerra (ya se sabe, “Montesquieu ha muerto …”) le debiera producir sonrojo.
Recurrirán al mantra de la libertad de expresión. Ese sagrado derecho que deja de serlo en función de quién lo ejerza, o hacia quién vaya dirigido. Ésa que la izquierda, más que reclamar, ejerce sin esfuerzo y con denuedo. Ésa que en uso de la derecha –poco proclive en la práctica- será tildada de inmediato con los peores epítetos y de “incitación al odio”.
Y pudiera terminar en delito. Faltaría más ... El derecho al honor de los que no son honorables, a la privacidad de los que viven y cobran de lo público, será entonces presunto mancillado objeto que limita la libertad y la transforma en condena.
Véase a Ribó, que ha salido ganador en el tropel de políticos y partidos valencianos ofreciéndose como madame al histrionismo de ese mocoso asqueroso que carece de pañuelo.