A modo de balance
Siempre he pensado que los cambios de año tienen ese algo mágico, como de renovación. Imagino que todos de algún modo lo sentimos así y por eso lo celebramos con tanto exceso
El año se acaba. En pocas horas este convulso 2018 quedará disuelto como un azucarillo en una taza de té caliente. Siempre he pensado que los cambios de año tienen ese algo mágico, como de renovación. Imagino que todos de algún modo lo sentimos así y por eso lo celebramos con tanto exceso. Pero sobre todo creo que son momentos adecuados para reflexionar, liberar emociones, y eso hace que muchas veces se convierta en un período de nostalgia, donde afloran muchas sensaciones. El tránsito de la madurez, desterrar lo viejo para dar paso a lo nuevo.
Sabemos lo que ocurrió, pero no lo que está por llegar y eso, a pesar de la expectativa y las dudas, o quizás por ello, siempre debería ser ilusionante; entender que hemos llegado hasta aquí y que solo por eso ya vale la pena. Aun cuando hayamos ido dejando cachitos de nosotros mismos por el camino hay que afrontar el futuro con esperanza.
Este año que se marcha ha tenido para mí un tono marcadamente agridulce, cargado de momentos inolvidables y mágicos junto a otros tremendamente dolorosos, con fechas que quedarán grabadas en mi memoria para lo que me resta de vida. Pero esa es la esencia misma sobre la que estamos hechos, la que nos hace fuertes. La vida sigue, los recuerdos quedan.
Una de las circunstancias interesantes a las que hago alusión es que 2018 me ha dado la oportunidad de comenzar a escribir estos artículos (en realidad los empecé a mediados de diciembre del año anterior). De cualquier modo en estos días se ha cumplido su primer año.
Este es uno de esos cometidos de los que al hacer balance me siento especialmente orgulloso.
Fue Héctor González, jefe de opinión de esdiario.com en la Comunidad Valenciana quién confió en mí y me ofreció esta columna: “para tratar temas sobre colectivos y personas con capacidades diferentes y diversidad funcional”. Nunca se lo he agradecido públicamente, por eso, estas líneas de introspección sin duda son un buen escenario.
Tengo en gran estima la confianza depositada. Le dije que sí a la primera, casi sin pensar, me pareció un proyecto ilusionante a pesar de que yo no tenía ninguna experiencia en este tipo de colaboraciones. No soy periodista y jamás había escrito para un diario, pero en ocasiones uno afronta los retos con más corazón que cabeza. Este chorreaba corazón por todos lados.
Creo sinceramente que es fundamental que los medios de comunicación generalistas aborden de manera habitual y solidaria los asuntos que preocupan a una parte importante de la sociedad como son las personas con discapacidad, sus modos de vida, sus problemas, carencias y peticiones, salir de la anécdota o el suceso ocasional que es lo que suele ocurrir. Que haya tenido lugar el fenómeno “Campeones”, extraordinaria película por otra parte, ratifica que existe interés.
Socializar, convertir en algo corriente la diversidad de las personas.
Al aceptar esta propuesta sobre todo me interesaba colocar un altavoz a la reivindicación y, en lo posible, contar historias. Retratar las muchas dificultades que deben afrontar cada día y sus esfuerzos por vencerlas.
Cónicas diferentes y vidas extraordinarias, pienso que esa es la esencia que da alma a los mejores relatos. Y desde luego a mí es lo que me gusta.
Hoy, no puedo dejar de acordarme de aquella conversación telefónica con Consuelo Correcher, la emoción de sus palabras detallándome su vida, lo que tuvo que aprender y cuantos túneles necesitó atravesar desde el fondo de su oscuridad; de la valiente sinceridad de Alejandro Serrano, su esfuerzo sin límites hacia una superación que le daba incluso para alcanzar gran parte de sus sueños; o del grito de justicia de Miguel Ángel Galán y la rabia que a mí me envuelve al conocer que aun ahora sigue arrastrándose por esos malditos dieciséis escalones para poder pisar la calle, sin que nadie ponga un remedio necesario. Su caso es al mismo tiempo el de muchos en este país que se autoproclama avanzado y del Primer Mundo.
Y me acuerdo de las miles de mujeres que viven entre el dolor y el silencio, soportando ese mal desconocido y tremendo en secuelas llamado Endometriosis. Elaborar aquel relato fue duro, de los que marcan, porque me di cuenta que de nuevo son ellas quienes viven el vacío de la soledad y la indiferencia por el hecho de sufrir un mal derivado de ser mujer. Como siempre.
Escribir estos textos me ha dado oportunidad de abordar variados asuntos, algunos turbadores y otros emocionantes. Como el de las vacunas, esa egoísta sinrazón de los antivacunas que me irrita especialmente, denunciar el abuso de algunos hacia los más débiles por el simple hecho de sufrir alguna discapacidad, preguntarme por qué quien invade una plaza reservada para personas con movilidad reducida solo envidia eso, su plaza y no el resto de su vida, apoyar el grito justo de los pensionistas por unas pagas que permitan vivir con dignidad e incluso darme cuenta con satisfacción que hasta las fallas de Valencia comienzan a vestir la fiesta de integración o confeccionar un, creo, interesante trabajo sobre polio y literatura.
Son ya veintitrés los artículos publicados y en ellos he tratado de enfocar la diversidad desde distintos puntos y diferentes ámbitos, pero sé que hay dos cuestiones a las que he dedicado mayor atención: Polio y accesibilidad.
Es imposible para mí dejar de lado el olvido de tantos años hacia los supervivientes de la polio, uno de los colectivos más amplios dentro de la discapacidad y a quienes las trabas, recortes y negligencias les afectan de manera especial por sus circunstancias.
También, como no, los continuos problemas de accesibilidad.
Creo que sería injusto y faltar a la verdad no reconocer que en los últimos años el avance en la sociabilidad de nuestras calles y transportes ha sido grande. Aquellas ciudades “discapacitadas” se van amoldando a las necesidades que tienen las personas con dificultades para vivir en ellas, ya sean ciegos, sordos o con movilidad reducida, pero todavía queda mucha tarea.
Ejemplos he puesto muchos en estos meses. Es preciso sensibilizar a la sociedad y sobre todo a la gente que la accesibilidad a todo tipo de edificios, comercios, ocio y transportes debe de ser igual y democrático para todos. Hagámoslas más humanas.
Yo espero continuar con la tarea y por eso ya solo me queda daros las gracias de corazón por estar ahí conmigo y leerme cada quincena.
¡Salud, integración, respeto y cultura!
Los sueños que iniciamos y los deseos a los que apelamos hace ahora doce meses morirán al concluir este 31 de diciembre, será el momento, pues, de invocar unos nuevos, aunque estos sigan siendo los mismos, convenientemente reciclados a la suma de un dígito.
¡Feliz 2019!
*Autor de Sueños de Escayola