El sacrificio de Theresa May
Parece que la única opción que le queda a May es inmolarse para servir de sacrificio a los dioses del Brexit y aplacar su ira
David Cameron dimitió una vez triunfó el SÍ al Brexit; Nigel Farage, su mayor paladín, también se alejó de la política activa una vez hubo tirado la piedra y escondido la mano. En ambos casos, consideraban que su momento había pasado y que lo siguiente sólo serviría para quemarles, el uno por no lograr el objetivo de la permanencia en la Unión Europea, el otro porque había completado su objetivo primigenio y último, siendo virtualmente seguro que no contaba con un plan para el día después. Construir resulta siempre más complicado que destruir.
Sea como fuere, hubo que buscar una nueva figura que capitaneara el barco y mantuviera rumbos hacia la ansiada separación de la Unión; un destino situado más allá del horizonte, donde les esperaba un restablecimiento de la grandeza imperial victoriana, cuando la gran Reina Blanca regía los destinos de buena parte del mundo.
Sin embargo, lo que se han encontrado recuerda más a las legendarias cataratas del fin del mundo por las que se precipitaban al abismo los barcos de los osados que desafiaran la concepción terraplanista medieval.
Hay que reconocer que Theresa May nunca lo tuvo fácil. Hubo de lidiar con los más radicales defensores de un Brexit duro, cerrados a realizar concesiones, y en los que se apoyó para evitar una ruptura del Partido Conservador.
Pero lo que pudo funcionar a corto plazo para dar una apariencia de unidad frente al exterior y, especialmente, los negociadores europeos, se ha demostrado fatal a largo plazo.
Todos los proyectos de acuerdo con la UE han sido sistemáticamente rechazados, no sólo por el voto en contra de la oposición, cuestión previsible, sino por la incapacidad de May de lograr obtener apoyos en su propio partido. La UE, a la vista de las circunstancias, encuentra cada vez más complicado dar más tiempo, realizar nuevas concesiones u otorgar nuevas garantías a May, cuando acude suplicante a Bruselas. La paciencia del eurogrupo se acaba.
El triunfo esta semana de una agónica votación que excluye la posibilidad de una salida sin acuerdo de la Unión, llega tarde y no añade nada nuevo. Además, esa votación se ha visto complementada este jueves con el cierre definitivo a la posibilidad de celebrar un nuevo referendum, que era la posibilidad ya sugerida por Corbyn desde el Partido Laborista, y el aplazamiento de la fecha del Brexit, que puede demorarse hasta dos años más, dado que May no las tiene todas consigo para conseguir aprobar su plan en tercerca votación antes del miércoles que viene.
Muchos son los que consideran, desde dentro y fuera del Partido Conservador, que el tiempo de Theresa May ha finalizado y que sería conveniente un cambio de liderazgo que desbloqueara el proceso y rompiera con esta mecánica de rechazar todos los proyectos de acuerdo negociados con la Unión. Este cambio, obviamente, pasaría por una convocatoria de elecciones y que existiera un temerario dispuesto a hacerse cargo de este berenjenal.
Parece que la única opción que le queda a May es inmolarse para servir de sacrificio a los dioses del Brexit y aplacar su ira. Algo me incita a pensar que seguirán con hambre, solicitando nuevas víctimas de modo periódico.
*Abogado y politólogo.