La ciudad no es para mí. Monólogos
Un monográfico de monólogos (perdón por el abuso de la unidad) puede resultar mortal de necesidad.
Siempre me han aburrido los monólogos y no acierto a comprender cómo hay quien paga por oírlos. Los hay atorrantes –la similitud con algún apellido es simple coincidencia- y los hay divertidos o pretendidamente divertidos.
Suelen utilizarse como complemento en actividades colectivas diversas, desde convenciones profesionales hasta celebraciones corporativas o familiares de gran escala.
Un monográfico de monólogos (perdón por el abuso de la unidad) puede resultar mortal de necesidad.
Por lo visto y oído, el quid está en ir conectando con sectores distintos del público en diferentes pasajes. De manera que la totalidad se haya podido identificar con una parte del discurso, con suficiente entusiasmo como para sumarse al aplauso final. Posiciones más coherentes cultivan grados diversos de afirmación y rechazo, y el resultado es más tibio en el mejor de los casos. O de división de opiniones –en términos taurinos y sin hacer uso del conocido chiste.
Tanto en los soliloquios serios y profundos, hijos de to be or not …, como en los más cómicos de la regia tradición bufona, es usual encontrar una consigna, estribillo o muletilla, cuando no un mensaje subliminal encriptado en el lenguaje corporal, en la música, en el decorado o en la propia escenografía.
Ya se habrán dado cuenta que estoy hablando de elecciones. Y de políticos.
Por cierto, en mi alegato por la mujeres del PP de la semana pasada, omití que Isabel Tocino, efectivamente, fue la primera ministra de medio ambiente. La primera de la democracia fue Soledad Becerril, ministra de cultura en el gobierno de Calvo Sotelo; me lo recordó una buena amiga.
Los monólogos gubernamentales cubren el espectro completo. Los de su hierática portavoz rayan lo dogmático acercándose a la categoría del salmo laico. Los de su jefe de filas optan por lo chusco y lo chulesco a partes iguale. (Sentados, le dijo hace bien poco a la oposición que esperaran las elecciones). Ni Gila.
El monólogo de los abogados de los separatistas en el Supremo también raya el dogma, a la vez que la deontología. Bien parece que se afanaran en confrontar con el magistrado y devenir acusación de los testigos, abandonando la defensa de sus patrocinados. Si no agrandando su presunta culpabilidad en su obsesiva pretensión de justificar lo injustificable.
El monográfico de monólogos, letal para la inteligencia, está en cualquier diario. Ya sea papel, radio, tele o digital. Un día tras otro la misma matraca, los mismos monólogos. De izquierda a derecha, de alante hacia atrás. Una suerte de yenka anacrónica y oxidada.
Hoy toca escabechina, mañana fichajes, al otro dimisiones. Hoy reafirmación, mañana insulto, al otro desmentidos. Hoy hemeroteca, mañana matización, al otro pelillos a la mar.
Monólogo tras monólogo hasta el hastío total. Y el vacío infinito.
Pobre España.