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Caso Eduardo Zaplana: verdad y justicia

El arquitecto Fernando Mut, que se une a las voces en favor de la libertad de Zaplana, mantiene que nuestro mundo no es un mundo de sabios, es más bien un imperio mediático.

Caso Eduardo Zaplana: verdad y justicia

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Fernando Mut*

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Epiménides de Creta, durante cincuenta y siete años,

se quedó dormido en una cueva, - la de Zeus Dicteo –

y recibió revelaciones tanto de la Justicia, como de la Verdad.

Llevo sesenta y cinco años de un lugar a otro por el mundo,

sin que en ningún sitio ninguna de ellas se haya dejado ver

Jaime Siles: Galería de rara antigüedad

Hablemos.

Me sumo incondicionalmente, a quienes piden el cese inmediato de la casi total incomunicación y el posible regreso a su domicilio de Eduardo Zaplana.

Trato de ser objetivo, aunque consciente de la enorme dificultad, casi imposibilidad de que ello sea posible cuando uno habla invadido por la desolación, al ver al amigo maltratado.

Justicia y verdad, son palabras que encierran especial complejidad en su formulación hoy en España.

En base a los valores y principios que orientan mi conducta y sin especiales conocimientos jurídicos, asumo mi deber de emitir una serie de reflexiones sobre este malaventurado caso.

Veamos el caso de Eduardo Zaplana: “soy inocente porque no he sido juzgado”: “verdad y justicia”.

Respecto a la verdad, pienso que el encausado tiene el deber moral de decirla. También el derecho a defenderse, a ser escuchado y a exigir que se le juzgue por hechos concretos debidamente comprobados, por ser esa obligación de quien le juzga.

Y en referencia a la justicia, ya decía Chuang Tzu – en un texto recogido por Octavio Paz - que cuando “los virtuosos ... los que creen que saben lo que es bueno o es malo toman el poder, instauran la tiranía más insoportable: la de los justos”.

Maria Zambrano, refiriéndose a Séneca afirmaba que los sabios son aquellos para los que, “en cada instante de la vida, para cada asunto y circunstancia encuentran el punto de equilibrio entre la razón y la sinrazón, entre la ley y el desorden”.

Visto lo visto ese no es el mundo que orienta a la sociedad en que vivimos. Ciertamente, nuestro mundo no es un mundo de sabios, es más bien un imperio mediático apoyado según la circunstancia, en el reglamento: “harás lo que te ordene porque así lo manda la ley”, sin matices, sin dar mayor alcance a la norma, sin entender que hay valores tan valiosos como la misma ley y que no se excluyen entre sí.

Y es que, siempre, es especialmente dolorosa la situación de indefensión de las personas, como también debe ser extremadamente compleja la de aquel que tiene que juzgar “al otro” en base a una ley, que no siempre coincidirá con la justicia.

Porque “la naturaleza humana no puede conformarse a la rigidez geométrica de los conceptos”, y porqué “consolar, pacificar, aplacar el rencor de la vida” es la función de los sabios, nunca el resentimiento. La sabiduría, ha de ser compañera necesaria de la justicia.

La humanidad a todos nos hace iguales y que los afectos forman parte de lo mejor de las personas.

Con el tiempo, tras más de sesenta y cinco años en un mundo lleno de rencores e injusticias – también de generosidades, humanidad y amistades - uno reflexiona y sabe que la vida es siempre difícil, también para los triunfadores, y en medio del caos, entiende que la humanidad a todos nos hace iguales y que los afectos forman parte de lo mejor de las personas.

Canto y abogo hoy, por el amigo, aquel que llevó a la Comunidad Valenciana – tierra de mis antepasados - donde he nacido y me he criado - a importantes cotas de prosperidad y autoestima, a quien me demostró que la amistad es un valor esencial y que hoy está siendo maltratado, repito, en razón de una legislación que ciertamente, necesita ser corregida.

Cuando Eduardo Zaplana afirma que su estado de salud no es la principal causa de su preocupación, porqué “por encima de ello está la defensa de mi honor y mi nombre, y el recuerdo que de mi nombre quede a mis hijas y nietos” habla el hombre, el hombre que huye de la compasión, de la clemencia y pide el respeto debido.

Con estas líneas aspiro, a que quien tenga la potestad de decidir, que por su honor y por su nombre, por el recuerdo y por su vida, haga cumplir la ley – cosa que no discuto en absoluto – tratando a su persona con el respeto que todo hombre merece, pues ambas son cosas compatibles.

La inexistencia de esa posibilidad, es señal inequívoca de que algo estamos haciendo mal, de que algo no funciona en una sociedad que algunos definen como avanzada.

(*) Fernando Mut, arquitecto

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