Rodrigo Moreno, o cómo dignificar el arte de la guerra
El Valencia dio el giro más épico posible al año del Centenerio en una noche que pasará a los anales de Mestalla.
La perspectiva del tiempo es un factor de perentoria necesidad a la hora de analizar una gesta - no precisamente por eliminar al Getafe ni por alcanzar las semis coperas - como la que el Valencia CF fue capaz de protagonizar en la frenética noche de ayer en Mestalla. Sólo de esa manera se puede lograr aquello que para muchos suele resultar poco menos que una entelequia: razonar y argumentar de forma desapasionada y sin prejuicios.
La utilización del término gesta viene determinada por lo desesperado de una situación en la que en la que dos tantos son precisos para avanzar a la siguiente ronda una vez se ha entrado en tiempo de descuento. Ahí es, cuando otros habrían optado por rendirse, donde el carácter de lo grandes sale a relucir. Y si cabe personificar la hazaña en un nombre, éste no puede ser otro que el del atacante hispano-brasileño Rodrigo Moreno.
Su despertar goleador en los precedentes duelos ligueros frente a Celta y Villarreal ya era premonitorio, aunque le faltaba una actuación memorable - pese a su gran campaña en el curso precedente - para ser elevado a los altares del valencianismo. Goles de oportunismo, sí; algún otro en el que se limitaba a culminar las brillantes jugadas de los compañeros de ataque, también...pero lo más reseñable, sobre todo en casos en los que conviene apelar la épica, hay que buscarlo en el espíritu indómito y la fe que irradiaba del mismo. Correligionarios sobre el césped y feligreses en la grada no tardaron en impregnarse, sobre todo y pese a la premura de tiempo tras el 2-1, de ese influjo - el de las grandes ocasiones - que permitía seguir creyendo en la heroicidad hasta el final.
El fútbol no puede ser empañada por algo que no lo es
Incluso pese a que algunos se empeñen en bautizar al juego de los azulones como "el otro fútbol". No obstante, en el caso que nos ocupa, tampoco sería justo obviar el fuego cruzado - por parte de unos y otros - que precedió a la eliminatoria. Bien conocido por todos resulta que el despliegue del conjunto de Bordalás está, no ya al límite del reglamento, sino que acaba por trascender más allá de lo que estipula el mismo, no quedando tampoco justificadas en base a ello algunas manifestaciones de exacerbado júbilo por parte de miembros del cuadro de Marcelino - tanto de jugadores como de cuerpo técnico - durante la celebración del triunfo. Se debe, en la medida de lo posible, de apelar de forma exclusiva al espíritu deportivo y competitivo tanto en la victoria como en la derrota. Ya el inexorable paso del tiempo - una vez más colocará a cada uno - también al maleducado Damián Suárez - en su lugar.