El autor del Palau Sant Jordi, nuevo "Nobel" de la arquitectura
No recuerdo con precisión cuándo y porqué conocimos a Arata Isozaki en Valencia. Personalmente no le he olvidado, y confesaré que me reconforta este reconocimiento –ya es casi un tópico- equivalente al Nobel en el campo disciplinar de la arquitectura.
La arquitectura japonesa, la tradicional y la contemporánea, ha resultado objeto de deseo de la arquitectura occidental desde Frank Lloyd Wright –recuérdese esa joya desaparecida que fue el Hotel Imperial de Tokio- hasta nuestros días. “Elogio de la sombra” es el título en español de un pequeño y profundo ensayo de Junichiro Tanizaki, escrito en 1933, que ha cursado como libro de cabecera de los herederos del Movimiento Moderno (todos lo somos) acompañando a las “catedrales blancas” de Le Corbusier o al “Beton als Gestalter” de Hilberseimer, nunca traducido al español, aunque contenido en la práctica en sus emblemáticas ciudades verticales.
El Pritzker, instaurado por Hyatt para reconocer anualmente la obra de un profesional de la arquitectura, atendiendo a sus condiciones constructivas, funcionales y formales, viene sucediéndose desde 1979. Y en esas treinta y siete convocatorias han sido galardonados cuarenta y dos profesionales. Entre ellos se cuentan los españoles Rafael Moneo, en 1996, y Aranda, Pigem y Vilalta en 2016. El del año pasado fue el arquitecto indio Balkrishna Doshi, discípulo de Kahn y –de alguna forma- del propio Le Corbusier.
Nuestro flamante galardonado disfrutó Valencia de esa forma aparentemente desapasionada y sensible tan característica de su cultura, “desconcertado” –en su quedo inglés de pronunciación arrastrada- por la nitidez de nuestra luz y el singular azul de nuestro cielo. Atravesando la dársena una mañana otoñal, mientras demostraba un cuidadoso conocimiento de la pintura de Sorolla (la semana fallera inaugurará la National Gallery de Londres una gran muestra), me explicaba con sencillez el milenario mantenimiento de los templos japoneses. Magnífica lección de sostenibilidad arquitectónica basada en el uso permanente y razonable, y en una sensata y continua “reparación” constructiva. Seguridad y salud, en suma.
Su decena de obras construidas en España, principalmente en Cataluña y Galicia, desde la emblemática y grandiosa cubierta ligera del Palau Sant Jordi hasta el delicado pozo de acceso al Centro Cultural Caixa Forum, desde el Domus promontorio frente al mar y el Faro de Hércules hasta el Centro de Estudios Avanzados de la finca Simeón, dan cuenta de su extraordinaria capacidad de adaptación. Al lugar, al uso, a las formas, los materiales y los modos constructivos … Una arquitectura ingeniosa y simpática a la vez, fácil de comprender por el gran público y digna del respeto de la profesión. Tal vez por lo aprendido en los viejos templos de madera que nadie me supo contar como él lo hizo.
Conocí su sorprendente proyecto para la Biblioteca Nacional de Qatar –finalmente sería otro Prizker, Rem Koolhaas, quien la construyera- cuando Rafael Trénor y yo trabajábamos en The Celestial Sphere of Balansiya, para el mismo sitio y la misma función. Y encontré un curioso parentesco en lo esencial que me anima a recordar las coincidencias de nuestro encuentro valenciano.
El eco del joven Isozaki en sus inicios con Kenzo Tange me ha llegado a través de uno de sus más jóvenes discípulos europeos, el arquitecto toscano Paolo Riani. Eran los tiempos del primer metabolismo y del Plan para Tokio de 1960. Sus propuestas de ciudad arbórea o el sistema terciario de brazos y troncos, suscitaron el interés del maestro.
Su última obra construida en territorio español, las dos torres puerta bilbaínas, es un punto de inflexión sensible en una trayectoria ecléctica en las formas y profunda en su fundamento que hoy es reconocida y galardonada.
Con el nuevo Pritzker japonés, el noveno en cuatro décadas, y como ya pasara el año anterior con la elección del de Ahmedabad, el premio más prestigioso e internacional de arquitectura vuelve a reconocer profesionales maduros y sólidos, y es a la vez el reconocimiento de una alta calidad arquitectónica que no es precisamente menor en España.
No prosperó el proyecto de ampliación del IVAM de Sanaa –Kazuyo Sejima es, por cierto, una de las sólo tres mujeres que ha obtenido el premio- que hubiera añadido una pieza de interés al patrimonio arquitectónico de Valencia. Pero yo he podido transmitir a mis estudiantes lo aprendido por mí de este último Pritzker. Compartirlo ahora es nuestro modesto homenaje.
José María Lozano es catedrático de arquitectura de la UPV