Del oráculo del rey Creso al "somni" del president Puig
¿De verdad cree el presidente de la Generalitat que los medios nacionales se centrarán en la Comunidad Valenciana o que los líderes estatales vendrán a solucionar los problemas valencianos?
Creso gobernó el reino de Lidia (ubicado en la actual Turquía) hasta el 546 antes de Cristo. Conquistó las ciudades griegas de la región y acumuló una gran riqueza. Tanta, que le hizo plantearse enfrentarse al todopoderoso imperio persa. Ante las dudas que le devanaban la sesera, recurrió a la fuente más fidedigna de su época: el oráculo de Delfos. La respuesta resultó tan concluyente para él como ambigua vista con perspectiva histórica: si cruzas el río Halis, destruirás un gran imperio. Y así fue, aunque, para desgracia de Creso, el gran imperio que cayó no fue el persa, sino el suyo propio, el lidio, que nunca se repuso. Quedó destruido.
Ahora, en el año 2019, Ximo Puig, el presidente de la Generalitat, ha adoptado otra decisión de gran envergadura: por primera vez la Comunidad Valenciana se enfrentará en solitario a una cita electoral. Desconozco si Puig cuenta en sus filas con un oráculo del prestigio del de Delfos. Y, en el caso de tenerlo, si le ha brindado una respuesta que para él se supone definitiva después de casi un año cavilando y teniendo a todo el gremio periodístico y a los 99 diputados de Les Corts pendientes de sus vaivenes.
Los argumentos que ha esgrimido en su comparecencia resultan tan etéreos como podrían ser los augurios de una pitonisa griega. El primero y casi abrumador para Puig a tenor de sus palabras: “la singularidad” de la Comunidad Valenciana, que no sea “una más del pelotón de autonomías”. ¿Realmente piensa que los medios nacionales, con unos comicios generales que se celebrarán el mismo día del mismo mes, van a fijar su mirada en el territorio valenciano?
Por otra parte, ¿de verdad cree que cuando los grandes líderes nacionales visiten la Comunidad Valenciana para lanzar su batería de titulares de telediario lo harán pensando en los problemas de la autonomía o aludiendo a temas comunes para un gallego, un extremeño o un catalán? Si quieren buscar el voto de una murciana, una canaria o una cántabra dudo mucho que hablen de la infrafinanciación valenciana más que de pasada, por mucho que hagan sus actos en Elda, Gandia y Peñíscola.
El lugar será lo de menos, lo que les importará es que su mensaje resuene y cale en toda España. Y en toda España “el problema valenciano” no resulta primordial. El paro, el procés, la corrupción y un largo etcétera están bastante por delante en la mente de un periodista o de una ciudadana residente en Madrid.
Sí, en efecto, como reconoce Ximo Puig, “no se trata de una cuestión científica ni matemática” adelantar las elecciones y obtener un rédito. Tampoco tiene una base sólida, más allá de la empírica en un entorno de volatilidad, de que lo que antes valía ya no, afirmar que “en las generales se prevé una alta participación”. Sí, se puede prever, aunque ni mucho menos garantizar. Y, aunque la haya, ¿qué pasa? ¿Más participación asegura mejores resultados para alguien acaso? Normalmente el incremento de la participación suele tener como consecuencia un cambio de gobierno, acostumbra a producirse para quitar a quien está.
Por tanto, más allá de una supuesta mayor visibilidad y de una plausible apelación a la participación, ¿con qué nos avenimos? ¿Qué argumentos de peso llevan a un adelanto electoral, a trastocar la agenda parlamentaria valenciana (con temas de calado por debatir todavía) y a provocar el elocuente malestar del principal socio del PSPV-PSOE en el Consell, de Compromís?
Nos podemos quedar con otra frase de Ximo Puig, la de “es un vell somni de tots els valencianistes que ara s´ha fet efectiu”. Con esa o con que, después de repetir la palabra deliberación, al final ha primado el criterio presidencialista. “A la fi és una responsabilitat del president…es la meua responsabilitat. No vullc diluir-la”, ha afirmado en una de sus frases más rotundas en la ya histórica rueda de prensa de este lunes.
Por tanto, un sueño y una decisión personal. Casi como la del legendario Creso, que se dejó arrastrar por su afán de grandeza, de pasar a la posterioridad, y por su interpretación parcial y particular de una profecía del oráculo de Delfos. Y, efectivamente, destruyó un gran imperio.