Valencia tuvo el prostíbulo más grande de Europa
Durante la etapa “imperial” del Reino de Valencia, de 1350 a 1450, el barrio de la Pobla de Bernat de Villa, entre lo que hoy es Guillem de Castro y Salvador Giner, albergó un barrio rojo.
Al hablar de sexo no lo relacionamos especialmente con la ciudad de Valencia. Otras capitales europeas, incluso españolas, se llevan esa fama hasta sus barrios. Sin embargo, hubo un tiempo en el que la ciudad del Turia albergaba el barrio Rojo más grande de Europa, un prostíbulo permanente que nada tenía que envidiar al Amsterdam actual.
Entre 1350 y 1450, el Reino de Valencia se convirtió en epicentro de la política y la cultura europea. Esa realidad, que consolidó el territorio como un auténtico imperio de la mano de Alfonso el Magnánimo, favoreció también el florecimiento de otras actividades, siempre ligadas al ir y venir de personas y al dinero. La prostitución se convirtió en Valencia en un negocio rentable, muy rentable.
La actividad se instaló, en principio, extramuros. Sin embargo, el crecimiento urbano imparable pronto lo engulló. A esta zona de sexualidad liberada se le denominó la Pobla de Bernat de Villa, entre lo que hoy constituye la avenida Guillem de Castro y Salvador Giner. En ella existía todo tipo de burdeles y negocios ligados al sexo. Y no era una actividad menor ni de bajos fondos, era la de más calidad y la más cara de la península ibérica, que no es poco.
Acostarse con una prostituta valenciana era el doble que con cualquier del resto de España a finales del siglo XV. Según algunos historiadores, como Fernando López, estas mujeres vestían las mejores sedas de la ciudad y paseaban su profesión con una dignidad cortesana.
El barrio, donde se instalaron decenas de viviendas de las prostitutas, se convirtió también en un lugar muy diferente al resto de espacios similares en España o Europa, como Sevilla, Barcelona, Roma o París. La higiene y las medidas sanitarias prevalecían sobre cualquier otra iniciativa. En sus calles se estableció un riguroso sistema de control médico y de seguridad ciudadana impulsado por el gobierno local, algo no muy extendido en la época.
La importancia de esta actividad en la ciudad, cuyos habitantes rozaban las cien mil almas, se puede ver en la importancia que las autoridades daban al control de enfermedades. Incluso el embajador veneciano Sigismondo di Cavalli relataba en la época que “la ciudad les paga cuatro médicos y están obligados a visitarlas todos los sábados”. El organismo encargado de velar por la salud de las prostitutas eran los Jurados de la Ciudad. Y si alguna caía enferma, después de ser curada, se le prohibía seguir ejerciendo.
Todo ello se tradujo en una normalización de la idea del sexo en la ciudad. Incluso el edificio de la Lonja de la Seda, aglutinador principal de la actividad económica y social en esa época, adornó algunas partes del edificio, como la fachada o los capiteles interiores, con escenas de alto contenido sexual. Así, hoy día se puede admirar una gárgola de una mujer desnuda sujetando sus senos y mostrando su sexo en posición obscena y en dirección al barrio de la Pobla de Bernat. O una imagen de un individuo mostrando su culo en acción sexual; o un capitel con varios personajes desnudos jugando con su cuerpo y con algunos “instrumentos”. Sin duda, un motivo más para visitar con detenimiento la Lonja.
El barrio rojo valenciano comenzó a decaer a partir del siglo XVII, con la intervención de las medidas de Felipe IV. La Real Pragmática de 1623 ordenaba el cierre de todas las mancebías municipales. Las políticas de cierre de este negocio se prolongaron hasta el reinado de Carlos II, a finales de siglo. Sin embargo, como era de esperar, el negocio se dispersó pero no desapareció. El barrio rojo dejó de existir pero las prostitutas se instalaron de forma dispersa en otros puntos de la ciudad. Eso sí, perdieron el control sanitario y el apoyo municipal que recibían, depreciando el negocio y condenándolo a la oscuridad de la noche.
Vicente Javier Más Torrecillas. Académico de la Real Academia de Cultura Valenciana. Doctor en Historia Contemporánea