La ciudad no es para mí. Novísimo PSOE
Pero llegó Sánchez. Y, lo que es peor, volvió.
Entre la rerum novarum del papa León XIII y los poetas novísimos de Castellet –me lo recordaba un buen amigo- pasaron ochenta años en esta España nuestra (¡ay Cecilia!) y, desde entonces, otros casi cincuenta hasta nuestros días. Siglo y un cuarto preñado de acontecimientos.
De esos últimos casi cincuenta, cuarenta y tres, los postreros, quiérase o no, los más tranquilos y también los más brillantes.
Claro que evolucionó el PSOE desde Iglesias a Suresnes. El abandono oficial del marxismo fue pirueta arriesgada del tandem González-Guerra.
Desde “OTAN de entrada no” al “vota SÍ en interés de España” apenas pasaron cinco años. Y con el discurrir del tiempo la socialdemocracia nacional adoptó modos más suaves hasta llegar –hay que recordarlo otra vez- a la caricatura posmoderna de sí misma que fue la presidencia de Rodríguez Zapatero (hoy el mediador desmedido).
Tal vez abusara Rajoy, cuando la oposición, del término adanismo para referirse al peor Gobierno de la España reciente. A la vista de su trayectoria el de “naif” se me antoja más ajustado. Ese infantilismo sofisticado, mezcla de ingenuidad y malicia que practicó –y sigue practicando- el pionero de un nuevo izquierdismo. Enfermedad infantil del comunismo, en palabras de Lenin, mire usted por dónde.
Pero llegó Sánchez. Y, lo que es peor, volvió.
Y con él todos los virus de la enfermedad infantil. La apariencia frente a la realidad, la ligereza frente a la solidez, la fragilidad frente a la firmeza, y el aumento de la presión fiscal, y el del gasto público, y el engaño presupuestario y la gestión ineficiente (con “el dinero que no es de nadie”). Mas el abuso de lo institucional y el descaro en el ejercicio del cargo.
O el novísimo PSOE.
Y el gobierno bonito y feminista que preside el inefable, con esa cintura que le permite decir una cosa y la contraria sin ruborizarse. Ya sea a propósito de Catalunya o de Venezuela; de Maduro o de Torra (de milagro no hay foto de ambos sujetando una estelada; por separado sí la hay). Según esté en Sevilla o Barcelona, en Santo Domingo o México. ¡Qué tipo! ¡Qué cara!
Y anda que la portavoz, ésa que “vuelve a reiterar” (que debe ser como retuitearse a uno mismo), su españolidad a propósito de Gibraltar, mientras ignora el texto por el que el gobierno, al que da voz, saca pecho diplomático. Mientras rompe la hucha para pagar el alquiler del señorito en Moncloa.
Pepu -¿se llama Pepu preguntaba la susodicha?- para la Alcaldía de Madrid y un miembro del CVC a propuesta de Podemos para la de Alicante. ¿Carece el novísimo PSOE de candidatos propios? Huele a pérdida.